Saturday, August 24, 2002

MODELO Y SISTEMA


Por José Pablo Feinmann
Las cifras recientes de la hiperpobreza sorprendieron –si aún cabía tal cosa– al país. La devastación está llegando tan lejos que pareciera no tener retorno. Siempre que esto ocurre se habla del “modelo”. Algunos, los moderados, hablan de las fallas del modelo. O de las insuficiencias del modelo. Otros, menos moderados o francamente no moderados, hablan de la necesariedad de cambiar el modelo. Todos cometen un error. El mismo error. El error radica en la utilización de ese concepto que se ha impuesto desde hace ya tiempo y que es falaz hasta la última de sus raíces. El concepto de “modelo”. ¿Qué es el “modelo”? Se lo diga o no, todos acuerdan en que el modelo es el “modelo neoliberal”. Así las cosas, se dibuja la imagen de un sistema capitalista capaz de ofrecer varios rostros, estos rostros variados son los posibles “modelos”, de los cuales el “modelo neoliberal” sería uno de ellos. Falso. El “modelo neoliberal” no es uno de los modelos “posibles” del sistema capitalista, es el capitalismo. El capitalismo tal como ha llegado a ser, tal como es hoy, y tal como no puede dejar de ser salvo al costo de no ser más el capitalismo.
Pero la falacia del “modelo” es tranquilizadora. Permite creer (o hacer creer) que el capitalismo puede cambiar “este” modelo de concentración de riquezas y generación de pobreza extrema por “otro” que contemple más piadosamente las necesidades de los sumergidos. O sea, lo malo no es el capitalismo sino “este” rostro que ahora presenta, este rostro que es transformable, atemperable, que puede ser modelado –en manos más piadosas– hacia un rostro más amable, generoso, que nos acerque hacia “otro” modelo. O, si preferimos ser gradualistas, hacia una humanización del modelo. Los países pobres viven de la quimera de pedir esta humanización, esta piedad: “No nos dejen caer. Sosténgannos. Otro modelo, que nos incluya, es posible”.
Conviene detenernos en esta traslación: por qué el capitalismo ha dejado de llamarse así y ha conseguido que se lo llame “modelo”. Algo debe tener que ver con lo fashion, con la exaltación de las modelos y los modelos, con las pasarelas de la ostentación, ya que una de las características del modelo es la de exhibir las riquezas del poder con una impudicia obscena. Como sea, el mundo de hoy –se dice– no es el del capitalismo, es el del “modelo neoliberal”. Pareciera que este “modelo” (como los que se exhiben en las pasarelas del modelaje) podría ser cambiado en cualquier momento, en la próxima estación, en el pasaje del invierno al verano, o, desde luego, por el capricho o la inventiva genial de los diseñadores. El capitalismo queda en manos de los Armani y los Versace. Ellos (o sus equivalentes en el plano de la economía y la política) dirán qué modelo conviene ahora, si hay que cambiar o no, cómo se cambia, qué nos ponemos, qué nos sacamos. El capitalismo presenta una inagotable serie de rostros, de “modelos”, entre los cuales el “modelo neoliberal” es uno más, transitorio, modificable.
¿Qué ilusoria ventaja representa esto para el capitalismo y sus apóstoles? La de manejar una gama de posibilidades históricas casi infinitas, la de una creatividad sin límites. “Una vez agotado este modelo, que tanta miseria produce, caramba, apelaremos a otro.” Pues bien, no. El modelo neoliberal es el capitalismo y el capitalismo es el modelo neoliberal. No hay modelo neoliberal, hay sistema capitalista. Y ya no tiene modo de ser otra cosa, ya no hay keynesianismo, ni New Deal, ni Plan Marshall, ni nada de nada. Lo que hay es un sistema que no garantiza la existencia del hombre sobre la Tierra y que va en camino de no garantizar la Tierra, pues la está destruyendo.
La Argentina (y ya la entera América latina) se ha convertido en ejemplo de esta devastación. La utopía de un capitalismo humanizado alimentó varios imaginarios políticos en el pasado. Cuando Perón (en un célebre discurso que da en la Bolsa de Comercio en, creo, 1944) dice: “Se verá queno sólo no somos enemigos del capital sino sus verdaderos amigos”, decía algo muy concreto. Perón les dijo a los capitalistas que subieran los sueldos, que al subirlos aumentaría el consumo, que al aumentar el consumo aumentaría la producción y que ellos, los capitalistas, ganarían más. Estableció una economía distributiva, un pasaje de la renta agraria a la esfera industrial (liviana) y un equilibrio social que lo sostuvo durante unos años. No se lo perdonaron. La vieja oligarquía agraria lo echó a patadas y se alió a la gran burguesía financiera que representaba el FMI, ya que ahí entramos en las redes del todopoderoso organismo. El capitalismo distribucionista siempre tuvo corta vida, dado que el capitalismo no es un sistema de distribución sino de concentración. Adam Smith no lo quería así, detestaba a los monopolios, pero el centro ético sobre el que edificó la teoría del capital (el egoísmo) llevó, inexorablemente, a hacer del capitalismo lo que fue siendo y lo que hoy, más que nunca, es: un sistema de concentración de riquezas en manos del capital financiero. Y esto no es “el modelo”, es “el capitalismo”. Supongo que ya vamos viendo qué es lo que hay que cambiar para que la devastación del mundo se detenga. (Que esas experiencias de cambio hayan fracasado en el pasado no implica que uno no siga diciendo lo que decimos. Porque otra gran falacia del capitalismo se basa en decir que es mejor porque ha sobrevivido y superado al socialismo. Falso. Si el capitalismo hubiera, en verdad, superado al socialismo, habría superado también los problemas que lo hicieron surgir: la desigualdad, la miseria, el hambre. Por el contrario, los ha intensificado.)
Un economista al que leo y respeto –Claudio Lozano– acaba de decir: “Esta devastación del aparato productivo y del mercado interno indica que sólo rompiendo la matriz de la desigualdad, por vía de un shock distributivo que amplíe el consumo popular y reindustrialice la Argentina, hay salida”. Lozano no lo dice (no se puede decir todo en todo lugar), pero tal cosa no sólo implica salir del modelo sino del capitalismo. Veamos. El aparato productivo está devastado. El mercado interno (que posibilita la dinámica del aparato productivo), también. ¿Cuándo ocurrió esto? Con Martínez de Hoz y Videla. Aquí se unen la burguesía agraria y la burguesía financiera. Se arrasa el aparato productivo y se arrasa el mercado interno. A sangre y fuego, literalmente. Se establece, aquí, la “matriz de la desigualdad”. Martínez de Hoz y Videla realizan el sueño de los sectores dominantes: retrotraer el país a los tiempos del pre-peronismo y del pre-yrigoyenismo. No se detienen más. Menem, desde el peronismo, realiza luego la obra maestra de la devastación total. Con la complicidad del Fondo. ¿Qué hace falta hoy? “Romper la matriz de la desigualdad.” De acuerdo. ¿Qué fuerza política lo hará? Y, también, “un shock distributivo”. Por supuesto. Pero esto se hace desde el Estado, desde un Estado nacional. ¿Cómo reconstruirlo? (Estas cosas las sabemos todos. Pero siempre hay que insistir sobre ellas. Sobre, digamos, la relación entre propuestas económico-políticas y poder político para imponerlas.)
Pero, aquí, mi punto es otro. Es llevar claridad sobre esta cuestión: cuando proponemos “romper la matriz de la desigualdad” no estamos proponiendo otro “modelo”. Tampoco cuando proponemos un “shock distributivo”. Romper la matriz de la desigualdad es romper con el capitalismo, ya que el capitalismo es el sistema de la desigualdad, su matriz. Un “shock distributivo” no es una alternativa al “modelo”, no es otro modelo posible del capitalismo, otro rostro, un rostro “humanizado”. Es “otra cosa” del capitalismo. Porque si se trata de decir la verdad, digámosla: no es el “modelo” lo que hay que cambiar sino el sistema (que no es un modelo sino un sistema) de la desigualdad y de la concentración de riquezas. Y ese sistema es el capitalismo.



