Saturday, August 10, 2002

LA HISTORIA COMO CATASTROFE



Por José Pablo Feinmann
La dialéctica histórica implica la certeza del progreso. La historia, entre contradicciones, avanza. Es más: esas contradicciones son las que garantizan el progreso de la historia, ya que ésta es dialéctica y la dialéctica progresa por medio de las contradicciones. De esta forma, el pensamiento de la izquierda se estructuró, siempre, como una filosofía de la historia en la que se realizaba una finalidad, una teleología: la liberación de los oprimidos. Me propongo ser exhaustivo en las citas que ilustran esta tesis, dado que es necesario, porque es importante preguntarse hoy, en la Argentina o en América latina, si se está o no en presencia de una situación pre-revolucionaria, según se está diciendo, afirmativamente, en el modo de la convicción. Sartre, en el prólogo que escribe para el libro de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, dice: “La descolonización está en camino; lo único que pueden intentar nuestros mercenarios es retrasar su realización”. “Nuestros mercenarios” eran los paracaidistas franceses, feroces torturadores en los que se inspiraron los militares de la dictadura procesista. Repasemos sólo una frase: “La descolonización está en camino”. O sea, la historia está en camino, ya que la historia es la historia de la descolonización. La historia tiene una temporalidad lineal y homogénea, es irreversible, de aquí que quien la enfrente sea un “reaccionario”, reacciona contra el progreso inevitable de la historia. Fanon, a su vez, escribe: “Las represiones, lejos de quebrantar el impulso, favorecen el avance de la conciencia nacional”. Ernesto Guevara retoma esta idea: al ser inevitable la liberación de los oprimidos, la violencia de los opresores sólo puede acelerar la temporalidad revolucionaria. Escribe: “Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión: hacerla total (...). Entonces su moral irá decayendo. Se hará más bestial todavía, pero se notarán los rasgos del decaimiento que asoma” (Crear dos, tres... muchos Vietnam es la consigna, 1967). También el Che –en un texto de septiembre de 1963 y citando la “Segunda declaración de la Habana”– dice: “En muchos países de América latina, la revolución es hoy inevitable. Ese hecho (...) está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados” (Guerra de guerrillas, un método, 1963). Vamos ya al siglo XIX, indaguemos en el corazón dialéctico de los padres del socialismo. Marx dice: “La burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios”. Y más adelante: “La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables” (Manifiesto comunista, 1848). Y Engels: “Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como resultado de la próxima revolución social” (De la autoridad, 1874). Esta “revolución social”, en 1874, pese a advertir muy lúcidamente, en otros textos, en textos epistolares sobre todo, el aburguesamiento de los obreros ingleses, Engels todavía la imaginaba en Inglaterra. Y por fin, saltando otra vez al siglo XX y eligiendo entre mil posibilidades, Norberto Bobbio: “La gradual equiparación de las mujeres a los hombres (...) es uno de los signos más certeros del imparable camino del género humano hacia la igualdad” (Derecha e izquierda, pág. 175).
Contra estas visiones “garantistas” de la historia, contra estas certezas de una temporalidad lineal y homogénea en la que se realizan (“inevitablemente”) los deseos de los oprimidos, se volvió un filósofo tramado por los padecimientos de la historia, un filósofo que perteneció a una Escuela, la de Frankfurt, a la que también pertenecía otro filósofo,Horkheimer, que postulaba pensar la historia como “historia de las víctimas”, y, en fin, a la que pertenecía otro filósofo, Adorno, que puso la tragedia de Auschwitz en el centro de la reflexión y elaboró un dictum incómodo y complejo: “No se puede escribir poesía después de Auschwitz”. Ese filósofo es Walter Benjamin y el texto en el que impugna las visiones lineales, redentoristas de la historia, se titula: “Tesis de filosofía de la historia”. Como buen marxista (porque este filósofo irreverente era marxista; era, digamos, un marxista irreverente, de aquí su honda creatividad en el campo de las ideas), Benjamin acude a la palabra “tesis”, pues acudir a ella es acudir a un lugar luminoso del pensamiento de Marx: las “Tesis sobre Feuerbach”. Son textos breves, herméticos y luminosos a la vez. Benjamin no ve la historia como “progreso” sino como “catástrofe”. En la Tesis nueve habla de un cuadro de Klee, Angelus Novus, en el que un ángel, el ángel de la historia, echa una mirada hacia el pasado y lo arrasa el horror, el pasmo. “Donde a nosotros (escribe Benjamin) se nos manifiesta una cadena de datos” (nota: los “datos” son los “hechos” y la “cadena” es la teleología dialéctica que les otorga un “sentido”), él ve “una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina”. Y luego, en la Tesis once, dice: “Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están nadando con la corriente”. Y en la Tesis trece propone una tarea para el pensamiento crítico de izquierda: “La representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución deberá construir la base de la crítica a tal representación del progreso”. O sea, al no existir una temporalidad lineal y homogénea, la historia no puede concebirse como “progreso” y “reacción”. No hay en ella nada “inevitable”. Cuando –seguimos el ejemplo de Benjamin– los obreros alemanes creen que nadan con la corriente, se corrompen. No hay corriente de la historia. Nada está prefigurado. No hay un orden dialéctico inmanente que asegura la inevitable realización de ciertos hechos.
Estas ideas no son simpáticas. Brecht, en agosto de 1941, luego de leer las “Tesis” de Benjamin, que era su amigo, comenta: “Pienso con terror qué pequeño es el número de los que están dispuestos por lo menos a no malentender algo así”. Confieso que comparto ese terror de Brecht, y confieso que temo también que ocurra lo mismo con muchos lectores de estas líneas. “Pero, usted es un pesimista.” ¡Qué bobería intolerable es ésta del pesimismo! ¡Qué chantaje insustancial el de pretender que seamos optimistas! Heidegger (y sabía por qué) abominaba de las categorías “optimismo” o “pesimismo”. Decía: “El oscurecimiento del mundo, la huida de los dioses, la destrucción de la tierra, la masificación del hombre (...), han alcanzado en todo el planeta tales dimensiones que categorías tan pueriles como las del optimismo y del pesimismo se convirtieron, desde hace tiempo, en risibles” (Introducción a la metafísica, Cap. I).
Confieso que estoy más cerca de la visión de Benjamin sobre la historia como catástrofe que de la visión de la izquierda dialéctica sobre la historia como progreso inevitable, como teleología de la liberación del hombre. Confieso que no siempre fue así. Que ese cambio de creencia (dado que yo creía en la historia como progreso dialéctico) está fechado, y que entre ambas concepciones, en medio de ellas, explicando trágicamente el reemplazo de una por otra, hay treinta mil cuerpos que ya no están. Hay un genocidio. Está la ESMA, nuestro Auschwitz. De modo que (sin desear licuar los ímpetus de nadie) escriba textos como éste, o recurra (como advertencia) a textos como los que cité y, sobre todo, recurra a Walter Benjamin. Y también –en este exacto punto– a Gramsci: porque el pesimismo de la razón no está contra el optimismo de la voluntad sino que le otorga espesor y le resta inmediatismos, y errores, y derrotas, y víctimas.


EL MIEDO A LA IDEA


Por Julio Nudler
Cuando recién comenzaba el gobierno de Carlos Menem, a Jorge Gaggero, economista entonces del Grupo Macri, le fue ofrecido el cargo de viceministro en Obras Públicas, durante la gestión de Roberto José Dromi. La propuesta surgía de un acuerdo entre el gobierno y un pool de grandes empresas, por el cual éstas cubrirían un número de importantes cargos en el Ejecutivo. Gaggero no aceptó el ofrecimiento, como consecuencia de lo cual también debió dejar su empleo. Aquella confusión entre intereses privados y públicos permitió que conglomerados empresarios colocaran gente suya en puestos ministeriales estratégicos con el fin de armar negocios desde dentro del Estado, y luego volver a sus tareas originales. Un caso bien conocido es el de las concesiones viales, a propósito de las cuales están encausados diversos ejecutivos de las constructoras que integran el llamado “club del peaje”, oportunamente convertidos en funcionarios del gobierno. Esta práctica, común durante el menemismo, no cesó con la Alianza.
Después de todos estos años, Gaggero subraya la poca atención que se presta al papel jugado por los factores culturales en esta catástrofe argentina. Dice que sólo algunos observadores extranjeros agudos, como Stefano Zamagni, de la Universidad de Bolonia, lo destacaron: “El puso énfasis en la destrucción en este país de la cultura del trabajo, lo mismo que Alain Turaine, que señaló algo semejante al aventurar la posible desaparición de la Argentina”. Pero también se ha destruido en gran medida el pensamiento independiente, necesario para mantener despierta a la sociedad, de modo que ésta controle a sus políticos. “Este rol de la intelectualidad falló en la Argentina –afirma Gaggero–. El espacio de las ideas fue ocupado por universidades privadas, por lo común sesgadas, y por fundaciones mayoritariamente capturadas por el poder económico concentrado.”
El prolongado mantenimiento de la convertibilidad, tan inexplicable para los observadores externos, respondió en parte a ese deterioro, a ese “extravío cultural”, que impidió que la sociedad fuera advertida de lo que terminaría pasando. “De ese extravío –según Gaggero– fueron cómplices destacados intelectuales. El Estado mismo estuvo dominado por personajes que reprimieron el pluralismo y usaron el poder para tapar las escasas voces opositoras.” Esa actitud llevó incluso a ocultar el resultado de valiosas investigaciones, encargadas por el propio Estado a profesionales independientes, e incluso financiadas por organismos multilaterales, porque cuestionaban la política seguida. En vez de alimentar el debate, se evitó toda difusión.
Un caso fue el de los estudios sectoriales realizados entre 1991 y 1992 para analizar las perspectivas de competitividad en un amplio número de sectores productivos, y el efecto que tendrían sobre ella las privatizaciones que se estaban desarrollando. Uno de esos trabajos, realizado por Pablo Gerchunoff y Gaggero, analizaba lo que supondría para la competitividad argentina la privatización de YPF, que estaba entonces en camino, si se realizaba como estaba previsto. El diseño no había sido discutido aún en el Congreso ni con las provincias.
El estudio, que no fue divulgado, aunque estaba prevista su publicación, concluía que la suma de desregulación petrolera y venta de YPF en bloque, sin fraccionar, con su posición monopólica en el mercado del gas y la imposibilidad de competir por parte de la importación de combustibles, planteaba la alta probabilidad de que el precio interno de los hidrocarburos acabara fijándose muy por encima del valor internacional. Y así ocurrió. Hay estudios que estiman en no menos de 2000 millones de dólares anuales la transferencia de recursos en favor de las petroleras en los períodos de altos precios del crudo. Esos fuertes costos anticompetitivos fueron soportados por toda la sociedad.
El trabajo no solo no fue tomado en cuenta por el Poder Ejecutivo, que lo había encomendado, sino tampoco por las fuerzas políticas relevantes enel Parlamento. Ni el bloque justicialista ni el radical le prestaron atención. “A las provincias petroleras –dice Gaggero– las compraron con el pago de las regalías adeudadas y con su participación en el precio de venta de YPF. Y las provincias privilegiaron la plata a corto plazo, que podían gastar, sin pensar en las consecuencias a largo plazo para todos los argentinos.”
“Me consta que algunos de los inventores de la convertibilidad tenían claro desde el principio –afirma Gaggero– que en el momento en que hubiese una crisis se caería el sistema bancario. En abril de 1991 -recuerda– participé de una discusión, junto a una decena de economistas y Juan Llach (entonces secretario de Programación), sobre las posibilidades de la convertibilidad, sus pros y sus contras. Allí quedó claro que en algún momento, ante una crisis de desconfianza, se desataría una corrida que los bancos no podrían resistir.”
En aquellos tiempos, la supresión de toda duda se justificaba con la excusa de que cualquier cuestionamiento podía minar la confianza y deteriorar las expectativas, de las que finalmente dependía la supervivencia de la convertibilidad. “Había una actitud totalitaria -según Gaggero–. Hasta Miguel Angel Broda, cuando una vez osó plantear alguna crítica a la política de Domingo Cavallo, sufrió la difusión de conversaciones privadas profesionales suyas, supuestamente grabadas por servicios de inteligencia. Esta represión de la disidencia prosperó en un contexto social de gran consenso, basado en un análisis muy superficial de la estrategia en marcha y alimentado por los miedos que habían dejado la dictadura militar y la hiperinflación.”
La persecución la sufrió todo economista que osara publicar que la convertibilidad no era sustentable. Los críticos quedaban excluidos de todo seminario o evento profesional, y las fundaciones para las que trabajaban perdían cualquier apoyo público y privado. “También hubo mucha autocensura de los intelectuales –destaca Gaggero–. La mayoría de quienes en privado analizaban críticamente la estrategia dominante optaron por no decirlo públicamente para no sufrir las consecuencias. Esto fue lo más deletéreo. En 1995, cuando el Efecto Tequila, los consultores les contaban la verdad en privado a los clientes que les pagaban, pero no advertían gratis a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, como hacen los economistas serios del Primer Mundo.”

