Saturday, July 27, 2002


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CARDIOLOGÍA
Dentro de año y medio se probará en humanos la primera terapia génica contra la insuficiencia cardiaca que ya ha tenido éxito en ratones.

Genes de todo corazón

ANGELA BOTO
Como si de una flecha de Cupido se tratase, una inyección directa a la arteria coronaria y el corazón recupera su capacidad de bombear con fuerza. De este modo actúa la terapia génica propuesta por científicos estadounidenses para detener la progresión de la insuficiencia cardiaca. Los resultados en ratones parecen indicar que el tratamiento es eficaz y que no produce graves efectos secundarios. Dentro de año y medio empezarán las pruebas en humanos.

Sin embargo, no conviene olvidar que otros similares cayeron en el camino, ni tampoco que en 1999 un joven de 18 años murió en un ensayo por las reacciones adversas a una terapia génica que había llegado a la fase de experimentación humana. El autor del estudio asegura que el tratamiento se dirigirá sólo a pacientes sin otras alternativas.

La nueva terapia parece haber superado las dificultades con las que se encontraron las anteriores para llegar a un gran numero de células cardiacas y además, permanecer activa durante varios meses. De hecho, los investigadores han creado un sistema completamente nuevo para conducir y activar el gen terapéutico. De tal modo que el tratamiento se puede considerar como «un dispositivo molecular de asistencia» que llega a la célula cardiaca y desde su interior incrementa la potencia de contracción del músculo. El mecanismo es similar al de los aparatos artificiales que se implantan en el corazón, pero el material de fabricación es exclusivamente biológico: fragmentos de ADN y un virus.

BOMBEO . La insuficiencia cardiaca se produce cuando el corazón pierde su capacidad de bombear la sangre necesaria para abastecer a todos los órganos. Afecta a alrededor de un 2% de la población española, aunque en los últimos años se ha detectado un considerable incremento del número de casos. Un 50% de los pacientes diagnosticados fallece en un periodo de entre tres y cinco años. Su detección no es inmediata puesto que el organismo despliega una serie de mecanismos para compensar el defecto. Se agranda progresivamente el tamaño del corazón y se eleva el número de latidos por minuto. Otra estrategia es aumentar el volumen de sangre mediante la retención de agua en los riñones.

El arsenal terapéutico disponible en la actualidad tiene como único objetivo aliviar los síntomas y reducir el número de hospitalizaciones. Se emplean diuréticos para eliminar el exceso de líquido acumulado, vasodilatadores para abrir las arterias y facilitar al corazón el bombeo de sangre hacia el resto del organismo. La digoxina forma parte también de los cócteles medicamentosos de la insuficiencia cardiaca para ayudar a la contracción del músculo del corazón. En los casos más severos, la única opción disponible es someterse a un trasplante .

Se han hecho numerosos intententos de mejorar el pobre panorama al que se enfrentan los pacientes que sufren esta patología, y entre ellos figura la terapia génica. Esta opción terapéutica parecía en sus inicios una solución prácticamente definitiva. Se consideraba sencillo hacer llegar al genoma celular un fragmento de ADN correcto que sustituyera al que estaba fallando, pero no ha sido tan fácil.

Lo cierto es que los últimos años no han sido buenos tiempos para la terapia génica. Muchos proyectos que estudiaban esta alternativa terapéutica no han conseguido probar su eficacia y además, sus efectos secundarios impedían su aplicación. Los grandes escollos a los que se enfrentan los científicos de esta área y en especial, en proyectos relacionados con las patologías cardiacas, son hacer llegar cantidades suficientes del tratamiento genético al órgano dañado y que una vez allí, continúe activo durante un periodo de tiempo suficientemente largo. Los autores del trabajo, que se publicará en agosto en la revista Nature Medicine, parecen haber conseguido salvar una buena parte de estos inconvenientes. Otros son aún interrogantes que se deben resolver en futuros estudios.

El nuevo tratamiento genético tiene como diana el mecanismo bioquímico que regula la fuerza del latido y su objetivo es potenciar la contracción del músculo cardiaco. En el centro de la acción se sitúa el denominado circuito de calcio del retículo sarcoplásmico. Esta estructura en forma de entramado vesicular se encuentra en la célula muscular y funciona como almacén de calcio.

Cuando el corazón se contrae, este elemento sale del receptáculo. Para la distensión, un complejo molecular situado en la membrana del retículo ejerce de bomba y toma el calcio del exterior. El proceso de recogida está controlado por una proteína denominada fosfolamban (PNL, sus siglas en inglés) que actúa como freno de la bomba. La fuerza del latido depende de la cantidad de calcio que sale del retículo. Por lo tanto, antes de que se active el freno ha debido entrar una cantidad suficiente de ese elemento para alcanzar un ritmo y potencia adecuados de contracciones y relajaciones. Los individuos que padecen insuficiencia cardiaca tienen alterada la regulación y el freno está demasiado pisado.

Los investigadores crearon una mutación del gen que codifica la fosfolamban de tal manera que la nueva versión expresara una proteína que bloquea a la defectuosa. El siguiente paso era encontrar una forma de transporte para que el gen terapéutico llegara al mayor número posible de células del músculo cardiaco y no alcanzara las de otros órganos. Para esta tarea se utilizan habitualmente virus que conducen al fragmento de ADN hasta el núcleo de la célula para allí incorporarse al genoma celular.

Sin embargo, el equipo investigador estadounidense decidió desarrollar un sistema nuevo capaz de responder a todas las exigencias. Para ello, modificaron un virus de la familia de los adenoasociados de tal manera que no sólo hiciera de taxi genético, sino que él mismo se encargara de producir la proteína buena.

RESULTADOS . En el estudio se emplearon ratones creados para desarrollar una insuficiencia cardiaca de características similares a la humana. Una parte de los animales recibió el tratamiento en las fases iniciales de la patología, cuando comenzaban a manifestarse los síntomas de la enfermedad. Cinco semanas después de aplicar la terapia, se había detenido el deterioro de la contracción cardiaca. A los tres meses, la bomba de calcio había incrementado su actividad por encima del 100%. Durante siete se mantuvo el efecto y la patología no progresó.