Friday, August 23, 2002

UN CRIMEN INCALIFICABLE
Editorial de la Voz del Interior

Cada informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) es un campanazo fúnebre para las ilusiones que una vez nutrieron los argentinos. Al paso de la crisis que desde 1998 devora al país y que se ha precipitado vertiginosamente a partir de las últimas etapas del gobierno de Fernando de la Rúa, junto a los manotazos de ahogado que dieron sus sucesores, los índices de pobreza, indigencia y desocupación han remontado drásticamente.

Paralelamente, las ya preocupantes falencias en los sistemas de salud, educación y seguridad se han pronunciado hasta llegar a un punto límite, después del cual quizá sólo cabe esperar el quiebre de la Argentina como sociedad organizada.

El pasado miércoles, el Indec dio a conocer su periódica medición de los índices de pobreza que se registran en el país. Sólo en lo referido al Gran Córdoba, se estableció que los habitantes por debajo de la línea de pobreza representan 55,7 por ciento de la población. Si se toma en cuenta que a fines del año pasado “sólo” 36,2 por ciento se encontraba en esa situación, se demuestra que en apenas siete meses el porcentaje de indigentes aumentó 53,8 por ciento.

Estas cifras aplastantes no son, por otra parte, sino una proyección de lo que está sucediendo en el país. Desde octubre del año pasado hasta mayo de este año, 5,2 millones de personas de clase media baja se convirtieron en pobres. Esa cifra equivale a casi la totalidad de la población del vecino Paraguay.

La tasa de pobreza llega en el país a 53 por ciento en las zonas urbanas. En cuanto a las personas que se encuentran por debajo de esa línea para transitar por el páramo de la pura indigencia, se calcula que 24,8 por ciento de los argentinos se encuentra en tal situación en todo el país, incluidas las áreas rurales.

Estos datos, empero, probablemente no miden en su totalidad el alcance del fenómeno, pues fueron compulsados de acuerdo a cifras disponibles en mayo último, y desde entonces la inflación, que por entonces era de 29 por ciento, subió a alrededor de 35 por ciento acumulado en los precios al consumidor. Y sobre este panorama planea la sombra de un inminente aumento de tarifas en los servicios públicos, que daría una nueva vuelta de tuerca a esta situación francamente sofocante.

Tenemos una sociedad desquiciada, con un desempleo que supera el 34 por ciento en la clase baja. Y si bien en relación con la población total del país esa cifra se reduce hasta un 22 por ciento –cifra asimismo gravísima–, se debe tomar en cuenta que 58,4 por ciento de la población económicamente activa (PEA) tiene problemas de empleo. Esto es, se encuentran temporalmente desocupados o trabajan menos de lo que quisieran.

Las consecuencias de todo esto no necesitan ser enfatizadas; caen por sí mismas como frutos marchitos del árbol de los organigramas administrativos. Sólo conviene recordar especialmente que la pauperización de amplios estratos de la población argentina proyecta densas sombras hacia el porvenir, toda vez que el hambre que es su consecuencia afecta decisivamente el desarrollo mental y físico de los más pequeños. Y habida cuenta de que 70 por ciento de los niños del país es pobre, y que más de la mitad de estos está por debajo de la línea de la indigencia, se debe comprender que la crisis actual tiene también la capacidad de devorar al futuro.

¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cómo es posible que en el país de las vacas y las mieses la gente se muera de hambre? ¿Cómo es posible que en medio de este desbarajuste todavía algunos políticos sigan sacándole punta al lápiz para dibujar los números de las internas?

No se trata de caer en el catastrofismo, pero sí, al menos, de ponderar la realidad. Y ésta, a decir verdad, exige de políticas de emergencia que concentren los pocos recursos disponibles en la ayuda a los más necesitados, que son los niños; y asimismo de políticas de contención social que no pasen por la mera limosna sino por la búsqueda de opciones alternativas de empleo mientras se cambia un encuadre económico que ha sumido a la sociedad en este desastre y que lleva 30 años ejerciéndose en el país.

La Argentina es un país rico. Lo único que parece faltarle es la inteligencia dirigente. Esta ausencia, sin embargo, es más nociva que la carencia de materias primas o de espacio para ubicar a la población.

Naciones muchísimo menos provistas que la nuestra han superado situaciones mucho peores. Han estado provistas, eso sí, de dos factores que nosotros aparentemente no terminamos de encontrar: el sentido de la responsabilidad colectiva y sectores dirigentes honestos, capaces de asumir la tarea de reconstrucción sin egoísmos y liberados, en lo posible, de las rémoras del espíritu sectario.