Al sistema –sintetiza Gaggero– no se le ocurrió impedir que las grandes empresas y el capital concentrado contara con buena información, a diferencia de la desinformación de la ciudadanía. “Por eso –explica–, en la corrida bancaria final de la convertibilidad zafaron a tiempo quienes pudieron comprar un buen asesoramiento económico privado, mientras que el depositante medio quedó atrapado en el corralito.”
Todo el esfuerzo se centraba en sostener a toda costa una creencia mágica, surgida tras el gran fracaso social que le quedó endosado a Raúl Alfonsín. “La sociedad no hizo una indagación profunda sobre las raíces de ese fracaso –precisa Gaggero–, su vinculación con la dictadura y lo que implicó que por primera vez, en ese tiempo, gobernara directamente el poder económico con la suma del poder público.”
“No hay que olvidar –dice– que cuando todo el país estaba silenciado y nadie podía emitir una idea, casi simultáneamente se fundaron en Córdoba la Mediterránea y en Buenos Aires el CEMA. Ellos pudieron porque fueron fundados por el poder económico. Cuando llegó la democracia, asumió los condicionamientos que le legó la dictadura, y se extravió –sostiene–, y esas usinas contribuyeron a extraviarla. La clase política acabó disciplinada bajo el liderazgo de un poder económico concentrado y habituado a modos del pasado, anacrónicos.”
En cuanto al futuro, y como recordó Zamagni, Albert Einstein sostuvo que no se pueden resolver los problemas con las mismas categorías mentales de los que los ocasionaron. “Esto vale para los políticos, pero también para los economistas –asegura Gaggero–. Si la agenda la siguen definiendo losresponsables del derrumbe, no hay salida. Pero hay agendas nuevas que se están construyendo desde el llano. Las cosas recién van a cambiar en serio cuando el avance político permita que las nuevas ideas, que respecto de lo sucedido con la Argentina surgen tanto dentro como fuera del país,
desplacen a las que provocaron la catástrofe.”



Thursday, August 08, 2002


CUANDO EL TIEMPO NO DEVIENE EN PROYECTO



AUTOR: JORGE CONTI


El título está tomado de una frase de Silvia Bleichmar. En el artículo “La derrota del pensamiento”, de su libro “Dolor País”, ella señala que, subordinada la política a la economía, subordinados gran parte de los intelectuales a los organismos oficiales, uno de los factores para construir una perspectiva de futuro y recomponer las significaciones sociales, es que ésta generación de intelectuales recupere su legado histórico.
Si la sociedad ha quedado librada a los oportunistas y sumida en el sufrimiento moral y en las pérdidas materiales, es porque el pensamiento ha sido derrotado. Sin embargo y sobre todo a partir de los sucesos de diciembre, ya no hay lugar para construir y “ejercer poder como simple representación y transformar a la política en deporte” y hay que atreverse a pensar, es decir, no hacer más concesiones al relativismo intelectual frente el doloroso paisaje humano que nos rodea.
Hay un concepto acuñado por Silvia Bleichmar: el de “malestar sobrante”. Malestar sobrante, dice, es esa cuota extra de malestar, más allá de las renuncias que la vida social impone, es haber sido despojados de un proyecto trascendente a causa de la brutal transformación histórica de la última década.
El malestar que cada época impone es soportado si existe la garantía de que ese malestar cesará algún día y se convertirá en felicidad. Pero si, como sucede con el llamado “pensamiento único” y las políticas que nos impone, no hay nada en nuestra vida que nos indique que ese malestar alguna vez terminará, entonces “el tiempo no deviene en proyecto” y nuestra vida deja de tener sentido.
Una buena metáfora de este concepto es la visita del señor Paul O’Neill. Sabíamos que vendría, su adviento nos había sido anunciado, pero también se nos dijo que nada debíamos esperar de ese acontecimiento. Como la globalización, como la sociedad de mercado, como la “realpolitik” neoliberal, esa epifanía se agota en sí misma, no hay ninguna opción allí.
Atreverse a pensar y a identificar nuestros propios ideales es, pues, una audacia necesaria para recuperar la posibilidad de que el tiempo vuelva a constituirse en un proyecto abierto.
Si durante la década de los noventa a alguien se le hubiera ocurrido mencionar a John Kenneth Galbraith y a John Maynard Keynes ante la cúpula de la UIA, la acusación más suave que hubiera merecido habría sido la de “estatista” anacrónico, culpable de la aberrante intención de volver a épocas superadas. “El mercado ha reemplazado al estado benefactor” hubieran clamado los dirigentes empresarios, fascinados en aquellas épocas por la escalada de privatizaciones y desregulaciones que llevaba adelante el califato.
Sin embargo, en el mes de noviembre del año pasado, Federico Poli y Miguel Peirano, economistas jefes de la UIA, publicaron una nota que, bajo el título “La historia enseña cómo salir de la crisis”, establecía una analogía entre la crisis argentina y la depresión norteamericana de 1929 y apelaba al pensamiento de John Kenneth Galbraith. Tarde. Como siempre, demasiado tarde.
Quienes fueron y son mis cansados oyentes de radio pueden dar testimonio de que me pasé los diez años menemistas citando a Keynes y a Galbraith, no porque me creyera un genio de la economía sino solo por conocer un poco de historia. No me engaño: como lo señala el escritor Mempo Giardinelli, los grandes dirigentes empresarios de nuestra época, salvo honrosas excepciones, en nada se parecen a los hombres de 1880 que diseñaron el único proyecto de país, más bien han sido ignorantes, oportunistas y complacientes con el poder de turno.
Las teorías económicas no son para ellos construcciones destinadas a configurar políticas de estado y proyectos de nación, sino recetas de ocasión intercambiables y a mano según convenga a sus intereses.
Sin embargo aquél era el momento para oponerle a Carlos Menem las recetas de Keynes y de Galbraith, cuando el estallido de la deuda externa ya presagiaba el desastre actual, cuando era tiempo de salvar algo y particularmente porque los Estados Unidos nunca dejaron de aplicarlas en beneficio propio. Pero la farándula de fiesta en compañía de los dirigentes sindicales era “metal de más imán”, como diría Shakespeare.
Once años después y cuando escandalosamente las políticas de Domingo Cavallo se continuaron en el gobierno de la Alianza, entonces los economistas de la UIA descubrieron que “nada es tan difícil de resolver como la salida de una prolongada y profunda recesión de la economía con caída de precios, de salarios y de producción, que no encuentran ningún nivel que restablezca el equilibrio de los mercados”. Once años después despertaron y vinieron a descubrir que “la situación es peor que la de la década de los ’80 con la hiperinflación”.



Era hora de que se dieran cuenta de que los mercados no se equilibran solos. Era hora de que se dieran cuenta de que la recesión es peor que la inflación. Lo habían aprendido a costa del sufrimiento de millones de argentinos y del saqueo más formidable del país en toda su historia. Tarde, admitían, por fin, que “los llamados mercados, los organismos internacionales y las cotizaciones de los títulos públicos y privados son los últimos en reconocer el fracaso de un esquema de política económica”.
Como si recién hubieran descubierto la existencia de John Kenneth Galbraith, estos economistas se ponían ahora sus libros bajo el sobaco y decían que es útil recurrir al pensamiento de economistas prestigiosos. Sin embargo, Galbraith siempre había estado allí, en las bibliotecas de las facultades y en las librerías.
Cuando el enorme costo social ya se había pagado –y se seguiría pagando hasta hoy, ellos venían a contarnos que en la crisis que llevó a Estados Unidos a la depresión están presentes las mismas causas que llevaron a la Argentina a la situación actual. Solo que la depresión norteamericana fue en 1929: no había ninguna excusa para no haber aprendido y repetir el error setenta y dos años después.
Federico Poli y Miguel Peirano, deslumbrados por sus flamantes conocimientos, afirmaban que “existen principios básicos para el funcionamiento de una economía capitalista que no pueden vulnerarse gratuitamente” y enumeraban las que para Galbraith son las cinco causas de la depresión:

1) la injusta distribución de la riqueza que afecta al consumo y por lo tanto al crecimiento

2) la distorsión de los precios relativos que afecta a los productores y reduce las divisas

3 ) la caída de las empresas nacionales

3) el desmantelamiento del sistema financiero nacional como resorte de la producción y el consumo

4) 5) y la pérdida del sentido común en el pensamiento económico, reemplazado por la teoría del piloto automático

Esto fue precisamente lo que hizo Cavallo durante el gobierno de Menem y el lastimoso gobierno de De La Rúa. ¿Era necesario llegar a la catástrofe actual para descubrir esto?. ¿Porqué los economistas de la UIA no lo dijeron antes?.
No me conmovió que los grandes empresarios confesaran por fin que estamos en esta situación porque se tomaron caminos equivocados. Es demasiado caro el precio que se ha pagado para que ellos experimentaran esa apoteosis. Lo que me angustió -y todavía sigue angustiándome- es el relativismo moral, el retroceso intelectual y la incapacidad de construir utopías, como expresión de la derrota del pensamiento ante la falacia del “pensamiento único”.
Como señala Silvia Bleichmar, es necesario tener la audacia de “asomarse al pensamiento” e instrumentar nuevas preguntas, con respeto por la historia, pero sin nostalgia por el pasado.





































