HACIA DONDE VA EL MUNDO?
Noam Chomsky
Hace unos años, Erns Mayr, de Harvard, una de las figuras más importantes de la biología contemporánea, publicó ciertas reflexiones sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Su conclusión es que las probabilidades de éxito son prácticamente nulas. Su razonamiento se basa en la capacidad de adaptación de lo que llamamos inteligencia superior, es decir, la forma de organización intelectual específica a los seres humanos. Mayr calcula que desde el origen de la vida han surgido aproximadamente 50.000 millones de especies, de las cuales solamente una alcanzó el tipo de inteligencia necesario para establecer una civilización, y esto lo hizo muy recientemente, hace tal vez cien mil años, a partir de un pequeño grupo del que todos somos descendientes. Según sus especulaciones, es posible que esta forma de organización intelectual no esté favorecida por el proceso de selección, y señala además que la vida en la tierra desmiente el dicho "más vale ser listo que tonto", al menos si nos guiamos por el éxito biológico, que es muy notable en los escarabajos y las bacterias, pero menos impresionante a medida que ascendemos por la escala cognitiva. Mayr observa también, de forma un tanto lúgubre, que el promedio de duración de las especies es de cien mil años.
Es posible que el período de la vida humana en el que estamos entrando nos traiga la respuesta definitiva a la cuestión de si la inteligencia es o no preferible a la estupidez. Lo mejor que podemos esperar es que la cuestión permanezca irresoluta, ya que si recibe respuesta definitiva, ésta no podrá sino revelar que los seres humanos fueron una especie de error biológico, que utilizaron su plazo asignado de cien mil años para destruirse a sí mismos y, en el proceso, muchas otras cosas. No cabe duda de que nuestra especie ya ha desarrollado la capacidad para hacer exactamente eso. Un observador extraterrestre, si existiera alguno, tal vez concluyese que la especie humana ya ha demostrado de forma espectacular esa capacidad en los últimos cien años, mediante el asalto al medio ambiente que sustenta la vida, el asalto a la diversidad de los organismos más complejos, y el asalto mutuo --con fría y calculada ferocidad-- entre sus propios miembros.
Los acontecimientos del 11 de septiembre y sus consecuencias son un caso ilustrativo a este respecto. Las espantosas atrocidades del 11 de septiembre se consideran en todas partes un acontecimiento histórico, lo cual, en mi opinión, es absolutamente cierto. Pero debemos reflexionar claramente por qué es cierto. Estos crímenes han causado quizá el mayor número instantáneo de víctimas fuera del estado de guerra. Pero no pasemos por alto la palabra "instantáneo". Es lamentable, pero cierto, que la magnitud de este crimen dista mucho de ser inusitada en los anales de la violencia fuera de una situación de guerra. Las consecuencias del 11 de septiembre son sólo una de las innumerables manifestaciones de este punto.
La gravedad de la catástrofe que ya ha tenido lugar en Afganistán (y lo que seguirá) solo admite conjeturas, pero por otra parte conocemos las proyecciones en las que se basan las decisiones políticas. Y a partir de éstas podemos intentar entender hacia dónde vamos. La respuesta, desafortunadamente, es que vamos por caminos bien conocidos, aunque ciertamente hay algunos cambios. Los crímenes del 11 de septiembre representan sin duda un momento histórico crucial, pero no a causa de su magnitud, sino más bien a causa del objetivo elegido.
Para Estados Unidos, ésta fue la primera vez que su territorio nacional se vio atacado, o siquiera amenazado, desde que los ingleses quemaron Washington en 1814. Y no creo que sea necesario recordar todo lo que ha ocurrido en estos dos siglos. El número de víctimas es inmenso. Ahora, por primera vez, las armas apuntaron en sentido contrario. Y esto representa un cambio drástico.