Los investigadores pudieron constatar que el virus y, por tanto, el gen se habían dirigido mayoritariamente al corazón, aunque también se detectó su presencia, a niveles más bajos, en el hígado y en la arteria aorta. Los experimentos posteriores con otro grupo de roedores mostraron que la terapia era también eficaz en los casos de patología severa. Los autores señalan que no se detectaron efectos secundarios graves.

Kenneth Chien, autor principal del trabajo, explicó a SALUD que tienen se prevé el inicio de ensayos en humanos en un plazo de 18 meses. Se realizarán básicamente en Estados Unidos, y se incluirán pacientes con insuficiencia cardiaca severa que esperan un trasplante. En estos estudios se empleará una vía de administración del tratamiento que ha sido desarrollada por el mismo equipo investigador.

La intervención será realizada por un cardiólogo que empleará un catéter especial insertado en la arteria coronaria, el vaso que irriga el corazón. Según Chien, el sistema no es muy diferente del que se utiliza en la actualidad para practicar angioplastias, procedimiento por el que se introduce un balón en una arteria para romper la aculmulación de lípidos que obstruyen el paso de sangre.

Los riesgos del «taxi» viral no se conocen
El mecanismo infectivo de un virus consiste en atravesar las membranas de la célula para descargar su material genético en el núcleo de ésta. En terapia génica se aprovecha esta habilidad vírica para embarcar el gen terapéutica y transportarlo.

Hasta el momento se han estudiado diferentes microorganismos, pero los resultados no han sido los esperados. Recientemente se ha comenzado a emplear un tipo de virus perteneciente a la familia de los adenoasociados puesto que no se consideran dañinos para el ser humano. Además, estos agentes no provocan una respuesta del sistema de defensa tan fuerte como otros, de modo que su superviviencia y la de su pasajero están garantizadas.

Todas estas características los han convertido en candidatos perfectos para actuar como «taxi» del potencial tratamiento para la insuficiencia cardiaca. Sin embargo, el pasado mes de enero Nature Genetics publicaba un trabajo en el que se advertía de los posibles riesgos de estos particulares vehículos. Los autores habían encontrado que el ADN del virus se incorpora en el genoma humano dentro del cromosoma 19 provocando la eliminación de algunos fragmentos y la reestructuración de otros. Los científicos aseguraban que las consecuencias para el organismo todavía no se conocen.

En este sentido, Kenneth Chien afirma que existen riesgos, pero los pacientes candidatos a la terapia que él y su grupo han desarrollado serán individuos con una insuficiencia cardiaca severa para los que no existen otras alternativas.








ENTREVISTA CON ERNESTO LACLAU
Cuando se requiere una nueva fe




Autor de "Emanicipación y diferencia", aún cree en el futuro de una propuesta de izquierda, capaz de amalgamar un mundo fragmentado. En esta charla sostiene que la política y el misticismo aspiran a expresar una totalidad (dios, el pueblo), a la vez necesaria e inalcanzable.
FLAVIA COSTA.

En defensa de la razón populista


El 17 de octubre de 1945, un niño llamado Ernesto Laclau vio pasar, desde un balcón de Santa Fe y Ayacucho, una marea bulliciosa que ponía imagen y sonido a una palabra de contornos hasta entonces imprecisos: "pueblo". De entonces —cuenta hoy un poco en broma— conserva el interés fascinado por esa escena y por la matriz política que ella evoca: los populismos latinomericanos. Sólo que si para la mayoría el populismo remite a contenidos negativos, para Laclau se trata de una forma, un modo de articular contenidos variables. Y esa forma, lejos de ser un problema, es la garantía de persistencia del juego político. Este es uno de los ejes centrales de La razón populista, libro que pronto aparecerá en inglés y del cual se reproduce aquí un fragmento. Entretanto, acaba de salir Misticismo, retórica y política, donde analiza cómo los procesos discursivos contribuyen a constituir identidades, y en estos meses se publicará también Contingencia, hegemonía y universalidad, escrito junto a los filósofos Slavoj Zizek y Judith Butler —ambos en Fondo de Cultura Económica—.

Profesor en la Universidad de Essex desde hace 30 años, conserva también de su pasado argentino el recuerdo de la militancia —en el Partido Socialista Argentino, luego en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, de Jorge Abelardo Ramos— y la aspiración a una "alternativa democrática radical y emancipatoria". Es sociólogo e historiador, tomó clases con Borges y Rodolfo Mondolfo, colaboró con Gino Germani y con José Luis Romero. Hacia 1969, mientras dirigía el periódico Lucha obrera, Eric Hobsbawm lo invitó a estudiar en Oxford: desde entonces vive en Inglaterra.

Lector atento y crítico de Gramsci y Althusser, de Lacan y Derrida, en libros como Hegemonía y estrategia socialista (escrito con Chantal Mouffé) y Emancipación y diferencia, Laclau desplegó una original reflexión política que él mismo denominó "posmarxista y posestructuralista": un modelo que destaca la naturaleza discursiva de lo social y donde la identidad es una construcción siempre provisoria.

De paso por Buenos Aires, Laclau se refirió a sus últimos trabajos: contó cómo se interesó en el discurso de los místicos, explicó por qué cierta dosis de populismo es necesaria para la democracia y analizó las chances del declamado "fin de la política". Lo menos tranquilizador es su lectura de la situación argentina, a la que define como de "disgregación radical". Laclau ve cercano el peligro de "una reimposición autoritaria del orden", el fantasma del Leviatán: "Decir ''que se vayan todos'' es decir que se quede uno".

—En La razón populista, usted afirma que, contra lo que suele pensarse, el populismo no es un contenido sino una "forma": un modo de articulación consustancial a la política que no es necesariamente un problema, algo "negativo"...

—No: sin una dosis de populismo no habría política. Recuerdo el famoso lema de Saint Simon, según el cual el paso a una sociedad sin política debía ser "la transición del gobierno de los hombres a la administración de las cosas". Pero en una sociedad donde toda demanda se resuelve en forma administrativa y sin disputas, evidentemente no hay política. La política adviene cuando las demandas sociales chocan con un sistema que las niega, y aparecen distintos proyectos que disputan por articularlas. Por otra parte, una sociedad que fuera totalmente reglamentada, donde no hubiera política, sería una sociedad donde el pueblo o "los de abajo" no tendrían ninguna forma de expresión.