ARGENTINOS EN LA ENCRUCIJADA

Por Marcos Aguinis


¿YA nos olvidamos del "voto bronca" que descalificó las últimas elecciones? El creciente fuego comicial ante las elecciones internas de noviembre y las generales de marzo parece haberlo extraviado de la memoria, pese a que, en su momento, representó la más sonora bofetada que se les dio a los políticos desde que existe la democracia en nuestra tierra. Precandidatos y periodistas dedican esfuerzos a la nueva campaña, sin prestar debida atención al desencanto y rencor de la ciudadanía. Por una parte, es cierto que el país necesita con urgencia autoridades legitimadas por elecciones, pero, por la otra, la gente boquea por falta de oxígeno y desconfía de todo y de todos. ¿Surgirá de las urnas un gobierno apto para cambiar la tendencia al abismo que predomina en estos momentos?
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El apagón productivo que se inició en 1997 y llega a escandalosas dimensiones en la actualidad arrasa como la peste. Los niveles del desastre no tienen paralelo. La sociedad sufre aflicción y desconcierto. Las dirigencias no saben qué hacer, están desbordadas y optan por mantener el statu quo mediante la repetición de reflejos arcaicos, inconducentes, que por lo menos las dejen seguir viviendo. Son grotescas, patéticas.
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Qué queremos ser
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Mientras, la sociedad expresa contradicciones y confusión. Ni siquiera puede pensar con serena lógica. Hierve de emoción violenta, busca enemigos, quiere linchar. Padece la destrucción del país que regó con sudor y sueños. Sufre el espectáculo absurdo de que en el "granero del mundo" haya hambre porque no se aplica un adecuado gerenciamiento estatal, y ha debido poner en marcha iniciativas solidarias privadas, admirables, para alimentar a la gente por debajo del nivel de pobreza. El pueblo argentino arde de dolor y cólera, pero demuestra tener reservas morales.
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Esas reservas, sin embargo, pueden ser arrastradas hacia una nueva frustración. Debemos prender las alarmas.
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La globalización, que tanto se critica, tiene algunos elementos buenos. Entre ellos, la posibilidad de enterarnos en el acto de lo que sucede en otras regiones del planeta. Entre las cosas que debemos mirar es que en el planeta hay naciones que crecen y naciones que declinan, hay naciones prósperas y naciones miserables. No es un dato menor, porque los factores que las llevaron hacia uno u otro destino ya no forman parte de un misterio insondable. Son naciones que pertenecen a nuestro mismo pequeño globo y están sometidas a dificultades comunes. Sólo que algunas convierten las dificultades en un trampolín, y otras, en un tobogán.
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La confundida ciudadanía argentina debe plantearse una pregunta básica, como si de ella dependiese su vida o su muerte. ¿Quiere ser una nación que crece o una nación que declina? ¿Quiere ser una nación próspera o una nación miserable? ¿Queremos ser iguales a Cuba? ¿A Zimbabwe? ¿A Corea del Norte? ¿A Haití? ¿O preferimos asemejarnos a Noruega, Irlanda, Suecia o España? Esa decisión es inexcusable para poder elegir entre los dos caminos que presenta la actual encrucijada.
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¿A quién votar?
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En un artículo reciente, Natalio Botana dibujó con arte el laberinto del llamado "centro" político nacional. Hacia allí apuntan los candidatos que buscan el voto moderado e independiente, que será la mayoría de los próximos comicios. Este centro moderado pretende distinguirse de los extremos que generan justificable resquemor, llámense trotskismo, populismo u oportunismo.
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Pero una cosa es diferenciarse de la derecha autoritaria y torpe en materia social y de la izquierda ruidosa o ingenua, y otra muy distinta es presentarse con piel de cordero para seguir con los mismos vicios que destruyeron a nuestro país. Esa línea mentirosa llevará a otra frustración. Y van...
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A mi juicio, la sociedad debería mostrar la misma energía que derramó en los cacerolazos y asambleas populares para exigir que el nuevo gobierno no sea moderado en las reformas. Que no sea moderado para que avancemos de manera clara hacia tipos de sociedad como los que caracterizan a Noruega, Irlanda, España o Suecia. De lo contrario, proseguirá nuestra decadencia y seremos Haití. El país ha llegado a un punto en que no se puede permitir ambigüedades.
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La encrucijada tiene claros carteles indicadores: o se marcha hacia el declive o se marcha hacia el ascenso. El ascenso se caracteriza por consignas que deben materializarse en leyes de hierro, absolutamente inviolables, que transformen la República Argentina en un país serio y confiable. Repito: serio y confiable. Si comienza a imponerse semejante modalidad, el resto, tarde o temprano, se corregirá por añadidura.
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El hambre, la pobreza, la inseguridad y el desencanto no se podrán resolver con gestos de caridad, ni aunque estén divinamente inspirados. Se resolverán con fuentes de trabajo y una sistemática vigorización productiva. Para eso hace falta dinero. ¡No seamos hipócritas! Hace falta el sucio e insensible dinero.
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Sin dinero nada podrá ser activado, sino la decadencia. Hay tanta confusión en la Argentina que muchos tienen vergüenza de defender la propiedad privada y, sin embargo, se enojan cuando les violan los bolsillos con el corralito. El sucio dinero sólo aparece, como un desconfiado y asustadizo animal, cuando hay seguridad jurídica, respeto firme por los contratos, valor de la palabra, previsibilidad. Aparece cuando el Estado deja de chupar el crédito que debería orientarse a las pequeñas y medianas empresas y cuando deja de sostener una burocracia al servicio de la corporación política, sindical y empresarial no competitiva. El sucio dinero aparece cuando se efectúa una recaudación eficiente, sin escandalosos privilegios. Y el sucio dinero alcanza para las obras sociales cuando se lo gasta con criterio y no termina en las faltriqueras de la corrupción, las prebendas y el punterismo político.
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La Argentina, en esta encrucijada, tiene la oportunidad de elegir a alguien que no venga a confundirnos con medidas de corto plazo ni promesas complacientes, ni limitándose al seductor expediente de poner toda la culpa afuera. No. El país necesita visionarios, gente con convicción para las reformas serias y en serio, que empiece con nosotros mismos. Un cambio que implique romper con dependencias corporativas, vicios políticos y envejecidos discursos.
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En el actual espectro político no hay mucho para elegir, lamentablemente. Pero dentro de esa gama podemos diferenciar a los que representan el fracaso (por las lealtades y fijaciones que no podrán romper) y los que representan el progreso de verdad.
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El último libro de Marcos Aguinis es El atroz encanto de ser argentinos .
.<< Comienzo de la notaDENVER, Colorado
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¿YA nos olvidamos del "voto bronca" que descalificó las últimas elecciones? El creciente fuego comicial ante las elecciones internas de noviembre y las generales de marzo parece haberlo extraviado de la memoria, pese a que, en su momento, representó la más sonora bofetada que se les dio a los políticos desde que existe la democracia en nuestra tierra. Precandidatos y periodistas dedican esfuerzos a la nueva campaña, sin prestar debida atención al desencanto y rencor de la ciudadanía. Por una parte, es cierto que el país necesita con urgencia autoridades legitimadas por elecciones, pero, por la otra, la gente boquea por falta de oxígeno y desconfía de todo y de todos. ¿Surgirá de las urnas un gobierno apto para cambiar la tendencia al abismo que predomina en estos momentos?
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El apagón productivo que se inició en 1997 y llega a escandalosas dimensiones en la actualidad arrasa como la peste. Los niveles del desastre no tienen paralelo. La sociedad sufre aflicción y desconcierto. Las dirigencias no saben qué hacer, están desbordadas y optan por mantener el statu quo mediante la repetición de reflejos arcaicos, inconducentes, que por lo menos las dejen seguir viviendo. Son grotescas, patéticas.
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Qué queremos ser
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Mientras, la sociedad expresa contradicciones y confusión. Ni siquiera puede pensar con serena lógica. Hierve de emoción violenta, busca enemigos, quiere linchar. Padece la destrucción del país que regó con sudor y sueños. Sufre el espectáculo absurdo de que en el "granero del mundo" haya hambre porque no se aplica un adecuado gerenciamiento estatal, y ha debido poner en marcha iniciativas solidarias privadas, admirables, para alimentar a la gente por debajo del nivel de pobreza. El pueblo argentino arde de dolor y cólera, pero demuestra tener reservas morales.
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Esas reservas, sin embargo, pueden ser arrastradas hacia una nueva frustración. Debemos prender las alarmas.
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La globalización, que tanto se critica, tiene algunos elementos buenos. Entre ellos, la posibilidad de enterarnos en el acto de lo que sucede en otras regiones del planeta. Entre las cosas que debemos mirar es que en el planeta hay naciones que crecen y naciones que declinan, hay naciones prósperas y naciones miserables. No es un dato menor, porque los factores que las llevaron hacia uno u otro destino ya no forman parte de un misterio insondable. Son naciones que pertenecen a nuestro mismo pequeño globo y están sometidas a dificultades comunes. Sólo que algunas convierten las dificultades en un trampolín, y otras, en un tobogán.
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La confundida ciudadanía argentina debe plantearse una pregunta básica, como si de ella dependiese su vida o su muerte. ¿Quiere ser una nación que crece o una nación que declina? ¿Quiere ser una nación próspera o una nación miserable? ¿Queremos ser iguales a Cuba? ¿A Zimbabwe? ¿A Corea del Norte? ¿A Haití? ¿O preferimos asemejarnos a Noruega, Irlanda, Suecia o España? Esa decisión es inexcusable para poder elegir entre los dos caminos que presenta la actual encrucijada.
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¿A quién votar?
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En un artículo reciente, Natalio Botana dibujó con arte el laberinto del llamado "centro" político nacional. Hacia allí apuntan los candidatos que buscan el voto moderado e independiente, que será la mayoría de los próximos comicios. Este centro moderado pretende distinguirse de los extremos que generan justificable resquemor, llámense trotskismo, populismo u oportunismo.
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Pero una cosa es diferenciarse de la derecha autoritaria y torpe en materia social y de la izquierda ruidosa o ingenua, y otra muy distinta es presentarse con piel de cordero para seguir con los mismos vicios que destruyeron a nuestro país. Esa línea mentirosa llevará a otra frustración. Y van...
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A mi juicio, la sociedad debería mostrar la misma energía que derramó en los cacerolazos y asambleas populares para exigir que el nuevo gobierno no sea moderado en las reformas. Que no sea moderado para que avancemos de manera clara hacia tipos de sociedad como los que caracterizan a Noruega, Irlanda, España o Suecia. De lo contrario, proseguirá nuestra decadencia y seremos Haití. El país ha llegado a un punto en que no se puede permitir ambigüedades.
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La encrucijada tiene claros carteles indicadores: o se marcha hacia el declive o se marcha hacia el ascenso. El ascenso se caracteriza por consignas que deben materializarse en leyes de hierro, absolutamente inviolables, que transformen la República Argentina en un país serio y confiable. Repito: serio y confiable. Si comienza a imponerse semejante modalidad, el resto, tarde o temprano, se corregirá por añadidura.
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El hambre, la pobreza, la inseguridad y el desencanto no se podrán resolver con gestos de caridad, ni aunque estén divinamente inspirados. Se resolverán con fuentes de trabajo y una sistemática vigorización productiva. Para eso hace falta dinero. ¡No seamos hipócritas! Hace falta el sucio e insensible dinero.
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Sin dinero nada podrá ser activado, sino la decadencia. Hay tanta confusión en la Argentina que muchos tienen vergüenza de defender la propiedad privada y, sin embargo, se enojan cuando les violan los bolsillos con el corralito. El sucio dinero sólo aparece, como un desconfiado y asustadizo animal, cuando hay seguridad jurídica, respeto firme por los contratos, valor de la palabra, previsibilidad. Aparece cuando el Estado deja de chupar el crédito que debería orientarse a las pequeñas y medianas empresas y cuando deja de sostener una burocracia al servicio de la corporación política, sindical y empresarial no competitiva. El sucio dinero aparece cuando se efectúa una recaudación eficiente, sin escandalosos privilegios. Y el sucio dinero alcanza para las obras sociales cuando se lo gasta con criterio y no termina en las faltriqueras de la corrupción, las prebendas y el punterismo político.
.
La Argentina, en esta encrucijada, tiene la oportunidad de elegir a alguien que no venga a confundirnos con medidas de corto plazo ni promesas complacientes, ni limitándose al seductor expediente de poner toda la culpa afuera. No. El país necesita visionarios, gente con convicción para las reformas serias y en serio, que empiece con nosotros mismos. Un cambio que implique romper con dependencias corporativas, vicios políticos y envejecidos discursos.
.
En el actual espectro político no hay mucho para elegir, lamentablemente. Pero dentro de esa gama podemos diferenciar a los que representan el fracaso (por las lealtades y fijaciones que no podrán romper) y los que representan el progreso de verdad.