VIAJE AL CENTRO DEL COMPORTAMIENTO

Facultad de Matemática, Astronomía y Física
Universidad Nacional de Cordoba



Un equipo de físicos y computólogos de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la UNC se encuentra desarrollando un importante trabajo sobre redes neuronales. Básicamente el proyecto persigue el objetivo de emular y predecir, con la ayuda de las matemáticas y las computadoras, algunas funciones del cerebro humano.


Uno de los responsables del equipo, el Dr. Francisco Tamarit, admite que poder emular el funcionamiento de un cerebro sería el objetivo último, pero que los modelos matemáticos de redes neuronales están muy lejos de asemejarse al cerebro humano. "El cerebro humano tiene una altísima cantidad de neuronas, imposible de simular actualmente. Y además, acumula toda la historia evolutiva del ser humano. Sería muy difícil reemplazar eso", admite Tamarit.
Para el físico, quien además de su tarea docente en la FaMAF cumple el rol de investigador adjunto del Conicet, el cerebro humano es un objeto muy interesante para estudiar. "A pesar de que los biólogos conocen en profundidad el comportamiento de los constituyentes del cerebro, las neuronas, y que éstas son unidades bastante simples desde el punto de vista de transmisión de información, todavía hoy parece imposible, a partir del conocimiento de sus constituyentes, entender el comportamiento colectivo del sistema nervioso de un animal superior", considera el investigador.

Fenómenos microscópicos
Para comprender el tema de las redes neuronales conviene detenerse en sus antecedentes científicos. Tamarit explica que existen muchos fenómenos de la naturaleza donde hay sistemas macroscópicamente grandes, constituidos por unidades simples y sin embargo, a pesar de que los constituyentes son simples, no es posible entender el comportamiento del sistema como un todo. En otras palabras, son sistemas complejos y difíciles de predecir. Precisamente, hacia este tipo de sistemas han volcado su interés los investigadores de la FaMAF. "Se trata de adaptar las técnicas de la física estadística a otras disciplinas. Por ejemplo, se puede usar en economía, donde los individuos son los agentes económicos y el conjunto se comporta de manera impredecible. Pero, el paradigma de todo eso es el cerebro humano", detalla Tamarit.
El campo de las redes neuronales comienza a partir de la década del 80, cuando el físico norteamericano John Hopfield, formuló un modelo muy simplificado donde se emula el método por el cual los humanos reconocen información por asociación. Comparándolo con una computadora, en ella la información se almacena físicamente en algún sector de su disco o su memoria y la computadora va a guardar un registro donde se indica en qué lugar se guarda esa información, que puede ser una letra, un punto u otro dato. Sin embargo, los seres humanos no la reconocemos así, porque una letra a, por ejemplo, tiene infinitas representaciones que son equivalentes. "El desarrollo de Hopfield tiene muchas de las propiedades de un cerebro. Por ejemplo, antes muchos estímulos similares, el cerebro va a dar una misma respuesta, que no necesita ser programada, sino que se aprende de la experiencia", señala el físico.
En realidad, esta teoría se basa en las ideas de Hebb, un biólogo que ya en 1949 sospechaba que la elasticidad y la capacidad de adaptación de las conexiones sinápticas tenían que ver con la capacidad del cerebro de realizar cómputos y almacenar información. La sinapsis es el lugar donde una neurona se conecta con otra. Entonces, este modelo conectivista, se basa en que toda la información de nuestro cerebro está en la red de conexiones sinápticas.

Propiedades microscópicas
La idea básica de este modelo es que los detalles microscópicos no son todos relevantes. Por el contrario, solamente algunas pocas cantidades microscópicas suelen ser importantes para describir el comportamiento macroscópico de un sistema. Lo importante es saber descubrir cuales son estas cantidades. Por ejemplo, en una habitación podemos encontrar diferentes objetos que poseen el mismo color, aunque sabemos que están compuestos de materiales muy diferentes. Ese fenómeno macroscópico (ser del mismo color), "seguramente se debe a muy pocas propiedades microsópicas que determinan ese color", según Tamarit. En síntesis, para los investigadores de este trabajo, cada fenómeno macroscópico parece ser una manifestación de algunas poquitas propiedades microscópicas. "Entonces, una vez que conocemos los ingredientes que nos interesan, podemos modelarlo matemáticamente", agrega el físico. En este punto, los investigadores cuentan con dos opciones. Una es generar ecuaciones que les permitan predecir cómo se comportaría un supuesto cerebro artificial, en caso de construirse, algo que, por el momento, parece difícil. Y por otro lado, utilizar la computadora para emular directamente el funcionamiento de ese cerebro artificial. De las actividades del ser humano, en el estudio se interesan particularmente por la capacidad para reconocer por asociación. Es decir, si vemos una foto antigua de alguien conocido, igual lo vamos a reconocer. Y también, por el problema del aprendizaje, es decir, cómo se modifican las conexiones sinápticas en el tiempo para aprender así de la experiencia.

Finalidades
Dentro de la investigación, se pueden esbozar dos líneas de objetivos. La primera radica en cómo diseñar computadoras que emulen el comportamiento humano, ya que las computadoras convencionales son complementarias del mismo. "Es decir, hacen muy bien lo que nosotros hacemos muy mal; y hacen muy mal lo que los humanos hacen bien", sintetiza Tamarit. Y el segundo objetivo consiste en desarrollar chips, los cuales tienen numerosas aplicaciones industriales, académicas, etc. Además, en la investigación se incluye la intención de interactuar con neurobiólogos, a fin de tratrar de entender cómo funciona en términos biológicos el sistema nervioso de los seres vivos.

Aplicaciones
En términos prácticos, a estas redes neuronales se las concibe como dispositivos que puedan reemplazar a un experto. "Es decir, consideramos que la información está en las conexiones sinápticas y no se tienen que programar, sino que hay que enseñarle, igual que se le enseña a un niño un determinado comportamiento, para que descubra la regla que debe utilizar", ejemplifica el investigador. Así, formulando una guía de preguntas y respuestas correctas, los investigadores esperan que los dispositivos sean capaces de aprender, incluso sobre preguntas que no les han sido formuladas. En la parte más biológica del estudio, el objetivo es tratar de incorporar los procesos evolutivos dentro del modelo neuronal.
Finalmente, el equipo está comenzando a interactuar con sectores productivos, tanto del sector industrial como de servicios, interesados en diseñar sistemas expertos que controlen diferentes procesos de producción. "Si bien es una investigación básica, tiene mucho potencial para la aplicación en las industrias y servicios que necesiten de sistemas expertos", resume Tamarit.