Lo mismo cabe decir de Europa, y de forma aún más fehaciente. Europa sufrió un nivel mortífero de destrucción, pero esto fue parte de las masacres mutuas entre europeos. Al mismo tiempo, Europa conquistó la mayor parte del mundo, con modales no demasiado delicados. Salvo raras y limitadas excepciones, Europa no se vio atacada por sus víctimas de otros continentes, por lo que no es de extrañar que los europeos estén completamente asombrados ante los atentados terroristas del 11 de septiembre. Y aunque el 11 de septiembre representa un cambio importante en los asuntos internacionales, lo que viene ocurriendo desde entonces no representa ningún cambio, y por lo tanto apenas recibe atención.
Todo esto invita a considerar detenidamente ciertas cuestiones, si esperamos poder evitar tragedias semejantes en el futuro. Y no muy lejos, en la sombra, acecha la pregunta que ya he mencionado: ¿Está la especie humana a punto de demostrar que la inteligencia superior es simplemente un grotesco error biológico?
Algunas de estas cuestiones tienen que ver con acontecimientos inmediatos, mientras que otras atañen a asuntos más permanentes y fundamentales. Entre las preguntas que surgen de forma más inmediata se encuentran las siguientes: En primer lugar --y esto es lo más importante-- ¿qué está ocurriendo delante de nuestras narices? En segundo lugar --de forma un poco más general-- ¿en qué consiste la "nueva guerra contra el terrorismo"? En tercer lugar, ¿qué tendencias están ya puestas en marcha?
Existen varias tendencias que quisiera al menos mencionar. La primera es el rápido aumento de los medios de destrucción masiva. La segunda es la amenaza al medio ambiente que sustenta la vida humana. Y la tercera es la formación de una sociedad internacional constituida por los centros de poder dominantes en el mundo, a nivel estatal y privado (lo que se ha dado en llamar engañosamente "globalización"). A lo largo de todas estas reflexiones debemos preguntarnos seriamente, creo yo, hasta qué punto estas alarmantes tendencias, que resultan tan fáciles de percibir, representan opciones que puedan considerarse naturales, o incluso racionales, dentro de las existentes estructuras ideológicas e institucionales. En la medida en que lo hagan, el peligro será mayor.
Comencemos por examinar al menos brevemente la primera y más inmediata cuestión: ¿Qué está ocurriendo actualmente delante de nuestros ojos y qué conclusión podemos sacar de ello respecto a la dirección hacia la que se encamina el mundo bajo el liderazgo de sus fuerzas más poderosas?
Ya desde antes del 11 de septiembre, gran parte de la población de Afganistán dependía para su supervivencia del suministro de alimentos por parte de los organismos de ayuda internacional. Los cálculos actuales proporcionados por Naciones Unidas y otros organismos en posición de conocer los detalles no son seriamente puestos en duda por nadie. Dichos cálculos indican que el número de personas en peligro a partir del 11 de septiembre, como consecuencia directa de los bombardeos y del ataque, ha aumentado en dos millones y medio, (un 50 por ciento) hasta alcanzar la cifra de siete millones y medio de personas. Las peticiones efectuadas por altos cargos de Naciones Unidas, organizaciones benéficas y otras entidades para detener los bombardeos a fin de permitir la entrega de alimentos han sido rechazadas prácticamente sin comentario.
Antes de que comenzaran los bombardeos, la Organización de Agricultura y Alimentos (OAA) de Naciones Unidas ya había advertido que más de siete millones de personas corrían peligro de morir de hambre si se iniciaba la campaña militar. Una vez comenzados los bombardeos, esta organización advirtió que el riesgo de desencadenar una catástrofe humanitaria a corto plazo era muy alto y que, además, los bombardeos han interrumpido la siembra del 80 por ciento del suministro de cereal del país, con lo que las consecuencias para el próximo año serán aún más graves.
Cuáles serán exactamente las consecuencias es algo que no sabremos nunca. La inanición no mata de forma instantánea. La gente come raíces, hojas, y se mantiene viva durante algún tiempo. Los efectos del hambre pueden consistir en la muerte de niños nacidos de madres desnutridas dentro de un año o dos, y todo tipo de consecuencias. Además, nadie va a preocuparse por averiguarlo, porque Occidente no está interesado en tales cosas y otros no disponen de los recursos necesarios. Existen numerosos ejemplos de esta indiferencia. En agosto de 1998, Clinton bombardeó Sudán y destruyó la mitad de sus suministros farmacéuticos, junto con la fábrica que los producía. Las consecuencias de ese ataque son desconocidas. Los pocos intentos que se han hecho (realizados por la embajada alemana en Sudán y algunos investigadores independientes) para determinar el número de víctimas mortales indican que fueron decenas de miles de personas. En realidad, nadie intentó indagar seriamente en este asunto porque ¡a nadie le importa! No es importante, es normal, es corriente que un par de bombas tengan el efecto de dejar decenas de miles de cadáveres en un pobre país africano.