.
El último libro de Marcos Aguinis es El atroz encanto de ser argentinos .
.DENVER, Colorado
.
¿YA nos olvidamos del "voto bronca" que descalificó las últimas elecciones? El creciente fuego comicial ante las elecciones internas de noviembre y las generales de marzo parece haberlo extraviado de la memoria, pese a que, en su momento, representó la más sonora bofetada que se les dio a los políticos desde que existe la democracia en nuestra tierra. Precandidatos y periodistas dedican esfuerzos a la nueva campaña, sin prestar debida atención al desencanto y rencor de la ciudadanía. Por una parte, es cierto que el país necesita con urgencia autoridades legitimadas por elecciones, pero, por la otra, la gente boquea por falta de oxígeno y desconfía de todo y de todos. ¿Surgirá de las urnas un gobierno apto para cambiar la tendencia al abismo que predomina en estos momentos?
.
El apagón productivo que se inició en 1997 y llega a escandalosas dimensiones en la actualidad arrasa como la peste. Los niveles del desastre no tienen paralelo. La sociedad sufre aflicción y desconcierto. Las dirigencias no saben qué hacer, están desbordadas y optan por mantener el statu quo mediante la repetición de reflejos arcaicos, inconducentes, que por lo menos las dejen seguir viviendo. Son grotescas, patéticas.
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Qué queremos ser
.
Mientras, la sociedad expresa contradicciones y confusión. Ni siquiera puede pensar con serena lógica. Hierve de emoción violenta, busca enemigos, quiere linchar. Padece la destrucción del país que regó con sudor y sueños. Sufre el espectáculo absurdo de que en el "granero del mundo" haya hambre porque no se aplica un adecuado gerenciamiento estatal, y ha debido poner en marcha iniciativas solidarias privadas, admirables, para alimentar a la gente por debajo del nivel de pobreza. El pueblo argentino arde de dolor y cólera, pero demuestra tener reservas morales.
.
Esas reservas, sin embargo, pueden ser arrastradas hacia una nueva frustración. Debemos prender las alarmas.
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La globalización, que tanto se critica, tiene algunos elementos buenos. Entre ellos, la posibilidad de enterarnos en el acto de lo que sucede en otras regiones del planeta. Entre las cosas que debemos mirar es que en el planeta hay naciones que crecen y naciones que declinan, hay naciones prósperas y naciones miserables. No es un dato menor, porque los factores que las llevaron hacia uno u otro destino ya no forman parte de un misterio insondable. Son naciones que pertenecen a nuestro mismo pequeño globo y están sometidas a dificultades comunes. Sólo que algunas convierten las dificultades en un trampolín, y otras, en un tobogán.
.
La confundida ciudadanía argentina debe plantearse una pregunta básica, como si de ella dependiese su vida o su muerte. ¿Quiere ser una nación que crece o una nación que declina? ¿Quiere ser una nación próspera o una nación miserable? ¿Queremos ser iguales a Cuba? ¿A Zimbabwe? ¿A Corea del Norte? ¿A Haití? ¿O preferimos asemejarnos a Noruega, Irlanda, Suecia o España? Esa decisión es inexcusable para poder elegir entre los dos caminos que presenta la actual encrucijada.
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¿A quién votar?
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En un artículo reciente, Natalio Botana dibujó con arte el laberinto del llamado "centro" político nacional. Hacia allí apuntan los candidatos que buscan el voto moderado e independiente, que será la mayoría de los próximos comicios. Este centro moderado pretende distinguirse de los extremos que generan justificable resquemor, llámense trotskismo, populismo u oportunismo.
.
Pero una cosa es diferenciarse de la derecha autoritaria y torpe en materia social y de la izquierda ruidosa o ingenua, y otra muy distinta es presentarse con piel de cordero para seguir con los mismos vicios que destruyeron a nuestro país. Esa línea mentirosa llevará a otra frustración. Y van...
.
A mi juicio, la sociedad debería mostrar la misma energía que derramó en los cacerolazos y asambleas populares para exigir que el nuevo gobierno no sea moderado en las reformas. Que no sea moderado para que avancemos de manera clara hacia tipos de sociedad como los que caracterizan a Noruega, Irlanda, España o Suecia. De lo contrario, proseguirá nuestra decadencia y seremos Haití. El país ha llegado a un punto en que no se puede permitir ambigüedades.
.
La encrucijada tiene claros carteles indicadores: o se marcha hacia el declive o se marcha hacia el ascenso. El ascenso se caracteriza por consignas que deben materializarse en leyes de hierro, absolutamente inviolables, que transformen la República Argentina en un país serio y confiable. Repito: serio y confiable. Si comienza a imponerse semejante modalidad, el resto, tarde o temprano, se corregirá por añadidura.
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El hambre, la pobreza, la inseguridad y el desencanto no se podrán resolver con gestos de caridad, ni aunque estén divinamente inspirados. Se resolverán con fuentes de trabajo y una sistemática vigorización productiva. Para eso hace falta dinero. ¡No seamos hipócritas! Hace falta el sucio e insensible dinero.
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Sin dinero nada podrá ser activado, sino la decadencia. Hay tanta confusión en la Argentina que muchos tienen vergüenza de defender la propiedad privada y, sin embargo, se enojan cuando les violan los bolsillos con el corralito. El sucio dinero sólo aparece, como un desconfiado y asustadizo animal, cuando hay seguridad jurídica, respeto firme por los contratos, valor de la palabra, previsibilidad. Aparece cuando el Estado deja de chupar el crédito que debería orientarse a las pequeñas y medianas empresas y cuando deja de sostener una burocracia al servicio de la corporación política, sindical y empresarial no competitiva. El sucio dinero aparece cuando se efectúa una recaudación eficiente, sin escandalosos privilegios. Y el sucio dinero alcanza para las obras sociales cuando se lo gasta con criterio y no termina en las faltriqueras de la corrupción, las prebendas y el punterismo político.
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La Argentina, en esta encrucijada, tiene la oportunidad de elegir a alguien que no venga a confundirnos con medidas de corto plazo ni promesas complacientes, ni limitándose al seductor expediente de poner toda la culpa afuera. No. El país necesita visionarios, gente con convicción para las reformas serias y en serio, que empiece con nosotros mismos. Un cambio que implique romper con dependencias corporativas, vicios políticos y envejecidos discursos.
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En el actual espectro político no hay mucho para elegir, lamentablemente. Pero dentro de esa gama podemos diferenciar a los que representan el fracaso (por las lealtades y fijaciones que no podrán romper) y los que representan el progreso de verdad.
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El último libro de Marcos Aguinis es El atroz encanto de ser argentinos .
.DENVER, Colorado
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¿YA nos olvidamos del "voto bronca" que descalificó las últimas elecciones? El creciente fuego comicial ante las elecciones internas de noviembre y las generales de marzo parece haberlo extraviado de la memoria, pese a que, en su momento, representó la más sonora bofetada que se les dio a los políticos desde que existe la democracia en nuestra tierra. Precandidatos y periodistas dedican esfuerzos a la nueva campaña, sin prestar debida atención al desencanto y rencor de la ciudadanía. Por una parte, es cierto que el país necesita con urgencia autoridades legitimadas por elecciones, pero, por la otra, la gente boquea por falta de oxígeno y desconfía de todo y de todos. ¿Surgirá de las urnas un gobierno apto para cambiar la tendencia al abismo que predomina en estos momentos?
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El apagón productivo que se inició en 1997 y llega a escandalosas dimensiones en la actualidad arrasa como la peste. Los niveles del desastre no tienen paralelo. La sociedad sufre aflicción y desconcierto. Las dirigencias no saben qué hacer, están desbordadas y optan por mantener el statu quo mediante la repetición de reflejos arcaicos, inconducentes, que por lo menos las dejen seguir viviendo. Son grotescas, patéticas.
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Qué queremos ser
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Mientras, la sociedad expresa contradicciones y confusión. Ni siquiera puede pensar con serena lógica. Hierve de emoción violenta, busca enemigos, quiere linchar. Padece la destrucción del país que regó con sudor y sueños. Sufre el espectáculo absurdo de que en el "granero del mundo" haya hambre porque no se aplica un adecuado gerenciamiento estatal, y ha debido poner en marcha iniciativas solidarias privadas, admirables, para alimentar a la gente por debajo del nivel de pobreza. El pueblo argentino arde de dolor y cólera, pero demuestra tener reservas morales.
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Esas reservas, sin embargo, pueden ser arrastradas hacia una nueva frustración. Debemos prender las alarmas.
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La globalización, que tanto se critica, tiene algunos elementos buenos. Entre ellos, la posibilidad de enterarnos en el acto de lo que sucede en otras regiones del planeta. Entre las cosas que debemos mirar es que en el planeta hay naciones que crecen y naciones que declinan, hay naciones prósperas y naciones miserables. No es un dato menor, porque los factores que las llevaron hacia uno u otro destino ya no forman parte de un misterio insondable. Son naciones que pertenecen a nuestro mismo pequeño globo y están sometidas a dificultades comunes. Sólo que algunas convierten las dificultades en un trampolín, y otras, en un tobogán.
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La confundida ciudadanía argentina debe plantearse una pregunta básica, como si de ella dependiese su vida o su muerte. ¿Quiere ser una nación que crece o una nación que declina? ¿Quiere ser una nación próspera o una nación miserable? ¿Queremos ser iguales a Cuba? ¿A Zimbabwe? ¿A Corea del Norte? ¿A Haití? ¿O preferimos asemejarnos a Noruega, Irlanda, Suecia o España? Esa decisión es inexcusable para poder elegir entre los dos caminos que presenta la actual encrucijada.
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¿A quién votar?
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En un artículo reciente, Natalio Botana dibujó con arte el laberinto del llamado "centro" político nacional. Hacia allí apuntan los candidatos que buscan el voto moderado e independiente, que será la mayoría de los próximos comicios. Este centro moderado pretende distinguirse de los extremos que generan justificable resquemor, llámense trotskismo, populismo u oportunismo.
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Pero una cosa es diferenciarse de la derecha autoritaria y torpe en materia social y de la izquierda ruidosa o ingenua, y otra muy distinta es presentarse con piel de cordero para seguir con los mismos vicios que destruyeron a nuestro país. Esa línea mentirosa llevará a otra frustración. Y van...
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A mi juicio, la sociedad debería mostrar la misma energía que derramó en los cacerolazos y asambleas populares para exigir que el nuevo gobierno no sea moderado en las reformas. Que no sea moderado para que avancemos de manera clara hacia tipos de sociedad como los que caracterizan a Noruega, Irlanda, España o Suecia. De lo contrario, proseguirá nuestra decadencia y seremos Haití. El país ha llegado a un punto en que no se puede permitir ambigüedades.
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La encrucijada tiene claros carteles indicadores: o se marcha hacia el declive o se marcha hacia el ascenso. El ascenso se caracteriza por consignas que deben materializarse en leyes de hierro, absolutamente inviolables, que transformen la República Argentina en un país serio y confiable. Repito: serio y confiable. Si comienza a imponerse semejante modalidad, el resto, tarde o temprano, se corregirá por añadidura.
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El hambre, la pobreza, la inseguridad y el desencanto no se podrán resolver con gestos de caridad, ni aunque estén divinamente inspirados. Se resolverán con fuentes de trabajo y una sistemática vigorización productiva. Para eso hace falta dinero. ¡No seamos hipócritas! Hace falta el sucio e insensible dinero.
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Sin dinero nada podrá ser activado, sino la decadencia. Hay tanta confusión en la Argentina que muchos tienen vergüenza de defender la propiedad privada y, sin embargo, se enojan cuando les violan los bolsillos con el corralito. El sucio dinero sólo aparece, como un desconfiado y asustadizo animal, cuando hay seguridad jurídica, respeto firme por los contratos, valor de la palabra, previsibilidad. Aparece cuando el Estado deja de chupar el crédito que debería orientarse a las pequeñas y medianas empresas y cuando deja de sostener una burocracia al servicio de la corporación política, sindical y empresarial no competitiva. El sucio dinero aparece cuando se efectúa una recaudación eficiente, sin escandalosos privilegios. Y el sucio dinero alcanza para las obras sociales cuando se lo gasta con criterio y no termina en las faltriqueras de la corrupción, las prebendas y el punterismo político.
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La Argentina, en esta encrucijada, tiene la oportunidad de elegir a alguien que no venga a confundirnos con medidas de corto plazo ni promesas complacientes, ni limitándose al seductor expediente de poner toda la culpa afuera. No. El país necesita visionarios, gente con convicción para las reformas serias y en serio, que empiece con nosotros mismos. Un cambio que implique romper con dependencias corporativas, vicios políticos y envejecidos discursos.
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En el actual espectro político no hay mucho para elegir, lamentablemente. Pero dentro de esa gama podemos diferenciar a los que representan el fracaso (por las lealtades y fijaciones que no podrán romper) y los que representan el progreso de verdad.
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Genéricos: una conducta regresiva