—Usted recién mencionó el mito del "fin de la política". Existirían dos posibilidades: una es la "pura administración de las cosas". La otra, la más temida hoy por los argentinos, es el fin de la política por disolución, porque las demandas parecen irreconciliables entre sí. ¿Existe hoy ese riesgo en la Argentina?

—Veamos las posibilidades lógicas: por un lado, sí, está el fin de la política porque todo es administración. Esto significaría que no hay protesta ni disenso, porque el estado es un administrador eficaz, total. Es la imagen que uno tiene de las sociedades escandinavas, que se acercan bastante a esta descripción. La otra posibilidad es que se diga, como se dice aquí, "Que se vayan todos". Esto significa el final de la clase política; y ahí el modelo se acerca al Leviatán, el estado absoluto de Hobbes. Porque decir "que se vayan todos" es decir que se quede uno, porque alguien tiene que reglamentar la sociedad. Contra el mito de la sociedad totamente gobernada, el "que se vayan todos" es el mito de una sociedad ingobernable, que necesita de un amo que restablezca el orden.

—¿No existe otra posibilidad menos catastrófica que el Leviatán?

—Bueno, la política existe cuando no funciona ninguno de los dos modelos: ni el "que se vayan todos" ni la fantasía de la sociedad totalmente administrada. Toda política es hegemónica; supone una fuerza capaz de galvanizar una serie de demandas insatisfechas. Si esta rearticulación no se produce o es muy débil, puede ocurrir la disgregación social en sentido más amplio. Este es el problema que atraviesa la Argentina hoy, aunque no es exclusivo de aquí: la llamada globalización, en tanto fenómeno de fragmentación y multiplicación de las demandas particulares a nivel mundial, se conecta con esto. Pero esa disgregación no puede llegar al punto en que la sociedad se suicide. Así es que, cuando la crisis llega a cierto punto, se produce una reimposición autoritaria del orden desde algún lugar que tenga el poder material para hacerlo. Este es el gran temor que está en el horizonte. Evidentemente no hay amenaza de golpe militar en la Argentina, pero hay un vacío de poder que de algún modo va a colmarse, nadie sabe bien con qué.

—¿Qué lugar ocupa el discurso económico? La prédica por la dolarización, por ejemplo, coquetea con la fantasía de que se podría reestablecer el orden a través de la moneda extranjera; se habla incluso de "gerenciamiento exterior" del país...

—Pero no hay un modelo que venga hoy de los EE.UU. El neoliberalismo fue una utopía que rigió en los años 80 y 90, pero ya está haciendo agua en todo el mundo. De ahí que, en un país como la Argentina, ciertas formas de nacionalismo económico de un tipo nuevo tendrán que empezar a implementarse. El chavismo es una de las formas con que se está respondiendo a esta crisis internacional. Acaso también lo es una figura como Lilita Carrió.

—En sus libros se analiza el rol del "significante flotante", una figura o creencia tras la cual se aglutinan las demandas particulares. Cuesta ver hoy la idea detrás de la cual podrían unirse los argentinos.

—Un ejemplo de esa articulación fue la consigna en favor del retorno de Perón, que a comienzos de los 70 reunió tras de sí a buena parte de la sociedad. Otros ejemplos serían la "democracia" en los 80 o la "estabilidad" en los 90. Hoy la gran dificultad es cómo constituir un sujeto colectivo, cómo hacer que muchas demandas se conjugan en una identidad común. Esto no se puede lograr sin una resolución mínima de la crisis actual. Ya no se trata de modelos económicos: se trata de restaurar la viabilidad de la sociedad y la confianza en esa viabilidad. Cuando se llega a este punto de disolución general, eso sólo puede ser reconstruido a partir de una especie de fe; una fe de tipo nuevo.

—Es curioso que hable de fe...

—Bueno, la fe no es necesaria cuando un sistema institucional funciona normalmente, cuando la gente sabe que aunque cambie el gobierno, no habrá transformaciones fundamentales en sus vidas. Pero cuando todo empieza a funcionar mal, la situación sólo se puede reconstituir sobre la base de una fe mucho más profunda. Ahora, ¿quién es capaz de aportar esta fe en la Argentina actual? Evidentemente, no serán las pequeñas negociaciones entre fracciones del justicialismo...

—Pero volvemos al Leviatán: la fe puede encarnarse con un giro monstruoso, como ocurrió en la República de Weimar con el surgimiento de Hitler.

—Bueno, esa es una posibilidad; también puede ser una reconstitución de izquierda. No se sabe. Fíjese el caso de México: durante la hegemonía del PRI, se decía que ante las demandas particulares, el régimen resolvía algunas sí, otras no. Lo que rechazaba totalmente era lo que ellos llamaban el paquete; es decir, cuando todas las demandas se presentaban como una opción sociopolítica más global. Ahí venía la gran represión. Hoy en día en la Argentina tenemos dos problemas: primero, que todo se da al nivel del paquete, porque la gente ha perdido la fe en la capacidad de las instituciones de resolver las demandas. El segundo problema es que es realmente difícil saber qué hay dentro del paquete.

—En Misticismo, retórica y política, analiza textos místicos: la Cábala, Meister Ec khart. ¿Qué lo llevó a tomar esos dicursos?

—Ese trabajo nació cuando percibí que tanto el discurso místico como el político se construyen a partir de la búqueda de una totalidad que es imposible de representar o encarnar y que es, al mismo tiempo, la garantía del sistema. Esa totalidad puede ser nombrada de modos distintos —Dios, el pueblo, la huelga general—, pero siempre tiene como objeto estar en lugar de otra cosa innombrable y a la vez necesaria. Entonces analizo las figuras y operaciones retóricas que permiten esos pasajes y representaciones a nivel discursivo.

—El libro que escribió con Zizek y Butler lleva por subtítulo "Diálogos contemporáneos sobre la Izquierda". ¿Cuáles son hoy los objetivos de una política que se pretenda emancipatoria?

—Bueno, cuando uno pensaba el sujeto emancipatorio a principios del siglo XX, pensaba en la clase obrera; pensaba en una simplificación de la estructura social bajo el capitalismo. Era un discurso en torno de la homogeneización y la eliminación progresiva de las diferencias. Hoy ocurre lo contrario: hay una explosión de diferencias y el problema político fundamental es cómo reunirlas en un proyecto de emancipación más global. Desde el punto de vista de la izquierda, el desafío ahora es seguir ampliando los niveles de acceso de los excluidos y, a la vez, encontrar un discurso político articulador para la enorme proliferación de diferencias.