Thursday, August 22, 2002



¿CRISIS DE LA CULTURA O CULTURA DE LA CRISIS?


AUTOR: JORGE CONTI


Ya es un lugar común decir que estamos en una crisis de la cultura y que vivimos “una cultura de la fragmentación”. Si quisiéramos elegir un momento simbólico en el que la cultura se fragmentó, ese momento podría ser varios: el ascenso al poder de Margareth Thatcher en Gran Bretaña y de Ronald Reagan en EEUU, o la firma del “Consenso de Washington” o la caída del muro de Berlín, o el derrumbe del comunismo, o la aparición del ensayo sobre “El fin de la historia” de Francis Fukuyama, o el estallido de la revolución tecnológica con las autopistas informáticas, la cibernética y la telemática que dieron lugar al proceso de globalización financiera y productiva. El menú de rótulos está disponible para los amigos de anticiparse a la historia y rotular los tiempos antes de que éstos puedan ser interpretados.



Pero lo verdaderamente importante es que fue en esa década en la que se nos impuso otro pensamiento a cambio del pensamiento de la totalidad (que se nos dijo que había muerto junto con las ideologías). Fue el pensamiento de la post-modernidad, el pensamiento fragmentario, constituido por toda esa escoria cultural que nos habla de la muerte de la ética reemplazada por el puro utilitarismo, de la muerte de las certidumbres reemplazadas por el pragmatismo, de la muerte de la ciencia reemplazada por las revelaciones mágicas de la “new age”, de la muerte del arte reemplazado por la industria del entretenimiento, de la muerte de la historia reemplazada por el aburrimiento tecnológico y de la muerte del tiempo reemplazado por un eterno presente.



Esa cultura diseñada en los laboratorios de psicología social y de sociología de las grandes corporaciones trasnacionales, anticipada a fines de los ’60 por Alvin Toffler en “El shock del futuro”, promocionada en los ’80 por el marketinero Fukuyama y conocida vulgarmente por el modelo “light” de cultura, tomó en la Argentina las formas espeluznantes del menemismo y displicentes del delarruísmo. En un caso, la pizza y el champagne, en el otro la moda sushi, pero siempre caricaturas de la renuncia a comprender.



En el siglo XIX hubo un dilema entre la ciencia y la ética y lo significó Mary Shelley desde la literatura con “Frankestein”; promediando el siglo XIX nació el capitalismo depredador de la revolución industrial y lo significó Bram Stocker desde la novela con “Drácula”; a la fragmentación post-moderna del pensamiento y de la cultura la representaron Menem con la farándula y De La Rúa con la intrascendencia. La Yuyito González y Shakira fueron sus emblemas, Jorge Asís y Darío Lopérfido sus teóricos.



Lo que entendíamos por cultura hizo crisis y lo que tenemos ahora es una cultura de la crisis: los “reality shows”, la televisión escatológica y de escándalo, las entrevistas televisivas, los políticos jugando a ser estrellas y las estrellas jugando a ser políticos, la realidad virtual, Internet, los videojuegos, los culebrones escritos con la misma receta y la representación de la vida en los “shoppings” y megamercados que Marc Augé llama “no lugares”. Como dice Beatriz Sarlo, vivimos en estado de televisión. Afuera, pero en un afuera definitivo, los expulsados de la sociedad que aumentan cada día más.



La cultura de la crisis es, entonces, la cultura de lo banal. No hay nada allí que pueda ser el embrión de una nueva cultura de la humanidad. Hay sólo basura en colores, “fast food” cultural para usar y tirar, fetiches cuyo poder se agota rápidamente para ser reemplazados por otros por la inagotable industria del entretenimiento cuyo objetivo es cancelar toda posibilidad de que nos pongamos a pensar.



Políticos, estrellas de la televisión, figuras de la música, pastores, filósofos y psicólogos electrónicos, adivinadores del tarot, astrólogos, brujas, deportistas, todos participan de la categoría de fetiches y cumplen con la misión de satisfacer nuestras pautas de gratificación diferidas en lo virtual para que no nos pongamos a pensar en las causas de que no las tengamos en la realidad.



En la historia de la cultura en el siglo XX hay dos momentos-bisagra: el primero corresponde a la crisis y muerte del eje cultural Viena-Berlín por la irrupción del nacional-socialismo alemán en 1933. El segundo corresponde a la crisis de la cultura del humanismo por la irrupción de la globalización capitalista a fines de la década de los ’80.



Conviene detenerse brevemente en este punto, porque creo advertir alarmantes coincidencias entre el irracionalismo filosófico alemán que llevó al genocidio nazi y el irracionalismo pragmático de mercado que está llevando al genocidio neoliberal capitalista. Entre ambos solo existe una diferencia de matices: ante la cruenta organización nazi de la muerte industrial en los campos de concentración, en las cámaras de gas y los hornos crematorios, hoy la globalización mata asépticamente millones de personas en el mundo con sólo expulsarlas del sistema. El gueto ha sido reemplazado por la tierra de nadie de la marginalidad.



Pero antes de la aparición de Mein Kampf de Adolfo Hitler, entre 1838 y 1938 –un siglo entre dos siglos –se desarrolló uno de los fenómenos culturales más importantes y cuyo espíritu sobrevivió hasta casi finalizado el siglo XX. Me refiero al eje Viena-Berlín. Nunca hubo como entonces un entusiasmo tan vehemente por las artes y las ciencias.



Es la edad de oro de la bacteriología con Ferdinand Julius Cohen y de la quimioterapia con Paul Ehrlich; nace la antropología cultural con Franz Boas; en la república de Weimar Bertold Brecht y Kurt Weill componen la “Opera de tres centavos”; Arnold Schoemberg inspira el “Woycek” de Alban Berg; se inaugura la gran Orquesta Sinfónica de Viena bajo la dirección de Erich Kleiber; en Berlín el teatro, la música y la poesía alcanzan un momento culminante con Max Reinhardt, Leopold Jessner, Max Ophuls, Oto Klemperer, Bruno Walter, la literatura muestra nombres como Thomas Mann, Hermann Hesse, Erich María Remarque, Kurt Tucholvski, Ferdinand Brückner, en el cine nace el expresionismo de Murnau y Fritz Lang; en el teatro aparecen nombres como Bertold Btecht, Ana Weill y Peter Lorre. En arquitectura y diseño aparece la Bauhaus que marcó todo el arte del diseño espacial y de la decoración del siglo XX.