La reciente medida sobre prescripción de medicamentos no protege la salud de la gente de acuerdo con los conocimientos científicos actuales.
Ignacio Katz. DOCTOR EN MEDICINA (UBA).


El Gobierno dispuso un sistema de prescripción de medicamentos y así abrió las puertas de un debate no exento de valoraciones múltiples, aunque hasta ahora ninguno de ellos ancló en la necesidad primaria: proteger la salud de la población en concordancia con los conocimientos científicos actuales.

Si bien es cierto que el poder adquisitivo de nuestra sociedad ha caído sustancialmente, no es lógico estructurar un sistema en el que los genéricos sean una opción "de segunda". Su empleo es de la misma categoría y se trata de un recurso terapéutico tan válido como cualquier otra medicación cuando se ajusta a un criterio de estricto rigor científico: los genéricos deben corresponderse en principio activo, calidad y cantidad de la droga utilizada.

El problema es que nuestro sistema sanitario no ha instrumentado los medios para establecer rigurosamente las condiciones que deben cumplir los medicamentos genéricos: biodisponibilidad y bioequivalencia. Tampoco reforzó la concepción del medicamento como bien social y de consumo preferente. La no atención de estos requisitos primarios abre la posibilidad a la aparición de "imitaciones" de menor calidad y distinta acción clínica.

Paralelamente, existen los medicamentos esenciales que son un número reducido de drogas que cubren el 95% de las patologías. La OMS aconseja que cada país establezca su propio listado de medicamentos esenciales teniendo en cuenta su perfil fármaco-epidemiológico.

El ministerio de Salud faculta a las farmacias a sustituir un medicamento por otro cuando coexisten, sin discernimiento preciso, la aprobación de un medicamento para una patología determinada y la recomendación por la que el mismo fármaco puede actuar en otras enfermedades.

Se trata de una medida que expresa una conducta regresiva dada la carencia de respaldo de los esenciales criterios médicos de prescripción y esquema terapéutico. No es más ni menos que permitir que sean el paciente y el farmacéutico los que elijan qué medicamento consumirá el primero: es un error en un país donde las farmacias son en gran parte atendidas por empleados y facultativos que no poseen la formación clínica para prescribir, y donde el Estado sigue sin ser la agencia sanitaria que monitoree la atención médica.

Obligar a los médicos a especificar la droga genérica que integra un medicamento es una buena medida, pero debería ser el complemento de un programa de educación médica continua, y de un Directorio de Información de Medicamentos (DIM) elaborado y actualizado por expertos.

Desde el Gobierno se asegura que la medida logró ya reducir los precios de los medicamentos. Pero se trata de entender que el medicamento es un bien social y que, como tal, su precio debe ser tratado de forma especial y específica, y en forma conjunta con su validación científica en los resultados de su empleo.











Wednesday, August 07, 2002




LIBERTAD DEL DINERO :Esclavitud de la persona

Luis Ferreira
Existen dos tipos de personas que en el morir son iguales, al decir de Jorge Manrique, pero que en el vivir son distintas, y muy distintas:
"los que viven de sus manos e los ricos". Los primeros trabajan para alimentarse a sí mismos y a los demás, y los ricos que juegan, disfrutan y se aprovechan del esfuerzo de los primeros. Este grupo, al que todo el mundo se quiere apuntar últimamente, tiene como ideal de vida ser cada día más ricos, cada vez menor esfuerzo.

El medio de vida de los ricos ha sido, tradicionalmente, el dinero con el que compraban el trabajo de los pobres. En los últimos años un pequeño grupo de aquéllos, más desvergonzado que el resto, se ha aficionado a un juego peligroso que le proporciona emociones fuertes y, sobre todo, mucho dinero: es el juego de la especulación financiera. Susan Strange nos lo presenta así:
"Hoy día, la codicia y el miedo son las dos emociones humanas más evidentes en el comportamiento cotidiano del sistema financiero internacional. El dinero loco es el resultado. O bien los operadores se mueven por la codicia al tomar riesgos demasiado grandes con su dinero (o, más a menudo con el ajeno), o bien tienen un miedo atroz de que los riesgos tomados les jueguen una mala pasada. Al huir apresuradamente de las consecuencias de su codicia pueden iniciar una reacción en cadena, una avalancha de pánico que arrastrará por igual a inocentes y culpables." (p. 163) Visto lo cual, es la irracionalidad la que gobierna los mercados y, de paso a la humanidad, aunque la teología fundamentalista del dinero, abusando de Adam Smith y de la providencial "mano invisible", presente como racionalidad la supuesta transformación de los incalculabes daños a terceros, producidos por la obtención de pingües beneficios privados para unos pocos filibusteros de las finanzas, en bien común para el conjunto de la humanidad.

Pero si esto ilusionismo, más increible aún es el papanatismo con el que se acepta el dogma complementario de la virtuosa libertad de mercado que trae la bienaventuranza a la humanidad. No hay escarmiento que pueda sacar del error invencible a quienes manejan una pequeña o gran cuenta bancaria. Más de mil millones de personas se han visto perjudicadas por las crisis financieras de los años noventa, a veces, muy gravemente. Al parecer el aumento del botín privado justifica los enormes sufrimientos padecidos por la humanidad empobrecida.

La experiencia financiera internacional de los últimos treinta años debería haber dejado conclusiones claras en la conciencia de los trabajadores y de los pobres:
· Cuanto mayor es la "libertad" de los mercados, mayor es la esclavitud de los pueblos y la pobreza de las naciones.

· Cuanto mayor es la "libertad" financiera, mayor es el provecho de ladrones y zánganos y menor el bienestar de los trabajadores.

· Cuanto mayor es la "libertad" del dinero, mayor es la humillación de los pobres y menor la probabilidad de ser respetados como personas.

Las explicaciones científicas nunca serían suficientes para convencer a los beneficiarios de esta situación, así que se puede resumir lo ocurrido mediante la fábula de la hormiga y la cigarra, levemente corregida. La hormiga trabaja y ahorra para los malos tiempos, se gana el sustento y contribuye al bienestar del hormiguero. La cigarra canta, consume, se divierte y, además, se presenta en el hormiguero y convence a las hormigas para que la dejen gestionar el grano con la promesa de multiplicarlo. La cigarra se juega el ahorro de las hormigas, lo "invierte" y, finalmente, echa a las echa a las hormigas del hormiguero y se queda con el granero.

La base de los especuladores es tener dinero y ganarse la confianza de los jugadores de codicia más timorata. Alevines de tiburón incapaces de tragarse a nadie de un bocado, pero en rebaño tan peligrosos como las pirañas, millones de estos "inocentes" inversores ponen sus ahorros en manos de otros sin escrúpulos, a los que no conocen, a cambio de una promesa de grandes beneficios. Pongamos como ejemplo los 13.000 dólares (2.500.000 ptas.) invertidos en fondos de pensiones, por término medio, por cada norteamericano, británico, holandés o japonés, o los 28.000 por suizo. Como se ve las raíces de la especulación son profundas. Estos clubes de irresponsabilidad ilimitada son los Inversores Institucionales, que manejaban 24,3 billones de dólares a escala mundial. Entre ellos están las Compañías de Seguros (8,5 billones), los Fondos de Pensiones (6 billones), las Sociedades Colectivas de Inversión (5,6 b.) y otros (4 b.). Hay otros como los departamentos financieros de las multinacionales, o los Fondos de Cobertura exclusivamente para ricos, tales como el Quantum Fund de G. Soros, que tienen el privilegio de disponer de 10 dólares prestados por cada dólar propio.