—Una vez, al comentar una cita de Derrida sobre la capacidad perturbadora de los espectros, usted señaló que los fantasmas se caracterizan también por rondar y acosarnos. ¿Cuál es el gran fantasma que ronda por el mundo ahora?

—No sé si hay un gran fantasma. Pienso, más bien, en las presencias de aquellas cosas que fueron entes verdaderos —el estado, las instituciones, las naciones, las identidades basadas en el territorio—, que son cada vez más fantasmales. Lo que me pregunto es si no será la sociedad misma la que comienza a ser espectral.







NOTAS AL PIE DE PAGINA



Por José Pablo Feinmann
Hay todo tipo de notas a pie de página. Ultimamente los libros ya casi las han abandonado porque los perezosos lectores de estos tiempos las pasan por encima. Sin embargo, en los viejos grandes libros esas notas siempre están, son el aliento paralelo de todo ensayo y, a veces, su aliento principal. Sartre, por dar un ejemplo, en la Crítica de la razón dialéctica, un libro al que entregó literalmente su vida, pone a pie de página una de sus fórmulas centrales: “el principio antropológico de definir al hombre por su materialidad no contradice al principio epistemológico de partir de la conciencia”. El postulado figura a pie de página. Pero todos los que han leído ese libro han llegado a saber que esa nota es insoslayable y que tal vez Sartre le dio esa forma, la de nota al pie, para tornarla más inevitable. Recuerdo, aquí, un gran cuento de Walsh en el que las notas al pie se comen al texto principal. No se trata del caso que quiero comentar. La nota sobre la que propongo volcar nuestra atención es de Marx, pertenece al primer tomo de El Capital y no pretende ser insoslayable ni inevitable ni devorarse nada. Pero, como suele ocurrir, los tiempos otorgan actualidad estridente a textos que no parecían tenerla.
La cuestión es así: Marx viene analizando los orígenes del capitalismo, su surgimiento, y cita un texto de un hombre ya poco recordado, conjeturo, en su época, William Howitt. La cita es como sigue: “Del sistema colonial cristiano dice William Howitt, un hombre que del cristianismo ha hecho una especialidad: ‘Los actos de barbarie y los inicuos ultrajes perpetrados por las razas llamadas cristianas en todas las regiones del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar, no encuentran paralelo en ninguna era de la historia universal y en ninguna raza por salvaje e inculta, despiadada e impúdica que ésta fuera” (El Capital, Siglo XXI, Vol. III, p. 940). Y ahora viene la nota a pie de página. Leída en otra época de la historia, en cualquier otro momento del siglo XX, no diría lo que hoy dice. Veamos. Dice entonces, a pie de página, en la nota 241, Marx: “Debe estudiarse este asunto en detalle para ver qué hace el burgués de sí mismo y del trabajador allí donde puede moldear el mundo sin miramiento, a su imagen y semejanza”. Marx, sin vueltas, identifica capitalismo y cristianismo. Obsérvese que recurre a William Howitt, “hombre que del cristianismo ha hecho una especialidad”, para extraer una central conceptualización del capitalismo: Veamos, propone, qué hace el capitalismo, el burgués, cuando no tiene resistencias, cuando moldea el mundo a “su imagen y semejanza”.
Esta simetría de intereses y simbologías entre el capitalismo y el cristianismo fue exhaustivamente trabajada entre nosotros por León Rozitchner en La Cosa y la Cruz. En uno de sus textos más lúcidos y estremecedores, Rozitchner establece un paralelo entre el torturado de la Cruz y los torturados del poder militar, poder al que amparaba una Iglesia que daba consuelo y fortaleza a su conciencia. Escribe Rozitchner: “Hay que tener presente que la imagen del crucificado fue primero la aterrorizadora amenaza de la dominación romana en cada sujeto vivo. A esa imagen se le agrega ahora, en nosotros, la del desaparecido, encapuchado, torturado y asesinado por nuestros militares, héroes convocados otra vez por la figura de la madre Virgen, santa generala de las fuerzas armadas, apoyados por la Iglesia que, coherente, santificó la tortura nueva sobre el fondo de la tortura antigua” (Losada, p. 22). De esta forma, la Ciudad de Dios agustiniana se puso al servicio de los intereses y de las metodologías más aberrantes de la Ciudad del Capital. (Sobre el tema Iglesia y dictadura está el libro de Emilio Mignone y también puede consultarse un libro reciente de Hugo Vezzetti que hace un seriotratamiento de ese libro y extrae impecables conclusiones: Pasado y presente, Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, siglo XXI.)
En suma, en sus orígenes, basándose en la evangelización colonizadora de la Cruz, el burgués moldea un mundo a su imagen y semejanza en medio de horrores sin extremos. Y aquí es donde la cita de Marx, esa mera nota al pie, adquiere una densidad excepcional. Marx señala no sólo lo que el burgués hace del “otro”, sino lo que hace de sí mismo, algo que nos remite otra vez al tema de la tortura. En la tortura (llevado a los extremos del dolor y la indignidad, la humillación) pierde su humanidad el torturado, pero también el torturador, ya que en el acto de torturar se constituye en torturador y pierde su dignidad humana. Más allá, sin embargo, de esta anotación antropológica (una, en verdad, exacta antropología de la tortura), la frase de Marx se torna inesperadamente poderosa porque hoy, ahora, otra vez, desde el llamado fin de la Guerra Fría, desde la instauración de la sociedad de libre mercado a nivel planetario, el capitalismo moldea un mundo, este mundo, “a su imagen y semejanza”. Este mundo es el mundo del Capital. Esto hace con el mundo, con los hombres, con la condición humana, el capitalismo cuando nada se le resiste, cuando lo moldea a su arbitrio, cuando explicita sin miramientos ni contenciones su ambición ilimitada, su pragmatismo, su moral basada en el egoísmo del sujeto económico individual, su concepción de la sociedad como un campo de enfrentamientos al que llama “libre competencia”. Capitalistas del mundo, este planeta arrasado por el hambre, la desigualdad, la violencia, la inexistente distribución de la riqueza (hoy ya casi es absurdo hablar de la distribución de la riqueza, dado que lo único que existe es su concentración), la mortalidad infantil, el destrozamiento de la naturaleza sometida a la más exasperada instrumentalidad técnica, a la más avariciosa concepción de la conquista de lo natural en servicio de la riqueza de las empresas industriales, este mundo es el de ustedes, el que hacen ustedes cuando nada se les opone, cuando lo hacen “sin miramientos”, a imagen y semejanza de ustedes mismos.
¿Cuál sería entonces la conclusión de la escueta nota de Marx? No es posible dejar en manos del capitalismo el gobierno de este mundo. Se destruirá a sí mismo, destruirá a todos los seres humanos y, por fin, destruirá el mundo. Es imperiosa una fuerza, no sólo antiglobalizadora, sino anticapitalista. Esos esfuerzos se han hecho en el pasado y el fracaso de los mismos ha llevado al capitalismo al estadio triunfal en que hoy se encuentra, a su impunidad. Se opuso el estatismo a la libertad del capital. Se instauraron dictaduras supuestamente encarnadas en clases redentoras que no lo fueron sino que delegaron su redentorismo (o mejor aún: ese redentorismo les fue arrebatado) en aparatos partidarios, burocráticos y dogmáticos. Se recurrió, como arma de liberación, a revoluciones basadas en el esquema de la Revolución Francesa: dictadura y violencia represiva, sangrienta; ese esquema de lucha contra la tiranía terminó siempre instaurando otro rostro de la tiranía. Para, claro, alegría de la Ciudad del Capital. Se trata de buscar otros caminos, de inventarlos, de combinar lo mediato y lo inmediato, de no olvidar nunca que lo verdaderamente opuesto a la Ciudad del Capital es la concepción del hombre, no como ser de competencia, sino como ser para el Otro, como ser para el grupo, no como ser aislado en su economicismo, sino como ser participativo por su antropología solidaria y combativa. Lo urgente es que el Capital sienta que no puede hacer lo que se le dé la gana. Que tiene resistencias. De lo contrario, de puro torpe y avaricioso que es se destruirá a sí mismo, no para dar nacimiento a nada que lo supere, sino por la pura y ciega destrucción, en la que arrastrará a todos. Acaso no necesite decirlo, pero no hay quien ignore hoy (entre quienes no quieran ignorarlo) que la pandilla de petroleros texanos que encabeza George Bush encarna impecablemente ese capitalismo desbocado, nihilista, ciegamentedevastador, arrojado a sus propios impulsos incontenibles, sin fronteras, al que Marx se refería en su sencilla nota al pie.