Algo semejante, aunque probablemente a una escala mucho mayor, se está preparando en este momento ante nosotros. Las consecuencias se desconocen y probablemente no se conocerán nunca en detalle. Pero lo que sí sabemos es que éstas son las expectativas en las que se basa la civilización occidental al trazar sus planes. Y sólo aquellos que desconozcan completamente la historia moderna se verán sorprendidos por el desarrollo de los acontecimientos o por las justificaciones que les ofrecen las clases educadas. Estos son asuntos importantes que, a mi pesar, dejaré de lado por falta de tiempo.
Podría decir que la mezcla de crueldad sádica y autoadulación embelesada fue expresada... bueno, para dar un ejemplo concreto, fue expresada con bastante precisión por la prensa estadounidense hace aproximadamente cien años, durante la noble campaña para "elevar y cristianizar" las Filipinas, en palabras de nuestro presidente de entonces. Y en efecto, en los años siguientes elevaron con éxito a medio millón de filipinos aproximadamente --masacrándolos-- junto con los horrendos crímenes de guerra cometidos por los viejos combatientes indios que eliminaban a los "negros", como les llamaban entonces. Hasta que por fin todo aquello empezó a provocar un cierto desasosiego en Estados Unidos, y entonces la prensa explicó que hace falta paciencia para vencer el mal, y que iba a ser una guerra larga, y que tendríamos que seguir "masacrando a los nativos a la manera inglesa [hasta que] esas malaconsejadas criaturas" que nos resisten aprendan por lo menos a "respetar nuestras armas" y más tarde lleguen a entender que lo único que les deseamos es "libertad [y] felicidad". Igual que hoy en Afganistán, y en tantos otros lugares durante cientos de años.
Bien sé que lo que he dicho es demasiado breve, pero permítanme que deje de lado este tema espeluznante para pasar a la segunda cuestión: ¿Qué es la "nueva guerra contra el terrorismo"? El objetivo del mundo civilizado ha sido anunciado muy claramente por los centros del poder. Debemos "erradicar la maligna plaga del terrorismo", una plaga propagada por los "depravados enemigos de la civilización misma" en un "regreso a la barbarie dentro de la edad moderna", y así sucesivamente. ¡Noble empresa, qué duda cabe!
Para examinar esta tarea con una perspectiva adecuada hemos de reconocer, contrariamente a lo que se está diciendo, que la Cruzada no es nueva. En realidad, las frases que acabo de citar fueron pronunciadas hace 20 años por el presidente Ronald Reagan y su Secretario de Estado, George Schultz. Reagan primero, y poco después Schultz, llegaron al gobierno proclamando que la lucha contra el terrorismo internacional sería el núcleo de la política exterior estadounidense. Y respondieron a la plaga organizando campañas de terrorismo internacional a una escala y con un nivel de violencia sin precedentes, hasta el punto de que provocaron incluso la condena del Tribunal Internacional de Justicia por "uso ilícito de la fuerza", en palabras del Tribunal; es decir, por terrorismo internacional. A esto siguió una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que instaba a todos los estados a observar las leyes internacionales, resolución que Estados Unidos vetó. Como también vetó (en solitario, con uno o dos de sus estados-clientes) sucesivas resoluciones similares de la Asamblea General de la ONU.
Resulta entonces que la "nueva guerra contra el terrorismo" está liderada por el único país del mundo que ha sido condenado por el Tribunal Internacional de Justicia por terrorismo internacional, y que ha vetado una resolución en la que se pedía a todos los estados que observasen las leyes internacionales (lo cual sería tal vez aconsejable).