Cuando la rebañiega comunión del dinero se pone en movimiento su efecto depredador puede ser catastrófico para un país, incluso para la economía mundial en su conjunto La hipermovilidad del capital no tiene sentido porque no trae beneficio alguno al conjunto de la humanidad, que corre unos riesgos absurdos para ofrecer posibilidades de ganancias inicuas a clubes financieros privados. Por tanto, frente a esta demencia nos parece de elemental cordura luchar por la erradicación de la pirateria especulativa, para lo cual juzgamos indispensable medidas como las siguientes:
· Ruptura con el desorden financiero: no participar en actividades que alimenten, directa o indirectamente, la especulación; arrancar a la gestión capitalista convencional los recursos propios.

· Llamar a las cosas por su nombre, y a los especuladores que manipulan los precios para lucrarse hay que llamarles ladrones y deben ser objeto del oprobio social. Más aún, debe favorecerse la creación de un tribunal internacional de delitos económicos que los juzgue y castigue.

· Recuperar la gestión del dinero, saber a dónde va, en qué se emplea y a favor de quién. Correr los propios riesgos y, mediante formas de autogestión financiera, dedicarlo a actividades a favor de los más necesitados (siempre son posibles experiencias como la del Banco de los pobres).

· Apoyar la subordinación de los mercados de capital a las necesidades sociales y el control democrático. Una medida mínima sería un impuesto del tipo Tobin a las transferencias internacionales de capital, pero habría que ir mucho más allá de ella: los controles de capital no son una herejía económica Por último, nuestro dogma es tajante: la libertad es un atributo de la persona, y no admitimos que una cosa inanimada, una nada, el dinero pueda tener una libertad que no es más que la que roba a miles de millones de personas.

Historia reciente de los atracos financieros La especulación financiera es una actividad vieja, a lo largo de la historia del capitalismo se han documentado algunos episodios que provocaron crisis de repercusiones que nunca fueron más allá del ámbito de un país. Sin embargo, la crisis de 1929 superó las fronteras de un país para extenderse a todo lo ancho del globo terrestre, hundió la economía mundial en una depresión que "terminó con un programa de obras públicas financiado con déficit, que se conoce como Segunda Guerra Mundial" (Krugman, p. 87). La crisis del 29, que ha quedado en la conciencia de la humanidad como la crisis por excelencia, fue un efecto suicida de la especulación interna de un gran país. En cambio, las crisis recientes han sido provocadas por la especulación externa, y su efectos hay que considerarlos homicidas.

El pacto económico de la postguerra proporcionó tres décadas de estabilidad cambiaria. Las monedas tenían un valor constante y una medida de su valor por comparación con el dólar, cuyo valor se medía en relación al oro. Los USA tenía la posibilidad de crear liquidez y lo hicieron generosamente, hasta el punto en que la multitud de dólares existentes en el extranjero hicieron sospechar en la imposibilidad material de conseguir oro presentando dólares. La excesiva liquidez trajo desconfianza al sistema y, como había previsto un economista sagaz (Robert Triffin) en 1961, la crisis estaba asegurada. En efecto, el 15 de agosto de 1971 el presidente Nixon acabó con él cuando ya era insostenible y devaluó el dólar.

A partir de entonces todo era posible, los valores de las monedas comenzaron a ser variables y a fluctuar, a veces, a lo loco. El "mare nostrum" (de los USA) del sistema monetario internacional se convertía en un río revuelto para ganancia de pescadores con tres filas de dientes que podían todo lo que hasta entonces no se podía hacer.

Los bancos privados con enormes depósitos de dólares devaluados, en una época de inflación alta y de baja demanda de créditos en los países enriquecidos, se acordaron del Tercer Mundo y se lanzaron a una oferta de préstamos en ventajosas condiciones durante la segunda mitad de la década de los setenta. Cuando la inflación descendió y el Norte comenzó a demandar crédito y, especialmente, cuando los USA subieron los tipos de interés, la deuda del Sur comenzó a crecer alarmantemente y a poner en peligro al sistema financiero mundial. En 1982 se producía la suspensión de pagos de la deuda mexicana. Era la declaración de la crisis de la deuda externa del Tercer mundo, aún sin resolver. Desde entonces los países del Sur han pagado varias veces su deuda contraída y a pesar de ello, esa deuda se hace cada año más grande.

La deuda externa del Tercer Mundo es uno de los factores originantes de los mercados financieros actuales, sus pagos han alimentado el crecimiento de grandes reservas privadas de divisas no controladas por los bancos centrales. Los poseedores de estos grandes depósitos de dinero se han dedicado a especular con ellos contra las monedas nacionales de numerosos países. Recuérdese como, en los primeros años noventa, acabaron prácticamente con el Sistema Monetario Europeo provocando la devaluación del franco y la peseta, entre otras monedas, y la salida del sistema de la libra y de la lira. Igualmente, 1990 Japón entró en una crisis de la que aún no ha salido, después de pincharse la burbuja especulativa en la que estuvo sumido hasta 1990.

Desde entonces los precios del suelo han descendido casi a la mitad del valor que tuvo. Japón no ha tenido un hundimiento catastrófico, pero si un descenso continuado muy prolongado con desempleo que, medido con parámetros occidentales, se cifraría en el 10% (Krugman).

Si esto ha ocurrido con el leño verde puede imaginarse lo que puede suceder con el seco. La gran diferencia es que si los países fuetes tiene ciertas defensas y recursos para recuperarse, los débiles quedan extenuados.

El juego especulativo comenzó a sentir afición por los llamados "mercados emergentes", término con el que se conoce a las economías que, con mucho trabajo, sacrificio y -todo hay que decirlo- explotación, han conseguido un nivel de capacidad de producción importante. Estas economías se han vuelto bocados apetecibles para los voraces caníbales financieros, sobre todo una vez que con "ayuda" del Fondo Monetario Internacional han "ajustado" sus equilibrios económicos básicos para mostrar sus sensuales encantos al capital financiero exterior. Cuando éste entra en el país se produce una fiebre eufórica que hace subir la temperatura económica, todo sube: el valor de las acciones, de los inmuebles, la necesidad de trabajadores, sus salarios, etc. El alza generalizada parece que no va a tener fin y se mantiene hasta el día en que llega la catástrofe.

Después de la crisis de la deuda México remontó sus problemas en los años ochenta y se llegó a hablar del "milagro méxicano" de 1990 a 1994. "En 1993 se invirtieron más de 30.000 millones de dólares de capital extranjero en México" (Krugman, p. 58), pero en 1994 cuando en el país entraba en vigor el Tratado de libre comercio con Usa y Canadá, algunos sucesos (asesinato de Colosio, rebelión de Chiapas) produjeron desconfianza en los mercados. En diciembre de ese año el capital extranjero comenzó a salir en estampida, dejando al peso al pie de los caballos.

El dinero extranjero se puso a salvo y dejó a los mexicanos más pobres y a la clase media condenados a una feroz crisis, "durante el año 1995 el PIB real de México cayó un 7%, su producción industrial un 15%, mucho peor de todo lo que se había en Estados Unidos desde los años treinta", comenta Krugman (p. 66). Susan Strange, resume el resultado en estos términos: "No significaba que la vida en México, fuese la misma en 1997 que en 1994. Para los mexicanos, las consecuencias de la crisis de 1995 fueron incluso peores que las de las crisis previas.

Bancos pequeños y pequeñas y medianas empresas salieron malparados (cerraron unas 8.000 empresas). Los más afectados fueron los pobres. C ifras oficiales hablan de recortes en los salarios reales del 25 al 30% .. Lo que en realidad quería decir esto era que no había carne que comer, sólo las sempiternas judías y tortillas, que no había ropa y zapatos nuevos que ponerse, sólo prendas de segunda mano o regaladas para los niños. Incluso las tarifas de autobús para ir a trabajar tenían que pagarse con préstamos de amigos o conocidos. E incluso gente bien situada a menudo perdía sus casas o coches hipotecados si la deuda había sido financiada en dólares."







EL AMIGO AMERICANO
Por Luis Sicilia

Si algo le faltaba al drama argentino es el culebrón protagonizado por dos
parejas impresentables, pero que influyen en el poder: los matrimonios
Chiche-Duhalde y Menem-Bolocco. En realidad más que un culebrón es un grotesco,
o sainete como los que solía escribir don Alberto Vacareza, uno de los cuales
-el más emblemático- fue "El conventillo de la paloma". Menos bonito, se dicen
de todo y algunas de las acusaciones que se profesan tienen su miga. La esposa
del presidente interino dijo que el ex presidente terminará sus días barrido por
la interna partidaria o por la justicia, insinuando que debería estar en prisión
por sus dineros en el exterior. Menem respondió que la señora se está fijando en
la paja en el ojo ajeno y no en la viga instalada en los ojos de su marido, y le
recordó su malasangre cuando lloró en un programa de televisión el día que su
esposo se vio envuelto en acusaciones sobre tráfico de drogas. Ahora, para darle
un toque de distinción al sainete, falta que las señoras Chiche y Bolocco se
agarren de las mechas en la vía pública.
Por todo esto no es casual que sigan cayendo las fichas de Menem en el panorama
electoral, que ya se le presenta muy conflictuado. En las últimas horas -además
del resbalón en la bañera- se vio golpeado desde varios flancos, algunos muy
caros a su ego. Su hija y su esposa dijeron que ignoraban los 600 mil dólares
que el ex presidente habría depositado en Suiza a nombre de ambas mujeres. Casi
en el mismo momento, su "amigo americano", Paul O´Neill, secretario del Tesoro
de los Estados Unidos, declaró que los futuros dineros que hipotéticamente
prestaría el FMI a la Argentina "deberían servir para ayudarla y no para
terminar en cuentas suizas". Días antes, nada menos que el influyente diario
estadounidense The New York Times había denunciado en la primera página que el
ex presidente tenía una cuenta en Suiza de diez millones de dólares, que le
habría pagado Irán para no investigar el atentado terrorista a la sede de la
AMIA en 1994, en el que 85 personas murieron y más de 200 quedaron heridas.
A pesar de la piel de rinoceronte que lo cubre, el riojano sintió el impacto de
estos escandaletes, pero no se amilanó. Cuando le preguntaron si no estaba
preocupado porque evidentemente el gobierno norteamericano le había bajado el
pulgar, respondió "me siento respaldado por el pueblo, que vale más que el
respaldo de los Estados Unidos". Fue en ese instante que el señor Gostanián, uno
de sus escuderos más fanáticos, le sugirió acuñar una nueva consigna electoral
parafraseando aquella de "Braden o Perón", utilizada por el general en 1946. ¿Y
cómo sería ahora?, dicen que preguntó el riojano para no desairar a su amigo.
"O´Neill o Menem", respondió éste sin ponerse colorado. ¿Está finalmente
derrotado Menem o regresará victorioso del país de los muertos vivos? ¿Se puede
creer en las muchas encuestas que lo dan por desaparecido en acción?. Conviene
reparar en lo siguiente:
* Más allá de los dichos del secretario del Tesoro, se sabe que Menem goza
del afecto y la protección de la familia Bush. Es cierto que hoy por hoy el
presidente de los Estados unidos está atravesando su propio calvario interno,
pero eso no cuenta a la hora de garantizar que Argentina aplique, con más esmero
aún, los tramos interrumpidos de la aplicación del modelo global propuesto por
la Casa Blanca. Y nadie como Menem puede cumplir con ese compromiso suspendido.
* Menem es el dirigente político argentino con mayores reservas económicas
para la campaña y con posibilidades ciertas de lograr fuertes respaldos de
empresas nacionales e internacionales, preocupadas en garantizar que no se
desborde el futuro de sus intereses si se produjera el milagro de instalar en la
Rosada a personajes como Lilita Carrió, Adolfo Rodríguez Saa, Luis Zamora o
Néstor Kirchner, o una mezcla explosiva de todos ellos.
* La otra garantía que ofrece Menem es que su propuesta a mitad de camino
entre el misticismo y el populismo ramplón está acrisolada en el pensamiento de
la derecha conservadora. Y el aparato que lo respalda se alimenta de esa receta.
Son "cuadros" históricamente comprometidos con una visión fascistoide de la
política, que hacen del paternalismo y el mando vertical una herramienta de
poder. La promesa es consolidar esa herramienta desde la Casa de Gobierno, con
el propósito de ponerle punto final al fenómeno "subversivo" que encarnan los
piqueteros, los asambleístas y los cartoneros, según los "estudios de situación"
realizados por la SIDE, los "peronistas" Aldo Rico, Luis Patti y Alberto Pierri,
entre otros.
Claro que, por abajo, se está tejiendo otra versión de esta historia política y
no sería extraño que la multitud de movimientos sociales que la alimentan
terminen por darle un dolor de cabeza a los que se consideran dueños de los
destinos del país, en primer lugar los usureros internacionales que, como
activos depredadores, amenazan con darle "el gran escarmiento" a una Argentina
díscola, que no cumple con los deberes del "consenso de Washington. El premio
Nobel Joseph Stinglitz tiene razón cuando critica la hipocrecía de los países
más ricos que predican el libre mercado pero luego protegen sus plantas textiles
obsoletas, subsidian su agricultura ineficiente y hostigan con medidas
antidumping muchos productos extranjeros, desde jugos de manzana hasta aceros
especiales, que podrían competir exitosamente en sus mercados. El economista
norteamericano señala que varios estudios realizados por la International Food
Policy Research Institute, con sede en Washington, muestra los miles de millones
de dólares en producción y exportaciones, y los cientos de miles de empleos que
pierden los países en desarrollo y la Argentina entre ellos, como resultado de
los proteccionismos de los países industrializados, en primer lugar Estados
Unidos, uno de cuyos representantes más conspicuos y feroces es el "amigo
americano" de Carlos Menem, Paul O´Neill.