Friday, July 26, 2002


EL ENEMIGO ESTÁ ENTRE NOSOTROS


AUTOR: JORGE CONTI


“El día de los trífidos” es una vieja novela de ciencia ficción de John Windam. La ciencia ha venido desarrollando una experiencia biogenética que ha dado lugar a una forma de vida vegetal que produce un aceite industrial económico y con amplio margen de ganancias. Se llaman trífidos y tienen el aspecto de un gran bulbo con sus raíces en la tierra y un tronco central que, a manera de palmera, culmina en una especie de copón. Hay enormes extensiones de campo sembrados de trífidos, a los que les crece una especie de látigo correoso terminado en un aguijón que hay que cortar periódicamente porque su picadura es letal. El relato comienza una noche en que se produce una lluvia de aerolitos sobre el planeta. La mayor parte de la humanidad ha mirado el fenómeno como un espectáculo, pero ya sea por radiación ultravioleta o de otro tipo, a las pocas horas todos han perdido la vista salvo unos pocos que por distintas circunstancias no han mirado esas luces. Los trífidos, ya sin vigilancia, comienzan a despegar sus raíces y se desplazan matando a cuanto ser viviente encuentran. En pocos días se extingue la energía, las reservas de alimentos, el gobierno. Los pocos que conservan la vista se convierten en criminales que saquean y asesinan por la supervivencia o en líderes de grupos de ciegos, cada uno con sus propias ideas sobre el poder y cómo reorganizar la sociedad. Aparecen los autoritarios, los militaristas, los fanáticos religiosos y los democráticos. La sociedad se disgrega en tribus y éstas luchan entre sí, Se trata de una obvia metáfora del dilema que plantea el problema del poder y el avance científico y técnico cuando no está regulado por un avance igual de la ética social. Se repite en cientos de novelas y filmes de anticipación, pero hay una constante: el enemigo siempre es algo distinto o diferente de la especie humana: trífidos, alienígenas, tiburones, muertos-vivos, vampiros, meteoritos. Pero no hay trífidos, ni alienígenas, ni muertos-vivos, ni meteoritos gigantes desde el espacio. Lo único que queda en pie es la lección no aprendida: poder, ciencia y tecnología se vuelven contra nosotros si no hay un desarrollo igual de la ética. El enemigo éramos nosotros.