Entre esos años –1838 /1938 –la gente respiraba una atmósfera intelectual, crítica, ideológica y artística profundamente renovadora. Pero los vencedores de la Guerra del 14, EEUU, Inglaterra, Francia, oprimieron a la Alemania Imperial derrotada, con el impiadoso Tratado de Versalles, olvidando que ya no era un Imperio, sino una república, la de Weimar. En vez de ayudarla, la ahogaron con políticas de ajuste, provocaron la hiperinflación, la desocupación, el hambre y la desesperación.



El impresionante desarrollo cultural fue liquidado. Poetas, pintores, críticos, actores, directores, filósofos, científicos, arquitectos, compositores, cantantes, editores, izquierdistas y derechistas, cristianos y judíos, ricos y pobres, los que habían creado la Escuela de Viena y los que habían creado la Escuela de Frankfurt, todos los que habían alimentado los cien años más ricos y luminosos de la cultura Viena-Berlín, todo el repertorio de la vida cultural más rico de la historia, el psicoanálisis, el idealismo hegeliano, el marxismo, la sociología, a todos se los llevó el viento de la furia nazi.



En su libro “El asalto a la razón”, el filósofo Georg Luckacs escribió que “el nacionalsocialismo es una condensación ecléctica de todas las tendencias reaccionarias” que se impuso de un modo más vigoroso y sobre todo sistemático en Alemania porque “fue una apelación a los peores instintos del pueblo alemán”.



Es cierto, pero hay que tener cuidado con esto, porque corremos el riesgo de caer en un racismo al revés: el de entender que el “ser alemán” está compuesto únicamente por los “peores instintos”. Como los individuos, todas las sociedades nacionales albergan el conflicto fáustico entre lo inconsciente y lo conciente, lo atávico y lo histórico, lo instintivo y lo natural.



No sé qué dirían los historiadores y los filósofos de la historia, pero muchas veces me he preguntado si la historia no es la sucesión de períodos en los que a veces asoma lo irracional y lo ancestral bajo la forma de conservadorismos retrógrados y otras veces resurge la razón dialéctica bajo la forma del humanismo y del progreso. Porque si en el siglo XX lo peor de los alemanes despertó con Hitler, ¿porqué no pensar que lo peor de los ingleses apareció con Thatcher, que lo peor de los norteamericanos afloró con Ronald Reagan y que lo peor de los argentinos hizo su epifanía con Menem?. ¿No hicimos un festival de dólares, entusiasmados con la convertibilidad?. ¿No nos creímos esa fabulosa mentira de que un peso de un país subdesarrollado y endeudado valía un dólar?. Descubierta la corrupción esencial de las privatizaciones y la postración del país en la desocupación, la marginalidad y el hambre ¿no lo reelegimos en el ’95 por el 50% de los votos?.



No debe llamar la atención que el irracionalismo filosófico y el romanticismo de derecha se asocien al racismo y al darwinismo social que apasionó a los nazis. Pero entonces tampoco debe extrañar que estén siempre ligados al auge de las políticas imperialistas. Y en ese sentido no sólo se manifestaron en la Alemania del nazismo, sino también en la Inglaterra de la revolución industrial, en la Rusia zarista y –en la actualidad –en las políticas de George Bush con su mesiánica apelación a un escenario providencialista en el que se libra la batalla definitiva entre el bien y el mal y en el que él, por supuesto, se reserva la representación absoluta del bien. Esas peligrosas apelaciones a una guerra entre principios abstractos, entre absolutos, siempre participa de las categorías del irracionalismo filosófico y coincide con una determinada concepción imperial del poder con la que se justifican genocidios.



Y en este punto es donde aquella primera bisagra histórica del siglo XX, la hecatombe cultural que significó el nazismo para el eje Viena-Berlín, invita a la analogía con la segunda bisagra histórica, que se da a caballo del siglo XX y del siglo XXI, la actual hecatombe de la cultura que ha significado la globalización capitalista: porque tampoco debe llamar la atención que el irracionalismo filosófico se esconda en las políticas que adhieren al pragmatismo, como ocurre en los países anglosajones, justamente los padres –como dice Michel Albert –del capitalismo más despiadado y sangriento que se nos ha impuesto en estos años de democracia y que, paradójicamente, nuestros dirigentes parecen haber adoptado como única salida posible en una resignada concesión a esa monstruosidad llamada “pensamiento único”.



Nunca se había llegado a tanto, a lo largo de toda la historia de la cultura, desde el renacimiento en adelante, nunca nadie se había animado a postular tamaña aberración de la existencia de un solo pensamiento y la abolición de todos los demás

Nadie, salvo Hitler, Mussolini y Stalin.



Cuando Carlos Menem se autodefinía como pragmático, no parecía haber leído al padre del pragmatismo, William James, quien escribió que “el mundo práctico de los negocios es racional para el político, para el militar y para el negociante, pero es irracional para la moral, para la ética y para las artes”. Solo así se explica que desde hace diez o doce años la moral, la ética y el arte estén abolidos en la Argentina, sustituidos por el utilitarismo, la desvergüenza y la cultura de la post-modernidad. Solo así se explica que los mercados estén llevando a cabo un genocidio mundial por el imperio de lo tecnológico o por el imperio de las armas: el capitalismo no tuvo ningún inconveniente con el nazismo. Tampoco lo tiene ahora con intervenir en las democracias que se desvían del “pensamiento único”. Por otra parte, no es necesario un esfuerzo de imaginación: el economista Milton Freedman lo dijo sin pelos en la lengua: “la democracia necesita del mercado, pero el mercado no necesita de la democracia”.



¿Hay una salida?. No dentro de lo que nos proponen como cultura, no en el “fast-food” cultural. No hay nada allí que pueda servirnos, todo es basura. Televisión, shoppings, realidad virtual, cine digital, todo apesta, es una formidable masturbación globalizada por la que nos hemos uniformado en el colectivismo capitalista. Ya no es necesario viajar, todas las peatonales se parecen, los Mc Donald son iguales en todas partes, da lo mismo un shopping en Buenos Aires, en Caracas o en París. Y como señal urbana en la aldea global, la advertencia no escrita: “pórtese bien, no piense”.



La única alternativa posible es, por lo tanto, no renunciar al pensamiento crítico. Hablo de ése pensamiento que arranca con la Ilustración y con Mariano Moreno y que vertebra todas las revoluciones democrática-burguesas en occidente. “Libertad, igualdad, fraternidad”. Porque no hay una monarquía, ni un dictador de carne y hueso, pero hay un poder absoluto y una dictadura. Sacamos a Menem, pero las relaciones sociales que mantenemos siguieron siendo menemistas con De La Rúa y lo siguen siendo con Duhalde.