BUSH LO HIZO
Por Martín Granovsky
Su conclusión fue optimista: “Miren, la verdad es que Paul O’Neill es un tipo con quien todos pueden hablar, los trabajadores y los empresarios”. Su explicación: “Es un industrialista”. Y su elogio: “Negociando es duro, pero siempre caballeresco”. El presidente Eduardo Duhalde se encontró ayer con el secretario del Tesoro de los Estados Unidos en una reunión más bien formal, y hoy lo hará el colega argentino de O’Neill, Roberto Lavagna.
Ayer los funcionarios argentinos consiguieron lo que querían: el silencio de O’Neill. Que no repartiese alabanzas, pero tampoco críticas. Hoy será más difícil mantenerlo callado, y por eso las apuestas se orientan a calibrar qué punto del oneillómetro habrán podido mover el equipo de Duhalde, los banqueros y los empresarios. ¿”La Argentina va en la dirección correcta”? ¿”Estamos mal pero vamos bien”? ¿”Nos parece correcto que siga trabajando en un plan sustentable”? ¿”No bien esté clara la disposición a contar con ese plan los Estados Unidos apoyarán a la Argentina en el Fondo Monetario”? ¿O el mágico, pero más que improbable, “ustedes son tan confiables como Brasil”?
Para su reunión de hoy a la mañana, Lavagna haría mal en creer que un deslenguado equivale a un primate. O’Neill es lo primero pero jamás fue lo segundo. En todo caso representa como pocos a la corporate America, los Estados Unidos de las grandes empresas. En su caso fue Alcoa, el gigante del aluminio. Y desde Alcoa O’Neill fue el protagonista de las maniobras más refinadas. En economía y en política. Haciendo lobbying mediante la firma Vinson & Elkins para instalar una planta en Texas, y logrando que casualmente Vinson & Elkins se transformara en el tercer contribuyente a la campaña presidencial de George W. Bush. O’Neill no viene de la nueva economía, como telecomunicaciones o energía, sino de los productos palpables, pero es el ministro de Economía norteamericano bajo quien han sucedido tres hechos impactantes. Uno, la caída del 37 por ciento en el índice que elabora Standard & Poors sobre el valor de 500 acciones, desde que Bush es presidente. El segundo, una megacrisis financiera que está empezando a producir una gran polémica sobre la necesidad de establecer mayor regulación económica. El tercero, ya en América latina, la mayor ola de protestas antinorteamericanas desde los años ‘70, y no porque se haya reconstituido la izquierda tradicional sino porque el ejercicio unilateral del poder crudo por parte de la Administración Bush llega a tener los ribetes de antiguo colonialismo que Washington aplicaba a los países del Caribe.
Por eso es que el dirigente sindical metalúrgico George Becker pudo elogiar a O’Neill con las tras frases que se reproducen al principio de esta columna pero el secretario del Tesoro se encontró aquí con un nivel de hostilidad que no se conocía desde la visita de Nelson Rockefeller en 1969.


Tuesday, August 06, 2002


EL MUNDO EN UNA ENCRUCIJADA

MANUEL ESCUDERO
Vicedecano de Investigación y profesor de Macroeconomía del Instituto de Empresa.




A todos los que nos hemos educado en el racionalismo y en las fuentes diversas de la Ilustración, nos toca ahora vivir un mundo ciertamente incómodo.

Nuestro racionalismo, dirigido y condicionado a que toda realidad pudiera ser comprendida, ha sufrido los embates del pensamiento blando, de la teoría del caos, de la flexibilidad como actitud suprema. Y se ha quedado de un aire ante los cambios que ha traído consigo la década de los años noventa: la globalización de las finanzas, las empresas que tienen al planeta como mercado y a todas las naciones como patio de operaciones, la universalización de la información, la irrupción de las nuevas tecnologías o los movimientos masivos de población. En definitiva, una transformación del capitalismo cuyos perfiles, de tan recientes, aún se nos escapan. ¿Cómo enfrentarse con una mente racionalista a unos tiempos que más que un cambio de siglo dibujan un siglo de cambios?

En esta reflexión quisiera mostrar que, en ese horizonte de cambios e incertidumbres constantes, comienza a esbozarse algún rasgo cierto y verificable. La realidad global viene hoy definida por la existencia de dos órdenes mundiales, uno que no acaba de morir, otro que pugna por nacer.

Algunos aspectos de la realidad actual hablan con elocuencia de un orden mundial unilateral y hegemonizado política, militar y tecnológicamente por los EE UU. No se confunda esta afirmación con un juicio de valor: los EE UU lideran hoy el mundo por méritos propios y por la falta de méritos de los demás.

Este esquema mundial se caracteriza también por otros dos rasgos complementarios, inspirados en un zafio y dogmático neoliberalismo económico: la ausencia de regulaciones y la falta de integración económica y social.

A falta de regulaciones externas, empresas que en ocasiones generan un producto anual mayor que muchos países, se plantean por su cuenta la necesidad de su propia regulación: The CEO as a Statesman (El consejero delegado como hombre de Estado) fue una de las mesas redondas celebradas en el Foro Económico de Davos, reunido este año en Nueva York. A falta de regulaciones, los mercados financieros internacionales se mueven con la mayor volatilidad de la historia, causando reacciones excesivas e indiscriminadas (crisis de Indonesia hace cuatro años), o crisis carentes de fundamentos económicos (la que sufre ahora Brasil). La autorregulación de los mercados financieros se ha tornado un fiasco, trufado de fraudes a los accionistas, auditorías cómplices, instituciones financieras que manejan los fondos de inversión de los pequeños ahorradores a favor de su propia estrategia. Todo este orden mundial se apoya en instituciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial o las instituciones privadas de ratings que responden a la misma filosofía unilateral.

Como telón de fondo, excepto en el continente asiático, los países en desarrollo de América, el Caribe, el Pacífico, África, Oriente Próximo o las sociedades europeas o centroasiáticas en transición se encuentran en una senda de divergencia económica respecto al cogollo de los 28 países desarrollados del planeta. Esas sociedades no van a quedarse impasibles ante su destino, sino que han iniciado movimientos masivos de emigración.

Pero ésta no es toda la realidad. Junto a este orden, y precisamente a partir de los progresos logrados por el mismo, vemos surgir los perfiles de un nuevo orden mundial más multicéntrico, regulado e integrado.

Está, en primer lugar, el hecho imparable de los procesos de integración regional, que han proliferado en la década de los noventa, desde el impulso que ha visto la Unión Europea en esa década hasta la aparición de múltiples asociaciones regionales a lo largo y ancho del planeta: en América (Mercosur, Nafta y Alca), en Asia (Asean), en Oceanía (Anza, la unión de Australia y Nueva Zelanda), llegando al importante hito de la constitución de la Unión Africana en los últimos meses. En la mayoría de las ocasiones, estos procesos de integración regional surgen con vocación de imprimir una nueva multipolaridad a la escena global, con voluntad de unir países y así convertirse en interlocutores frente a los grandes actores.

Está, en segundo lugar, la aparición de instituciones globales 'de nueva generación'. Frente al viejo esquema, en el que instituciones internacionales como el FMI o el Banco Mundial funcionan con un sistema de representación y voto por el que los países más desarrollados lo deciden todo, están surgiendo nuevas instituciones genuinamente multilaterales. Tal es el caso de la Organización Mundial de Comercio, del Protocolo de Kyoto o del Tribunal Penal Internacional.

Está, en tercer lugar, la aparición de una nueva conciencia global que se refiere a dos elementos: por un lado, la democracia y los Derechos Humanos, y por otro, el rechazo a los desequilibrios económicos, sociales y medioambientales del modelo actual de globalización. Esa conciencia global es un fenómeno tan verificable como los anteriores. Por ejemplo, en 1990 solamente entre 50 y 100 países estaban adheridos a los principales Tratados internacionales sobre Derechos Humanos. Pero a lo largo de la década se duplicó el número de adhesiones, de modo que, para 1999, 191 países habían firmado la Declaración de los Derechos del Niño, y en torno a 150 naciones suscribían los referentes a la no-discriminación de la mujer, la no-discriminación por razas, los derechos civiles y políticos o los derechos económicos sociales y culturales. Respecto al crecimiento de una conciencia global crítica sobre el modelo dominante de globalización, baste recordar el hecho obvio de que en apenas dos años el Foro Económico de Davos ha encontrado en el Foro Social de Portoalegre un competidor más que serio y respetable.