La sentencia en la que el Tribunal Internacional de Justicia ordenaba poner fin a los crímenes de terrorismo internacional y pagar indemnizaciones significativas fue rechazada con desdén en la totalidad del espectro de opinión. El New York Times informó al público que el Tribunal era un "foro hostil" y que en consecuencia no tenemos por qué hacerle el más mínimo caso. Washington reaccionó inmediatamente a las resoluciones del Tribunal aumentando sus guerras económicas y terroristas, y emitiendo órdenes oficiales a su ejército mercenario, con base en Honduras, para que atacara "objetivos blandos" (soft targets). Esas fueron las órdenes oficiales: atacar "objetivos blandos" --es decir, objetivos civiles indefensos, como clínicas, cooperativas agrícolas, etc.--y evitar combates directos con el ejército, gracias al total control aéreo de los Estados Unidos y el sofisticado sistema de comunicaciones que le proporcionaba a las fuerzas terroristas atacando desde bases extranjeras.
Estas órdenes suscitaron un ligero debate. No demasiado, ya que se consideraban actos legítimos, pero con ciertas reservas. O sea, legítimos sólo si se cumplían ciertos criterios prácticos. En esta vena, un comentarista político prominente como Michael Kinsley, considerado el representante de la Izquierda en las discusiones de los grandes medios de comunicación (en esta época escribía para el Wall Street Journal), aducía que las justificaciones dadas por el Departamento de Estado para los ataques terroristas sobre "objetivos blandos" no debían ser rechazadas de plano. Una "política sensata", escribía Kinsley, debe "pasar satisfactoriamente la prueba de un análisis de costos y beneficios". Es decir, un análisis de "la cantidad de sangre y miseria que se derramarán en comparación con la probabilidad de que la democracia emerja al otro lado".
"Democracia" significa lo que las elites occidentales deciden que significa. Y esta interpretación se demostró con perfecta claridad en la región en aquella época. Se da por entendido que las elites occidentales tienen el derecho de realizar este tipo de análisis y llevar adelante el proyecto si pasa satisfactoriamente sus pruebas.
Noam Chomsky
Hace unos años, Erns Mayr, de Harvard, una de las figuras más importantes de la biología contemporánea, publicó ciertas reflexiones sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Su conclusión es que las probabilidades de éxito son prácticamente nulas. Su razonamiento se basa en la capacidad de adaptación de lo que llamamos inteligencia superior, es decir, la forma de organización intelectual específica a los seres humanos. Mayr calcula que desde el origen de la vida han surgido aproximadamente 50.000 millones de especies, de las cuales solamente una alcanzó el tipo de inteligencia necesario para establecer una civilización, y esto lo hizo muy recientemente, hace tal vez cien mil años, a partir de un pequeño grupo del que todos somos descendientes. Según sus especulaciones, es posible que esta forma de organización intelectual no esté favorecida por el proceso de selección, y señala además que la vida en la tierra desmiente el dicho "más vale ser listo que tonto", al menos si nos guiamos por el éxito biológico, que es muy notable en los escarabajos y las bacterias, pero menos impresionante a medida que ascendemos por la escala cognitiva. Mayr observa también, de forma un tanto lúgubre, que el promedio de duración de las especies es de cien mil años.
Es posible que el período de la vida humana en el que estamos entrando nos traiga la respuesta definitiva a la cuestión de si la inteligencia es o no preferible a la estupidez. Lo mejor que podemos esperar es que la cuestión permanezca irresoluta, ya que si recibe respuesta definitiva, ésta no podrá sino revelar que los seres humanos fueron una especie de error biológico, que utilizaron su plazo asignado de cien mil años para destruirse a sí mismos y, en el proceso, muchas otras cosas. No cabe duda de que nuestra especie ya ha desarrollado la capacidad para hacer exactamente eso. Un observador extraterrestre, si existiera alguno, tal vez concluyese que la especie humana ya ha demostrado de forma espectacular esa capacidad en los últimos cien años, mediante el asalto al medio ambiente que sustenta la vida, el asalto a la diversidad de los organismos más complejos, y el asalto mutuo --con fría y calculada ferocidad-- entre sus propios miembros.