La historia de Enrico Fermi es la historia de las injusticias y aberraciones del siglo XX. Bajo la tribuna de un estadio deportivo puso en marcha la primera pila atómica de uranio natural y grafito, en Estados Unidos. Pero era italiano, ciudadano de una nación enemiga de los Estados Unidos, así que lo sometían a innumerables vejaciones: tenía que pedir permiso para viajar, le prohibieron usar receptores de onda corta, no podía tener máquinas fotográficas ni prismáticos, estaba permanentemente vigilado y lo sometían a requisas de identidad a cada paso. Pero cuando lo necesitaron para desarrollar el “Proyecto Manhattan” le dieron la ciudadanía norteamericana en 1944. Lo instalaron con su familia en Los Álamos, pleno desierto de Nevada, donde se encontró con Bohr, Segré, Bethe, Teller, físicos dirigidos por Robert Oppenheimer. Sus trabajos fueron los que condujeron a la explosión de la primera bomba atómica en Alamogordo, el 16 de julio de 1945. El principio era el mismo que el de la pila atómica, solo que hay una diferencia en la velocidad de la reacción nuclear. En la bomba atómica se libera violentamente, mientras que en la pila atómica la reacción es controlable. Para que la reacción en cadena se produzca hay que reunir una masa suficiente llamada “masa crítica” para que los protones emitidos en el curso de una fisión encuentren otro núcleo y no escapen del uranio. Enrico Fermi sufrió su destino como lo sufrió Albert Einstein: siempre descreyó de las razones esgrimidas por los Estados Unidos para justificar el empleo bélico de la energía atómica. A pesar de haber dado muestras de su tenaz oposición a los regímenes de Hitler y de Mussolini –motivo por el cual se había exiliado y había aceptado el triste destino de refugiado político –los Estados Unidos nunca dejaron de vigilarlo y de tratarlo como un sospechoso. Su actitud crítica respecto del holocausto de Hiroshima y Nagasaki agravó las cosas para él y mientras el senador McCarthy desataba su caza de brujas en los Estados Unidos, persiguiendo a Charles Chaplin, a Bertold Brecht, a Arthur Miller, a Dashiell Hammet, a Howard Fast y a otros miles de intelectuales y artistas, Enrico Fermi moría el 28 de noviembre de 1954. Dos días antes Simone de Beauvoir había publicado su novela “Los mandarines” y cuatro días después Einsenhower y Foster Dalles se declaraban partidarios de la coexistencia pacífica con la URSS y el senado destituía a McCarthy. Tarde para rescatar los sufrimientos de Enrico Fermi. Otra vez la vieja lección no aprendida: poder, ciencia y tecnología se vuelven contra nosotros si no hay un desarrollo igual de la ética. El enemigo éramos nosotros.


Un relato de ficción. Un relato de la vida real. Ambos son casi contemporáneos y nos separan de ellos más de medio siglo. Sin embargo, la lección sigue sin aprenderse. Una publicación brasileña informó hace pocos días que existen laboratorios secretos que están desarrollando mijo, soja y tabaco que funcionarán como anticonceptivos, abortivos y armas biológicas, sin autorización ni supervisión de la Food and Drug Adminstration de los Estados Unidos.

El Environment New Service destacó que un informe preparado por la Genetically Engineered Food Alert Coalición y entregado a la Secretaria de Agricultura del gobierno estadounidense, Anne Veneman, denuncia que empresas de ingeniería genética mantienen cerca de 300 “haciendas-laboratorios” no autorizadas ni controladas, que se dedican al desarrollo de “drogas diversas”, incluyendo remedios importantes y también alimentos que provocan abortos, generan crecimientos hormonales y producen coágulos sanguíneos, enzimas industriales y alergénicas.
Lo alarmante en este caso, dice la publicación, es que –al contrario del desarrollo de otros tipo de drogas que, en el período experimental se desarrollan aisladas del medio ambiente- estos laboratorios realizan los cultivos en “haciendas biológicas” al aire libre, sin ninguna preocupación por los riesgos potenciales.Las plantaciones secretas son cultivadas sin ninguna medida especial de seguridad, sin notificación a vecinos ni autoridades gubernamentales.

Larry Boleen, director de Salud y Programas Ambientales de la organización Friends of the Earth, señaló que “basta un solo error de una de esas empresas para que estemos consumiendo remedios hechos para otras personas en el café del desayuno” y exigió al gobierno estadounidense prohibir ese tipo de operaciones para evitar la contaminación de las plantaciones. El perverso poder del mercado por sobre el valor de la vida humana y de la obligación moral de garantizarla por encima de cualquier otro interés, está explícito en el inadmisible argumento con el que se defienden las empresas: “las bio-haciendas deben mantenerse en secreto por razones competitivas, para mantener la confidencialidad de los negocios”.


La publicación aclara que no se trata de laboratorios especiales, sino de haciendas comunes que contratan clandestinamente mano de obra común. Esta mano de obra es la que planta las simientes experimentales desconociendo la naturaleza del material que manipulan. La revista científica Nature Biotechnology señaló a propósito de esta verdadera responsabilidad criminal que el riesgo es mucho mayor de lo que se imagina porque “las estrategias de contención de genes modificados no funcionan con seguridad en el campo” y se pregunta “si podemos legítimamente esperar que un peón de campo limpie todo su equipo de trabajo con la meticulosidad necesaria para eliminar todas las simientes genéticamente modificadas”.

La información agrega que una fuente de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos dijo of the récord que es posible que las plantaciones modificadas para producir remedios y otras drogas y compuestos industriales se mezclen con las plantaciones destinadas al consumo humano, de modo que es de esperar el surgimiento de nuevos compuestos químicos desconocidos e imprevistos mezclados con los alimentos.

La fantasía que John Windam imaginó como relato de ciencia ficción en la década del cuarenta, está en marcha: los “trífidos” son una realidad. Pero no es un fenómeno celeste el que los pondrá fuera de control. Es el mercado y su recién instalada primera virtud: la codicia. Y los científicos que están haciendo real aquella fantasía, tampoco tienen los escrúpulos de conciencia de Enrico Fermi. Han olvidado los principios humanistas de la ciencia, para abrazar la misma nueva virtud.





