El historiador y especialista en comunicación social Pablo Mithieux se preguntaba cuáles serán los corolarios de la crisis económica argentina en el campo de la cultura nacional. Qué suerte correrán en este contexto las industrias de base cultural. Qué tan en juego está el patrimonio cultural de los argentinos. Y señalaba que luego de los marginados y desocupados, no hay sector más castigado que el de la producción de bienes y servicios culturales. Habrá, decía, treinta y siete millones de perdedores a los que se les habrá robado no solamente el trabajo, la salud y la seguridad, sino también la idiosincrasia popular, la identidad nacional, la tradición, la lengua, las expresiones artísticas, el derecho a la información y el acceso a la cultura.



La cultura de la crisis entre nosotros se articula con la aparición de los nuevos pobres y con un formidable retroceso de la identidad social de millones de personas, entre las cuales estamos nosotros, que ya no saben quiénes o qué son.



Tenemos que replantear nuestra identidad social: ¿qué significa decir “soy argentino” en un país que ha dejado de ser mío?. ¿Cómo tengo que situarme en mi condición actual frente al mundo?. ¿Cómo resolver el problema de mi identidad política?. ¿Qué significa ser radical, peronista o frepasista?. ¿Cuál será la identidad política que asuman en definitiva las asambleas barriales, los piquetes, los caceroleros?.



Avanzar en estos planteos es reasumir y profundizar el pensamiento crítico y al mismo tiempo ir pensando en una superación de la cultura de la crisis a través de la superación de la crisis de la cultura.





































Sunday, August 18, 2002




TIEMPOS TURBULENTOS

Las inundaciones que asuelan zonas de Rusia y diversos países de Europa central, en algunos lugares las más graves en siglo y medio, han reactivado una polémica que se plantea cada vez que se produce un fenómeno meteorológico extraordinario: ¿es consecuencia de la variabilidad natural del clima o una de las primeras expresiones del cambio climático provocado por la civilización industrial? Difícilmente se encuentran expertos que se manifiesten abiertamente por una u otra posibilidad, pero todos están preocupados por la gravedad de los acontecimientos y cada vez son menos los que dudan de que el cambio climático es un hecho ante el que es necesario actuar.

El grupo internacional de científicos que ya ha elaborado para Naciones Unidas tres extensos estudios sobre el tema, el último presentado en 2001, ha llegado a una serie de conclusiones a las que otorga un alto grado de probabilidad. La principal es ésta: la actividad humana ha producido un aumento de la concentración de dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, y como consecuencia de este tampón se ha producido un aumento medio de la tempertatura en la superficie terrestre de 0,6 grados centígrados a lo largo del siglo XX.

Los cálculos prevén un acusado aumento de la temperatura en este siglo, entre 1,4 y 5,8 grados. Como consecuencia, el nivel del mar ha subido entre 10 y 20 centímetros durante el siglo pasado y podría llegar a más de 80 centímetros en el que estamos iniciando.

Los datos son significativos. El recalentamiento de la superficie terrestre inducido por el hombre ha reducido drásticamente la cubierta invernal de nieve en el hemisferio norte (el 10% desde 1960), ha causado el retroceso de los glaciares y ha modificado el régimen de lluvias, de forma desigual, en distintas áreas del planeta. En latitudes medias y altas, la frecuencia de las lluvias torrenciales lo ha hecho entre el 2% y el 4%, y la previsión es que la tendencia se prolongue. De ahí que las inundaciones que están marcando agosto se atribuyan por muchos al cambio climático dentro de una convergencia mayor de causas.

Hace tiempo que se considera una prioridad internacional la reducción de emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, con poco éxito, pese a la insistencia de algunos Gobiernos, científicos y grupos conservacionistas de todo el mundo. El presidente alemán -su país es el más afectado por las inundaciones- llamaba ayer a la reflexión sobre hasta qué punto el hombre es el causante de semejantes catástrofes. El esfuerzo para evitar que la situación vaya a peor ha de ser global, porque, independientemente de dónde se contamine más, las consecuencias abarcan todo el planeta. Y las futuras generaciones seguirán padeciéndolas, incluso si en los próximos años se produjera un improbable recorte drástico de las emisiones.

La realidad dramática de grandes regiones anegadas, vidas perdidas y bienes culturales irrepetibles en peligro suministra también argumentos a políticos, estudiosos y ecologistas para reclamar que la cumbre de Johanesburgo sobre desarrollo sostenible, que comenzará el próximo día 26, no acabe en mera declaración de principios: que sirva realmente para impulsar políticas que combinen armónicamente desarrollo y respeto al medio ambiente. Europa, que en los últimos años se ha erigido en defensora de las causas medioambientales en el concierto mundial, acude a la reunión surafricana con los deberes a medio hacer, tras una presidencia española escasamente preocupada por estos asuntos. Y enfrente tendrá a EE UU, que, con Bush al frente, parece más decidido que nunca a mantener un modelo industrial basado en el despilfarro energético, el mismo que le llevó a rechazar el año pasado el Protocolo de Kioto.

Sea o no la causa inmediata y directa de las catástróficas inundaciones de estos días, el cambio climático es una amenaza cierta. Vale la pena, por tanto, hacer un esfuerzo conjunto y enérgico para que la cita de Johanesburgo aporte soluciones reales.


“NUESTRO DESAFIO ES HACER LA DEMOCRACIA”


En el marco de la conferencia sobre “Segunda Independencia”, el grupo Alternativa Universitaria tuvo la posibilidad de tener -previamente- una charla con el Dr. Arturo Roig que habló sobre algunos de los temas que ha desarrollado en su último libro, como los conflictos entre ética y poder, los problemas provocados por la ‘globalización’ y el rol que, en este escenario, les cabe a los intelectuales.

-Para empezar, podríamos ir acercándonos al porqué ‘una ética del poder y una moralidad de la protesta...’

-Yo parto de la base de una distinción clásica -la distinción no es mía- de que existen dos formas de moralidad: una moralidad objetiva y una moralidad subjetiva. La moralidad subjetiva es íntima, interior de cada uno frente a situaciones conflictivas. Frente a esto, la moralidad objetiva serían aquellas normas o pautas que están establecidas socialmente y, sobre todo, institucionalmente. Así, por ejemplo, atendiendo a esas pautas institucionales alguien que se considera miembro de un organismo institucional como puede ser la Iglesia o la Universidad o -concretamente- el Estado, justamente va a actuar o va a condicionar su respuesta subjetiva al condicionamiento objetivo, externo, de las leyes que rigen a la comunidad a la cual pertenece y con la que se siente comprometido.