Los acontecimientos del 11 de septiembre y sus consecuencias son un caso ilustrativo a este respecto. Las espantosas atrocidades del 11 de septiembre se consideran en todas partes un acontecimiento histórico, lo cual, en mi opinión, es absolutamente cierto. Pero debemos reflexionar claramente por qué es cierto. Estos crímenes han causado quizá el mayor número instantáneo de víctimas fuera del estado de guerra. Pero no pasemos por alto la palabra "instantáneo". Es lamentable, pero cierto, que la magnitud de este crimen dista mucho de ser inusitada en los anales de la violencia fuera de una situación de guerra. Las consecuencias del 11 de septiembre son sólo una de las innumerables manifestaciones de este punto.
La gravedad de la catástrofe que ya ha tenido lugar en Afganistán (y lo que seguirá) solo admite conjeturas, pero por otra parte conocemos las proyecciones en las que se basan las decisiones políticas. Y a partir de éstas podemos intentar entender hacia dónde vamos. La respuesta, desafortunadamente, es que vamos por caminos bien conocidos, aunque ciertamente hay algunos cambios. Los crímenes del 11 de septiembre representan sin duda un momento histórico crucial, pero no a causa de su magnitud, sino más bien a causa del objetivo elegido.
Para Estados Unidos, ésta fue la primera vez que su territorio nacional se vio atacado, o siquiera amenazado, desde que los ingleses quemaron Washington en 1814. Y no creo que sea necesario recordar todo lo que ha ocurrido en estos dos siglos. El número de víctimas es inmenso. Ahora, por primera vez, las armas apuntaron en sentido contrario. Y esto representa un cambio drástico.
Lo mismo cabe decir de Europa, y de forma aún más fehaciente. Europa sufrió un nivel mortífero de destrucción, pero esto fue parte de las masacres mutuas entre europeos. Al mismo tiempo, Europa conquistó la mayor parte del mundo, con modales no demasiado delicados. Salvo raras y limitadas excepciones, Europa no se vio atacada por sus víctimas de otros continentes, por lo que no es de extrañar que los europeos estén completamente asombrados ante los atentados terroristas del 11 de septiembre. Y aunque el 11 de septiembre representa un cambio importante en los asuntos internacionales, lo que viene ocurriendo desde entonces no representa ningún cambio, y por lo tanto apenas recibe atención.
Todo esto invita a considerar detenidamente ciertas cuestiones, si esperamos poder evitar tragedias semejantes en el futuro. Y no muy lejos, en la sombra, acecha la pregunta que ya he mencionado: ¿Está la especie humana a punto de demostrar que la inteligencia superior es simplemente un grotesco error biológico?
Algunas de estas cuestiones tienen que ver con acontecimientos inmediatos, mientras que otras atañen a asuntos más permanentes y fundamentales. Entre las preguntas que surgen de forma más inmediata se encuentran las siguientes: En primer lugar --y esto es lo más importante-- ¿qué está ocurriendo delante de nuestras narices? En segundo lugar --de forma un poco más general-- ¿en qué consiste la "nueva guerra contra el terrorismo"? En tercer lugar, ¿qué tendencias están ya puestas en marcha?
Existen varias tendencias que quisiera al menos mencionar. La primera es el rápido aumento de los medios de destrucción masiva. La segunda es la amenaza al medio ambiente que sustenta la vida humana. Y la tercera es la formación de una sociedad internacional constituida por los centros de poder dominantes en el mundo, a nivel estatal y privado (lo que se ha dado en llamar engañosamente "globalización"). A lo largo de todas estas reflexiones debemos preguntarnos seriamente, creo yo, hasta qué punto estas alarmantes tendencias, que resultan tan fáciles de percibir, representan opciones que puedan considerarse naturales, o incluso racionales, dentro de las existentes estructuras ideológicas e institucionales. En la medida en que lo hagan, el peligro será mayor.
Comencemos por examinar al menos brevemente la primera y más inmediata cuestión: ¿Qué está ocurriendo actualmente delante de nuestros ojos y qué conclusión podemos sacar de ello respecto a la dirección hacia la que se encamina el mundo bajo el liderazgo de sus fuerzas más poderosas?