SOBRE REPRESENTANTES FORMALES Y REPRESENTANTES REALES


Néstor Pedro Sagüés





Uno de los temas más polémicos y frecuentes de la realidad política argentina es el déficit de representatividad que muchos atribuyen a diputados, senadores y al Poder Ejecutivo mismo, sea en el ámbito nacional como en el provincial. La crítica involucra igualmente a ediles municipales e intendentes, y concluye, para ciertos sectores, en la demanda política y jurídica de caducidad de quienes desempeñan los cargos electivos vigentes.
.
Interesa detenerse en parte de esa problemática, que es muy compleja. En concreto, aquí se intentará exhibir el conflicto latente que hay entre el concepto de "representación" que anida en la Constitución formal, y la idea de "representación" que existe en la constitución real del país. Se procurará demostrar que esa confrontación, cuando existe, es muy significativa, y que conocerla y asumirla importa un paso necesario para intentar superar el asunto.
.
La Constitución formal
.
La actual Constitución formal es fuertemente "representativista". Define en su artículo 1 a la Nación Argentina como adoptante de la "forma representativa" de gobierno. El artículo 22 fulmina posibilidades de democracia directa: "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución". No obstante, a partir de 1994 el nuevo texto permite al pueblo presentar proyectos de leyes, y aun la sanción popular de ellas (artículos 39 y 40).
.
El texto constitucional llama "representantes" específicamente a los diputados. Lo hace en el artículo 45, donde dos veces les confiere carácter de "representantes" y una tercera habla de "la representación" que ejercen. El artículo 50 se refiere al término que ellos duran "en su representación".
.
Otro concepto clave para delinear la condición formal de representante es el de "mandato". El artículo 68 se refiere en términos comprensivos, tanto de diputados como de senadores, al "mandato de legislador". Tienen mandato, por ende, los integrantes de las dos salas del Congreso. El artículo 56 añadió que los senadores duran seis años "en el ejercicio de su mandato".
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La reforma constitucional de 1994 reconoció la existencia de "mandato" para el presidente de la Nación. Determinó en el nuevo artículo 94 que el presidente sería elegido "directamente por el pueblo", al igual que el vicepresidente, y el mismo precepto menciona el "mandato del presidente en ejercicio". Las disposiciones transitorias novena y décima mencionan igualmente el "mandato" del presidente. Por otro, ratificó que los senadores (hoy elegidos asimismo directamente por el pueblo) también tienen "mandato" (disposición transitoria cuarta, verbigracia).
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Según el esquema de la presente Constitución formal, los diputados son entonces "representantes". Los senadores y el presidente, además de los primeros, tienen "mandato". Como la palabra "mandato" está íntimamente ligada, jurídica e ideológicamente, a la de "representación", puede concluirse que todos ellos son también representantes. Tener mandato y ser representante, pues, concluyen aquí como términos prácticamente equivalentes. El factor o elemento representativo es actualmente, en la Constitución formal, la elección: diputados, senadores y presidente son escogidos por el cuerpo electoral. Como corolario, los representantes son tales porque resultan elegidos popularmente, y así tienen "mandato".
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Por su parte, el presidente "completante" de un período presidencial, en los casos de acefalía, designado por el Congreso conforme al artículo 88 de la Constitución, se encuentra en una situación peculiar, que merece por cierto un análisis aparte.
.
En la constitución real
.
Llamamos "constitución real" a la efectivamente vigente en los hechos. Es un concepto próximo al de "constitución viviente" ( living constitution) en la terminología estadounidense, vale decir, a la constitución practicada por el gobierno y por el pueblo. En muchos de sus tramos, la Constitución formal coincide con la real. En otros no: cuando esto ocurre, generalmente la última complementa y hasta transforma a la primera mediante normas de derecho consuetudinario (costumbre) constitucional.
.
Cabe repetir que en la Constitución formal el factor representativo es básicamente la elección. Según el texto constitucional, basta que alguien sea elegido diputado, senador o presidente de la Nación para ser jurídicamente reputado "representante". Además, la condición y el carácter de "representante", siempre para la Constitución formal, duran hasta que concluya el período constitucional del "mandato" en cuestión. No necesitan ser revalidados o confirmados durante todo ese tramo: gracias a los comicios, el representante cuenta con una suerte de "derecho adquirido" a ser reputado como tal. Tampoco puede ser popularmente revocado.
.
En la constitución real, en cambio, el factor representativo (o sea, el elemento que hace que alguien sea representante de los representados) parte de una elección, y es muy bueno que así sea, pero el ingrediente representativo continuante es la concreta adhesión o apoyo que ese representante encuentre de hecho en el grupo representado. Dicho de otro modo: la elección (en términos de realidades) es un dato histórico muy legítimo de representatividad, básico por lo demás en una democracia, pero no bastante para garantizar que ese representante elegido en un determinado momento hoy mantenga y conserve plenamente su posición de tal. La elección opera aquí como una presunción de representatividad, pero no acredita concluyentemente diploma de actual, cierta y genuina representatividad.
.
En resumen, debe subrayarse que la representación política, entendida como relación representativa en la esfera existencial del derecho constitucional, se fundamenta no sólo en los comicios en que fue ungido el representante, sino también en la voluntad continuada de los representados de reconocerlo como representante suyo. Cuando tal adhesión o reconocimiento disminuye sensiblemente o falta, el representante padece de anemia representativa y corre el riesgo de disminuir o perder fácticamente su rango.
.
Si el representante formal desea conservar en los hechos íntegramente su estatus, tiene que trabajar para mantener y, de ser posible, acrecentar su capital representativo. Debe ganar, día tras día, su representatividad. Los laureles históricos de la elección no son, a ese efecto, y pese a sus méritos, suficientes ni perennes: pueden marchitarse pronto si nueva savia no los fortalece y mantiene vivos.
.
Concluyendo: es aconsejable que en materia de representación política (un tema muy ligado a la idea de legitimidad del régimen) coincidan la Constitución formal y la real. Si ambas no confluyen, la brecha entre ellas genera a menudo una tensión crítica, que a su vez es apta para provocar episodios de disfuncionalidad sistémica y riesgos de gobernabilidad.
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Néstor Pedro Sagüés es profesor de derecho constitucional de las universidades de Buenos Aires y Católica Argentina.
.<< Comienzo de la notaUno de los temas más polémicos y frecuentes de la realidad política argentina es el déficit de representatividad que muchos atribuyen a diputados, senadores y al Poder Ejecutivo mismo, sea en el ámbito nacional como en el provincial. La crítica involucra igualmente a ediles municipales e intendentes, y concluye, para ciertos sectores, en la demanda política y jurídica de caducidad de quienes desempeñan los cargos electivos vigentes.
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Interesa detenerse en parte de esa problemática, que es muy compleja. En concreto, aquí se intentará exhibir el conflicto latente que hay entre el concepto de "representación" que anida en la Constitución formal, y la idea de "representación" que existe en la constitución real del país. Se procurará demostrar que esa confrontación, cuando existe, es muy significativa, y que conocerla y asumirla importa un paso necesario para intentar superar el asunto.
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La Constitución formal