Ahora, sucede que ese es un juego que podríamos considerar “normal”. Por un lado, lo que surge espontáneamente del otro. Por otro lado, las normas establecidas para ese acto moral por las instituciones vigentes. Es “normal” pero al mismo tiempo puede ser profundamente conflictivo en la medida en que esas normas establecidas pueden ser normas opresivas.

Todos sabemos muy bien que hay sociedades en que la vida humana es más difícil que en otras por una serie de normas establecidas que coartan la libertad interior y el modo de vida individual y que nos encauzan de tal manera que la vida se hace realmente difícil, dura. Pensemos en el uso del velo en las mujeres árabes ¿Quién establece el velo? No es cada mujer en particular sino que es una norma que deriva de una institución que es un Estado que sostiene una religión determinada. Vale decir, algo que responde directamente a una pauta de carácter objetivo. La subjetividad puede ser el intento de arrancarse el velo, no usarlo más... animarse a usar la cara descubierta. Ejemplos hay miles. También nosotros estamos pautados igualmente: no usamos un velo pero sí hay otros “velos” que nos coartan la libertad y resultan opresivos.

Entonces el libro “Ética del poder y moralidad de la protesta” lo que hace es tratar de ver cómo se plantea la cosa cuando frente a esa eticidad -nombre que le da Hegel a esa moralidad objetiva- opresiva, por cierto, responde aquella moralidad subjetiva. Es decir, cuál es la respuesta de cada uno. Respuesta que no es tampoco totalmente la individual sino que es también social. Podemos ser un grupo humano oprimido por el conjunto de normas establecidas legalmente y que, tienen tal fuerza, que no podemos violarlas. Constriñen y, al mismo tiempo, van coartando e impidiendo un desarrollo autónomo.

Frente a esto, lo que yo propongo es estudiar de qué manera las asociaciones humanas, las comunidades humanas, las clases sociales (en la medida en que se puede reconstruir la categoría de “clase social”) rompen, quiebran o entran en conflicto manifiesto con los aspectos negativos de la moralidad objetiva en actitudes que yo denomino actitudes emergentes. Es como si estuviéramos metidos en un pozo y salimos. Nos han tapado de normas que las sentimos afligentes frente a las cuales se produce el fenómeno de emergencia social. Y los fenómenos de emergencia social van desde la protesta de las cacerolas, la protesta callejera hasta la revolución armada, si se quiere. Son, en definitiva, intentos siempre de ruptura con una situación opresiva.

-En su libro, Ud. plantea el divorcio entre el derecho y la justicia. Chávez en Venezuela con la Ley de tierras y la de hidrocarburos apuesta al reparto justo de la tierra, a la democratización del capital, a considerar el petróleo como recurso del Estado. ¿Puede considerarse al proceso que está atravesando Venezuela como lo plantea el mismo Chávez: “un proceso revolucionario que se está sucediendo”?

-El caso de Venezuela es un típico caso de conflictividad. Lo que propone Chávez es rescatar al sujeto mismo de derecho ¿Quién es el sujeto de derecho? Es el Estado, sí. Pero ese Estado ¿va a ejercer el derecho en contra de la comunidad social, en contra de la Nación?, ¿va a producir un conflicto entre Estado y Nación?, ¿va a regular normas en contra de ella? ¿o a favor de ella? Chávez entiende que el Estado venezolano está dictando normas a favor de la Nación entendida como la mayor cantidad integrada de ciudadanos. No un grupo social. No es el Estado en manos de la oligarquía que va a normar jurídicamente a la Nación favoreciendo al grupo oligárquico del poder sino que intenta que sean leyes con un espíritu de democracia

Ahora bien, hay que señalar que el derecho, por el hecho de existir, no es necesariamente “justo”. Puede ser justo o injusto. La ley puede ser justa o injusta. Es por eso que en el libro cité a José Martí diciendo: “La ley mata pero ¿quién mata a la ley?”


-En esta conformación de emergentes, de nuevos sujetos sociales que están surgiendo sobre todo en América Latina, con una diversidad que hasta ahora no se presenta como una cuestión de clases sino como representando diversos y heterogéneos grupos... ¿hay posibilidades de articulación de la protesta en América Latina?

-Es una pregunta acerca de cuáles serían las políticas de articulación y si son posibles tales políticas. La respuesta no es fácil. En principio hay que entender que la gente está sufriendo un “des-clasamiento”. Es decir, un desplazamiento de su propia clase social. Por ejemplo, sectores de la clase media que se desplazan a niveles económicos más bajos o que se sienten marginados políticamente, que no tienen participación en el poder político y que su participación se reduce a la emisión del voto para elegir representantes que, de hecho, no representan. Esta es la situación como se vive la democracia en América Latina. Ahora esos sectores emergentes también están en actitud de protesta porque la democracia misma permite la protesta.

¿Hasta qué punto entonces se pueden unir piqueteros y asambleístas barriales? ¿Pueden hacerlo? ¿Lo han hecho ya? Bien, hay que analizar las condiciones dadas. Tiene que aparecer alguien que pueda proponer un plan político conjunto con ciertas bases que sean principio de unidad . Alguien que tenga la capacidad de ser escuchado... En pocas palabras no diría un dirigente “profesional” sino más bien un dirigente espontáneo, natural.

-Un proceso similar al del PT en Brasil ¿por ejemplo?

-Podría ser, sí. Pero no hay que olvidar que los procesos no se han dado sólo en Brasil, se han dado en muchas partes. Entonces, deberemos preguntarnos cuándo se produce el fenómeno y cómo están dadas las posibilidades... Esa es la cuestión.

-¿Y qué decir acerca de la relación entre democracia y protesta?

-La democracia nace como la institucionalización de la protesta. Podemos definirla así. Además, surge históricamente como un modo de institucionalizar, de ordenar la protesta dentro de ciertos marcos legales y de costumbres ¿no? Y eso pasa no sólo en el mundo moderno sino en la antigüedad clásica también. Siempre y en todo momento la democracia va a estar relacionada con la protesta de modo esencial -si es que puede hablarse de “esencia”-. Pero, por lo menos, integra la realidad misma de la democracia la posibilidad de la protesta.