Ya desde antes del 11 de septiembre, gran parte de la población de Afganistán dependía para su supervivencia del suministro de alimentos por parte de los organismos de ayuda internacional. Los cálculos actuales proporcionados por Naciones Unidas y otros organismos en posición de conocer los detalles no son seriamente puestos en duda por nadie. Dichos cálculos indican que el número de personas en peligro a partir del 11 de septiembre, como consecuencia directa de los bombardeos y del ataque, ha aumentado en dos millones y medio, (un 50 por ciento) hasta alcanzar la cifra de siete millones y medio de personas. Las peticiones efectuadas por altos cargos de Naciones Unidas, organizaciones benéficas y otras entidades para detener los bombardeos a fin de permitir la entrega de alimentos han sido rechazadas prácticamente sin comentario.
Antes de que comenzaran los bombardeos, la Organización de Agricultura y Alimentos (OAA) de Naciones Unidas ya había advertido que más de siete millones de personas corrían peligro de morir de hambre si se iniciaba la campaña militar. Una vez comenzados los bombardeos, esta organización advirtió que el riesgo de desencadenar una catástrofe humanitaria a corto plazo era muy alto y que, además, los bombardeos han interrumpido la siembra del 80 por ciento del suministro de cereal del país, con lo que las consecuencias para el próximo año serán aún más graves.
Cuáles serán exactamente las consecuencias es algo que no sabremos nunca. La inanición no mata de forma instantánea. La gente come raíces, hojas, y se mantiene viva durante algún tiempo. Los efectos del hambre pueden consistir en la muerte de niños nacidos de madres desnutridas dentro de un año o dos, y todo tipo de consecuencias. Además, nadie va a preocuparse por averiguarlo, porque Occidente no está interesado en tales cosas y otros no disponen de los recursos necesarios. Existen numerosos ejemplos de esta indiferencia. En agosto de 1998, Clinton bombardeó Sudán y destruyó la mitad de sus suministros farmacéuticos, junto con la fábrica que los producía. Las consecuencias de ese ataque son desconocidas. Los pocos intentos que se han hecho (realizados por la embajada alemana en Sudán y algunos investigadores independientes) para determinar el número de víctimas mortales indican que fueron decenas de miles de personas. En realidad, nadie intentó indagar seriamente en este asunto porque ¡a nadie le importa! No es importante, es normal, es corriente que un par de bombas tengan el efecto de dejar decenas de miles de cadáveres en un pobre país africano.
Algo semejante, aunque probablemente a una escala mucho mayor, se está preparando en este momento ante nosotros. Las consecuencias se desconocen y probablemente no se conocerán nunca en detalle. Pero lo que sí sabemos es que éstas son las expectativas en las que se basa la civilización occidental al trazar sus planes. Y sólo aquellos que desconozcan completamente la historia moderna se verán sorprendidos por el desarrollo de los acontecimientos o por las justificaciones que les ofrecen las clases educadas. Estos son asuntos importantes que, a mi pesar, dejaré de lado por falta de tiempo.
Podría decir que la mezcla de crueldad sádica y autoadulación embelesada fue expresada... bueno, para dar un ejemplo concreto, fue expresada con bastante precisión por la prensa estadounidense hace aproximadamente cien años, durante la noble campaña para "elevar y cristianizar" las Filipinas, en palabras de nuestro presidente de entonces. Y en efecto, en los años siguientes elevaron con éxito a medio millón de filipinos aproximadamente --masacrándolos-- junto con los horrendos crímenes de guerra cometidos por los viejos combatientes indios que eliminaban a los "negros", como les llamaban entonces. Hasta que por fin todo aquello empezó a provocar un cierto desasosiego en Estados Unidos, y entonces la prensa explicó que hace falta paciencia para vencer el mal, y que iba a ser una guerra larga, y que tendríamos que seguir "masacrando a los nativos a la manera inglesa [hasta que] esas malaconsejadas criaturas" que nos resisten aprendan por lo menos a "respetar nuestras armas" y más tarde lleguen a entender que lo único que les deseamos es "libertad [y] felicidad". Igual que hoy en Afganistán, y en tantos otros lugares durante cientos de años.