Concluyamos, por tanto, que la realidad global presenta todos los síntomas de hallarse en una gran encrucijada, con un orden mundial establecido y con los gérmenes de otro orden alternativo. La existencia de este último tiene mucho que ver con el gran salto de reflexividad que ha dado la humanidad de la mano de las redes mundiales de comunicación, que han roto muchas barreras a la información y, en esa medida, han democratizado los asuntos públicos como nunca en la historia. Hoy los accionistas conocen cómo actúan sus supuestos representantes en las empresas, los consumidores cono

cen cómo se producen en cualquier lugar del globo los bienes que consumen, los trabajadores se coordinan a escala global, los ecologistas están informados en tiempo real sobre los nuevos problemas ocasionados por la acción humana, los defensores de los derechos humanos se enteran de cualquiera nueva violación a los mismos en cualquier punto del planeta. La nueva reflexividad ha traído consigo el desarrollo potencial y acelerado de una nueva conciencia global, motor de un orden mundial alternativo, multicéntrico, más regulado y convergente.

Sin embargo, la situación de encrucijada no desaparecerá en poco tiempo. Aún quedan muchos capítulos por escribir. La vuelta a la regulación, un episodio crucial que se está dirimiendo ahora mismo después del fracaso del 'capitalismo de los accionistas', deberá ser de nuevo tipo, superando tanto la levedad autorregulatoria de ayer como el excesivo estatismo de anteayer. La unilateralidad del orden actual sólo podrá ser sustituida por un nuevo multilateralismo en la medida en que nuevos actores, como Europa, asuman un papel propio y autónomo en el concierto mundial. El fortalecimiento de instituciones como la Organización Mundial del Comercio no se decidirá por decreto, sino con la adhesión cabal al libre comercio por parte de los países más desarrollados, que son los que aún mantienen la mayoría de las barreras proteccionistas.

Además, esta encrucijada no tiene por qué resolverse en un sentido de progreso. Sólo la hará progresar la voluntad humana. Su primera manifestación debiera consistir en que los partidos políticos formulen y defiendan un programa de acción a largo plazo genuinamente mundial, que no sea contradicho a cada paso por sus cálculos electoralistas.

Comprenderán que esta reflexión sobre el mundo como encrucijada levanta los ánimos, ante tanta incertidumbre y tanto cambio. Y es que quizá, como los liberales ilustrados que a finales del siglo XVIII soñaban con el Estado-nación constitucional, hemos comenzado a vislumbrar una nueva era que, en un futuro indeterminado y por obra de la voluntad humana, pudiera dar a luz a una sociedad global que comparta su renta, se haga sostenible y establezca límites sociales a través de instrumentos democráticos.



Sunday, August 04, 2002



REPORTAJE A JOSEPH STIGLITZ, NOBEL DE ECONOMIA Y EX VICEPRESIDENTE DEL BANCO MUNDIAL






“El FMI quiere una pena ejemplar para Argentina” Para Stiglitz, a diferencia de lo que sucede con Brasil y Uruguay, que recibirían fondos frescos de Washington, “el FMI quiere ser muy duro con Argentina” para que sirva de ejemplo a otros países, y no se declaren en default.
Stiglitz: “El FMI está muy influenciado por los bancos”.


Por Maximiliano Montenegro

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, estuvo ahí. Durante buena parte de la década pasada, primero como jefe de asesores económicos de Clinton y luego como vicepresidente del Banco Mundial, formó parte del minúsculo grupo de hombres que toman decisiones de política económica que afectan a todo el mundo. Más interesante aún, como nunca antes había sucedido, Stiglitz “traicionó” a sus antiguos compañeros de ruta y contó los desmanejos del Tesoro norteamericano y del Fondo Monetario, en su afán por imponer un modelo económico global. Su último libro (El malestar de la globalización, según la edición local de Alfaguara), desborda de sabrosas anécdotas –narradas siempre “desde adentro”– que causaron conmoción en Washington.

–¿Cuáles son las principales causas que llevaron a la crisis financiera actual en Argentina, Uruguay y Brasil?
–El elemento común es la inestabilidad de los mercados de capitales. De alguna manera, los problemas de Argentina empezaron en 1997, con la crisis asiática, cuando las tasas de interés se incrementaron severamente para Argentina. Porque los inversores decidieron que los mercados emergentes eran más riesgosos. Hoy, los inversores decidieron, repentinamente, salir de Brasil, no porque Brasil esté haciendo algo mal sino por la histeria que caracteriza a los mercados de capitales.


–¿La extensión de la crisis a Brasil y Uruguay es consecuencia del “contagio” en los mercados financieros, o está mostrando algo más profundo: el fracaso del modelo promovido por el Consenso de Washington?
–Ambos aspectos son ciertos. El Consenso de Washington predicaba que si uno aplicaba “buenas políticas económicas”, el mercado lo recompensaría, bajarían las tasas de interés, habría estabilidad y alto crecimiento económico. Esto no era verdad. Argentina fue castigada en el ‘97-’98 simplemente porque, de golpe, los inversores se volvieron más adversos al riesgo, y reclamaron mayores compensaciones para seguir financiando a los mercados emergentes. Hoy en Brasil está sucediendo algo muy similar. Es muy impresionante cómo están tomando sus decisiones los inversores para salir del país. No hay ninguna queja sobre lo que ha hecho hasta ahora el gobierno. Hay sólo preocupaciones sobre el futuro. Pero los mercados se preocupan por cosas que no deberían y no se preocupan por cosas que deberían preocuparse. Esto se nota en el caso del escándalo de Enron en Estados Unidos. La situación actual se debe, en buena medida, a la irracionalidad de los mercados.


–¿Cuánto de la crisis se debe a las políticas equivocadas del FMI?
–En el caso de Argentina, las políticas del FMI tiene mucho que ver con los problemas actuales. El apoyo entusiasta al tipo de cambio fijo, cuando el FMI no debería haber alentado a Argentina para moverse hacia ese sistema. La mayoría de los economistas, que no fueran del equipo del FMI, sabían que no podía sobrevivir. La forma en que las privatizaciones fueron hechas, la privatización del sistema de seguridad social, son todos elementos que agravaron los problemas. Finalmente, las políticas fiscales contractivas, cuando la economía atravesaba una profunda recesión, fueron claramente equivocadas. Un punto más: las críticas a Argentina en el último tiempo, la pintura que hicieron de Argentina frente al mundo, fueron injustas. Eso terminó por socavar la confianza y derrumbar violentamente todo.


–¿Por qué Anne Krueger (la número dos del FMI) es tan dura con Argentina?–Puedo especular qué es lo que guía su visión crítica de Argentina. Una posible explicación es que todo el mundo reconoce hoy el fracaso del FMI en Argentina. Y entonces el FMI está muy ocupado en sugerir que el problema no es del FMI sino que el problema es Argentina. Así que criticando a Argentina, ella está tratando de desviar la responsabilidad del FMI. Es lo mismo que hicieron en el Sudeste asiático. Y es muy contraproducente porque el objetivo debería ser lograr una rápida recuperación del crecimiento en estos países.


–¿Argentina necesita del FMI para superar la crisis?
–La pregunta que debería hacerse es: ¿qué es más importante para Argentina hoy? Para mí, lo más importante debería ser que la economía arrancara de nuevo ¿Qué es lo que ayudaría a que la economía empiece a recuperarse? Las exportaciones, que las empresas tengan capital de trabajo de nuevo, producir no para el consumo interno sino para las exportaciones. Desafortunadamente, la mayor parte del dinero del FMI no se destinarán a esos fines. La mayor parte del dinero del FMI irán a repagar los propios créditos del FMI y del Banco Mundial. Es interesante el caso de Rusia, después del default, en el ‘98. Cuando el FMI negoció con Rusia, anunció públicamente que los 4 mil millones de dólares que estaban negociando no eran dinero que iría a Rusia sino que era dinero que volvería al FMI, para repagar deudas. Por lo tanto, no jugarían ningún papel en la recuperación de Rusia. Rusia se recuperó porque siguió su propio curso. Fue una importante lección que Rusia se diera cuenta de que no iba recibir dinero fresco. Y que se pusiera en una posición dura de negociación. Lo mismo vale para Argentina. Si Argentina debe pagar un alto precio en términos de más ajuste presupuestario y más deflación, el acuerdo con el FMI no vale ese precio.


–La semana entrante (entre hoy y el miércoles), el secretario del Tesoro, Paul O’Neill, viajará a Brasil, Uruguay y Argentina ¿Qué puede esperar Argentina de esta visita?
– ... Será muy interesante. Yo espero que vea las consecuencias de lo que ha pasado. Será muy difícil para él no notar el rechazo a Estados Unidos y a las políticas del FMI. Por supuesto, lo que me preocuparía es que sacara la conclusión equivocada. La lección equivocada sería pensar que el país está así porque no hizo las cosas correctamente. Cuando la lección correcta es que el país está sufriendo y necesita apoyo, incluyendo la apertura del mercado norteamericano.


–Paul O’Neill dijo que temía que una eventual asistencia financiera a Argentina, Uruguay y Brasil terminara en cuentas de bancos suizos ¿A qué se refería?
–Yo creo que él se refiere a lo sucedido con los créditos del FMI a Rusia, durante la administración Clinton. Unos 4 mil millones de dólares fueron girados a Moscú y al día siguiente, o en dos días, un monto equivalente de dinero fue transferido a cuentas en Chipre y en bancos suizos. Haciendo esta referencia creo que trata de remarcar que el problema no es la manera en que el Tesoro o el FMI administran la política económica sino que el problema está en Argentina, Brasil o Uruguay. Es parte de este esfuerzo por echarle la culpa a estos países, y desviar la atención de la responsabilidad que Washington tuvo en la aplicación de ciertas políticas en esos países.


–¿Por qué Brasil y Uruguay están recibiendo dinero de Washington, y Argentina seguirá esperando?
–Una interpretación es que, reflejando los intereses de los acreedores, el FMI quiere ser muy duro con Argentina para asegurarse de que otros países en la misma situación no declaren la cesación de pagos en el futuro. Quiere que los países sepan lo que significa el riesgo de default. Esta es una explicación que he escuchado de gente que ha trabajado incluso en el FMI.


–¿Es como un castigo?
–Es un castigo ejemplar. Un castigo no por qué esté enojado con Argentina sino para que sirva de ejemplo a otros países para que no declaren el default. Desafortunadamente, Argentina está pagando ese precio.


–¿El nuevo consenso de Washington puede significar el aval a políticos dictatoriales para imponer un nuevo orden social en Latinoamérica?
–No creo. Hay un reconocimiento creciente de que cualquier reforma en Latinoamérica, para tener éxito, debe prestar mucha más atención a la persistente desigualdad que existe en el continente. La estrategia de las reformas durante los ‘90 simplemente asumía que el crecimiento se derramaría a los pobres, pero no fue así: ese crecimiento fue absorbido desproporcionadamente por los más ricos. Entonces, cualquier nuevo consenso debe basarse en el reconocimiento de los problemas sociales.


–Pero la profundidad de la crisis social puede terminar socavando las democracias...
–El cuestionamiento a las democracias no debería ser un tema. El problema es que las democracias no son todo lo fuerte que podrían ser si las fuerzas democráticas trabajaran más efectivamente. Si así fuera, también habría demandas más fuertes para imponer políticas más igualitarias. El problema es la forma en que el FMI se ha relacionado con muchos países en Latinoamérica, dictándoles las políticas económicas que debían seguir. El resultado de eso ha sido que las democracias no lo han sido en un sentido completo. El FMI ha trasmitido la idea de que la economía es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos democráticas. Desde mi punto de vista, éste ha sido un gravísimo error.