Ahora bien, en el momento en que la protesta es reprimida... allí se acaba la democracia y pasamos a la dictadura. Y suele pasar también que la protesta puede ser reducida al mínimo en formas de democracia viciosa. Por ejemplo cuando dicen:” Señores, ustedes tienen el derecho de no votar por los malos candidatos y con eso quédense tranquilos”. La gente está exigiendo la posibilidad de ordenar la protesta. Inclusive, de romper con los ordenamientos de la protesta vigente... Crear nuevos modos de protesta que el Estado se ve obligado a reconocer como la “protesta de las cacerolas” aceptada, tal vez poco fuerte, sin sentido, sin una perspectiva política fuerte... pero esos son otros problemas.

Lo importante es que ahora hay que volver a pensar la relación entre la protesta y la democracia. Volver a estudiar los modos de ejercicio de esa protesta para que la gente tenga una aproximación mucho más vivida respecto del ejercicio del poder. Que el ejercicio del poder no sea algo que pase por el comité del partido. Nada de eso. Es necesario que la protesta pueda ser ejercida en forma eficiente y que, al mismo tiempo, permita un acceso al ejercicio del poder.

-Algunos hablan de “radicalización de la democracia”, de “profundización de la democracia”...

-Sí, pero la democracia no es algo que ya esté hecho. Nunca estuvo “hecha”. Siempre estuvo por “hacerse”. En algunos casos se avanzó, en otros se retrocedió y en otros no se avanzó nada. Sin embargo, no cabe duda que el gran reto nuestro es la DEMOCRACIA. Todo el mundo lo siente, todos lo ven, todos lo percibimos.

-En esta relación entre protesta y democracia ¿en qué sentido influyen los medios de comunicación sobre todo en el contexto de estas cada vez más fuertes políticas monopólicas de la información?

-Bien, la relación es directa. Lo que pasa es que el capital se defiende y los intereses que tienen como símbolo y como arma el capital, indudablemente, van a tratar de controlar la opinión pública para tratar, a su vez, de ordenar la protesta. En pocas palabras, la lucha por la democracia no basta con publicar un libro sobre la moral de la protesta sino que es necesario una conducta política por parte de todos nosotros frente a los grupos de poder que están manejando grandes capitales y que están manejándolos, además, con toda la tecnología de la comunicación contemporánea en contra de los sectores populares. Desde su nacimiento el periodismo en el siglo XVIII se organizó en función de un manejo de la opinión pública. Ahora lo que hay que hacer es tratar de ver cómo damos respuesta política a esta situación. Por ejemplo, las asociaciones barriales están sacando sus propios periódicos. Es una respuesta, sólo una: otra respuesta que es la de tratar de interferir los principales canales de comunicación, orientando la opinión pública en un sentido determinado... Y ello, forma también parte de la pelea política ¿no?

-En la semana del 9 de julio, Estados Unidos decía qué condiciones tenía que tener el candidato presidencial argentino y, en esa misma semana, se organizaba un movimiento nacional por la “Segunda Independencia”. En este sentido, ¿cómo avanzar hacia una segunda emancipación?

-Por lo pronto, planteando el problema de la Segunda Independencia: que la gente tome conciencia que somos un estado colonial. Hay que tomar conciencia de que estamos viviendo una situación de colonialidad, una neo-colonia (que no es de ahora, por supuesto, sino que tiene raíces muy profundas y lejanas). Hay que estudiar en qué consiste esta situación y hay que denunciarla y ver cómo salimos. Sin duda, la salida tiene que ser económica, política, moral... En fin, de todos los órdenes porque la situación de colonia y de dependencia abarca todos los niveles de la vida humana. Y hay que rescatar sin duda teorías como la de la dependencia de los ‘70, de la que se dijo “no es oportuno rescatar teorías infectadas de pensamiento ilustrado” y todos esos cuentos de los posmodernos...

Hay que discutir en todos los foros posibles la cuestión y hacer que en el país se vayan constituyendo -al menos- pequeños Porto Alegres, pequeños Anti Davos... Por todo esto creo que es necesario proclamar la necesidad de una Segunda Emancipación...

-Los intelectuales desde los ‘90 están acercándose como colectivo, en avances del tipo “Plan Fénix” por ejemplo, a los problemas concretos y no ya como formando parte de una especie de funcionalidad al sistema...

-Sí, pero hay que recordar que en los ‘90 no había la conciencia de crisis que se vive en estos momentos. La crisis se ha profundizado, la conducta política de Estados Unidos también se ha profundizado (en el sentido en que ya hablan concretamente de “imperialismo” por ejemplo). Este gendarme mundial, desfachatadamente, hace sus declaraciones. Evidentemente vivimos una etapa donde se han agudizado los problemas y esto ha impulsado y hasta ha obligado a muchos intelectuales a hablar cada vez con más fuerza que en aquellos años. No digo que hayan estado callados “por prudencia” y ahora hayan perdido la “prudencia”. No. Simplemente la situación nos permite ver otras cosas que no se veían con la claridad con que se ven ahora. Incluso ahora la claridad es tal, que nadie se puede callar la boca... Hace rato era necesario hablar, salir a decir lo que estaba pasando que, por otro lado, es la misión del intelectual.

Salir y poner la cara...

-¿Qué decir, finalmente, del rol social de la universidad frente a la crisis que estamos viviendo?

-Sin duda, la necesaria inserción del proceso de estudio en el proceso productivo. El estudiante debe incorporarse haciendo, por ejemplo, prácticas sociales. Nosotros intentamos hacerlo en 1973, yo tuve la posibilidad de hacerlo porque era Secretario Académico...

Teníamos mucho poder político en ese momento... Hasta que después no tuvimos ninguno por supuesto (risas). Lo intentamos. La universidad tiene que salir a la calle. Así cerrada sigue siendo elitista y reaccionaria, destinada a formar profesionales que salen a beneficiarse con su título y no a pensar en el compromiso moral que tenemos todos con nuestro pueblo. Nosotros hicimos una propuesta. Puede retomarse, hay otras también... Pueden inventarse... Todo está abierto a la invención...

-Habrá que empezar por terminar con las divisiones de “claustros” en la universidad al menos...

-Por supuesto, cuando se está en el “claustro” se está encerrado. Así que, sin duda, terminemos -al menos- con la claustro-fobia (risas). Es un buen comienzo... sí. /Ernesto Espeche y Mariana Ortíz