Bien sé que lo que he dicho es demasiado breve, pero permítanme que deje de lado este tema espeluznante para pasar a la segunda cuestión: ¿Qué es la "nueva guerra contra el terrorismo"? El objetivo del mundo civilizado ha sido anunciado muy claramente por los centros del poder. Debemos "erradicar la maligna plaga del terrorismo", una plaga propagada por los "depravados enemigos de la civilización misma" en un "regreso a la barbarie dentro de la edad moderna", y así sucesivamente. ¡Noble empresa, qué duda cabe!
Para examinar esta tarea con una perspectiva adecuada hemos de reconocer, contrariamente a lo que se está diciendo, que la Cruzada no es nueva. En realidad, las frases que acabo de citar fueron pronunciadas hace 20 años por el presidente Ronald Reagan y su Secretario de Estado, George Schultz. Reagan primero, y poco después Schultz, llegaron al gobierno proclamando que la lucha contra el terrorismo internacional sería el núcleo de la política exterior estadounidense. Y respondieron a la plaga organizando campañas de terrorismo internacional a una escala y con un nivel de violencia sin precedentes, hasta el punto de que provocaron incluso la condena del Tribunal Internacional de Justicia por "uso ilícito de la fuerza", en palabras del Tribunal; es decir, por terrorismo internacional. A esto siguió una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que instaba a todos los estados a observar las leyes internacionales, resolución que Estados Unidos vetó. Como también vetó (en solitario, con uno o dos de sus estados-clientes) sucesivas resoluciones similares de la Asamblea General de la ONU.
Resulta entonces que la "nueva guerra contra el terrorismo" está liderada por el único país del mundo que ha sido condenado por el Tribunal Internacional de Justicia por terrorismo internacional, y que ha vetado una resolución en la que se pedía a todos los estados que observasen las leyes internacionales (lo cual sería tal vez aconsejable).
La sentencia en la que el Tribunal Internacional de Justicia ordenaba poner fin a los crímenes de terrorismo internacional y pagar indemnizaciones significativas fue rechazada con desdén en la totalidad del espectro de opinión. El New York Times informó al público que el Tribunal era un "foro hostil" y que en consecuencia no tenemos por qué hacerle el más mínimo caso. Washington reaccionó inmediatamente a las resoluciones del Tribunal aumentando sus guerras económicas y terroristas, y emitiendo órdenes oficiales a su ejército mercenario, con base en Honduras, para que atacara "objetivos blandos" (soft targets). Esas fueron las órdenes oficiales: atacar "objetivos blandos" --es decir, objetivos civiles indefensos, como clínicas, cooperativas agrícolas, etc.--y evitar combates directos con el ejército, gracias al total control aéreo de los Estados Unidos y el sofisticado sistema de comunicaciones que le proporcionaba a las fuerzas terroristas atacando desde bases extranjeras.
Estas órdenes suscitaron un ligero debate. No demasiado, ya que se consideraban actos legítimos, pero con ciertas reservas. O sea, legítimos sólo si se cumplían ciertos criterios prácticos. En esta vena, un comentarista político prominente como Michael Kinsley, considerado el representante de la Izquierda en las discusiones de los grandes medios de comunicación (en esta época escribía para el Wall Street Journal), aducía que las justificaciones dadas por el Departamento de Estado para los ataques terroristas sobre "objetivos blandos" no debían ser rechazadas de plano. Una "política sensata", escribía Kinsley, debe "pasar satisfactoriamente la prueba de un análisis de costos y beneficios". Es decir, un análisis de "la cantidad de sangre y miseria que se derramarán en comparación con la probabilidad de que la democracia emerja al otro lado".
"Democracia" significa lo que las elites occidentales deciden que significa. Y esta interpretación se demostró con perfecta claridad en la región en aquella época. Se da por entendido que las elites occidentales tienen el derecho de realizar este tipo de análisis y llevar adelante el proyecto si pasa satisfactoriamente sus pruebas.