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La actual Constitución formal es fuertemente "representativista". Define en su artículo 1 a la Nación Argentina como adoptante de la "forma representativa" de gobierno. El artículo 22 fulmina posibilidades de democracia directa: "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución". No obstante, a partir de 1994 el nuevo texto permite al pueblo presentar proyectos de leyes, y aun la sanción popular de ellas (artículos 39 y 40).
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El texto constitucional llama "representantes" específicamente a los diputados. Lo hace en el artículo 45, donde dos veces les confiere carácter de "representantes" y una tercera habla de "la representación" que ejercen. El artículo 50 se refiere al término que ellos duran "en su representación".
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Otro concepto clave para delinear la condición formal de representante es el de "mandato". El artículo 68 se refiere en términos comprensivos, tanto de diputados como de senadores, al "mandato de legislador". Tienen mandato, por ende, los integrantes de las dos salas del Congreso. El artículo 56 añadió que los senadores duran seis años "en el ejercicio de su mandato".
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La reforma constitucional de 1994 reconoció la existencia de "mandato" para el presidente de la Nación. Determinó en el nuevo artículo 94 que el presidente sería elegido "directamente por el pueblo", al igual que el vicepresidente, y el mismo precepto menciona el "mandato del presidente en ejercicio". Las disposiciones transitorias novena y décima mencionan igualmente el "mandato" del presidente. Por otro, ratificó que los senadores (hoy elegidos asimismo directamente por el pueblo) también tienen "mandato" (disposición transitoria cuarta, verbigracia).
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Según el esquema de la presente Constitución formal, los diputados son entonces "representantes". Los senadores y el presidente, además de los primeros, tienen "mandato". Como la palabra "mandato" está íntimamente ligada, jurídica e ideológicamente, a la de "representación", puede concluirse que todos ellos son también representantes. Tener mandato y ser representante, pues, concluyen aquí como términos prácticamente equivalentes. El factor o elemento representativo es actualmente, en la Constitución formal, la elección: diputados, senadores y presidente son escogidos por el cuerpo electoral. Como corolario, los representantes son tales porque resultan elegidos popularmente, y así tienen "mandato".
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Por su parte, el presidente "completante" de un período presidencial, en los casos de acefalía, designado por el Congreso conforme al artículo 88 de la Constitución, se encuentra en una situación peculiar, que merece por cierto un análisis aparte.
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En la constitución real
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Llamamos "constitución real" a la efectivamente vigente en los hechos. Es un concepto próximo al de "constitución viviente" ( living constitution) en la terminología estadounidense, vale decir, a la constitución practicada por el gobierno y por el pueblo. En muchos de sus tramos, la Constitución formal coincide con la real. En otros no: cuando esto ocurre, generalmente la última complementa y hasta transforma a la primera mediante normas de derecho consuetudinario (costumbre) constitucional.
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Cabe repetir que en la Constitución formal el factor representativo es básicamente la elección. Según el texto constitucional, basta que alguien sea elegido diputado, senador o presidente de la Nación para ser jurídicamente reputado "representante". Además, la condición y el carácter de "representante", siempre para la Constitución formal, duran hasta que concluya el período constitucional del "mandato" en cuestión. No necesitan ser revalidados o confirmados durante todo ese tramo: gracias a los comicios, el representante cuenta con una suerte de "derecho adquirido" a ser reputado como tal. Tampoco puede ser popularmente revocado.
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En la constitución real, en cambio, el factor representativo (o sea, el elemento que hace que alguien sea representante de los representados) parte de una elección, y es muy bueno que así sea, pero el ingrediente representativo continuante es la concreta adhesión o apoyo que ese representante encuentre de hecho en el grupo representado. Dicho de otro modo: la elección (en términos de realidades) es un dato histórico muy legítimo de representatividad, básico por lo demás en una democracia, pero no bastante para garantizar que ese representante elegido en un determinado momento hoy mantenga y conserve plenamente su posición de tal. La elección opera aquí como una presunción de representatividad, pero no acredita concluyentemente diploma de actual, cierta y genuina representatividad.
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En resumen, debe subrayarse que la representación política, entendida como relación representativa en la esfera existencial del derecho constitucional, se fundamenta no sólo en los comicios en que fue ungido el representante, sino también en la voluntad continuada de los representados de reconocerlo como representante suyo. Cuando tal adhesión o reconocimiento disminuye sensiblemente o falta, el representante padece de anemia representativa y corre el riesgo de disminuir o perder fácticamente su rango.
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Si el representante formal desea conservar en los hechos íntegramente su estatus, tiene que trabajar para mantener y, de ser posible, acrecentar su capital representativo. Debe ganar, día tras día, su representatividad. Los laureles históricos de la elección no son, a ese efecto, y pese a sus méritos, suficientes ni perennes: pueden marchitarse pronto si nueva savia no los fortalece y mantiene vivos.
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Concluyendo: es aconsejable que en materia de representación política (un tema muy ligado a la idea de legitimidad del régimen) coincidan la Constitución formal y la real. Si ambas no confluyen, la brecha entre ellas genera a menudo una tensión crítica, que a su vez es apta para provocar episodios de disfuncionalidad sistémica y riesgos de gobernabilidad.
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Néstor Pedro Sagüés es profesor de derecho constitucional de las universidades de Buenos Aires y Católica Argentina.
.Uno de los temas más polémicos y frecuentes de la realidad política argentina es el déficit de representatividad que muchos atribuyen a diputados, senadores y al Poder Ejecutivo mismo, sea en el ámbito nacional como en el provincial. La crítica involucra igualmente a ediles municipales e intendentes, y concluye, para ciertos sectores, en la demanda política y jurídica de caducidad de quienes desempeñan los cargos electivos vigentes.
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Interesa detenerse en parte de esa problemática, que es muy compleja. En concreto, aquí se intentará exhibir el conflicto latente que hay entre el concepto de "representación" que anida en la Constitución formal, y la idea de "representación" que existe en la constitución real del país. Se procurará demostrar que esa confrontación, cuando existe, es muy significativa, y que conocerla y asumirla importa un paso necesario para intentar superar el asunto.
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La Constitución formal
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La actual Constitución formal es fuertemente "representativista". Define en su artículo 1 a la Nación Argentina como adoptante de la "forma representativa" de gobierno. El artículo 22 fulmina posibilidades de democracia directa: "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución". No obstante, a partir de 1994 el nuevo texto permite al pueblo presentar proyectos de leyes, y aun la sanción popular de ellas (artículos 39 y 40).
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El texto constitucional llama "representantes" específicamente a los diputados. Lo hace en el artículo 45, donde dos veces les confiere carácter de "representantes" y una tercera habla de "la representación" que ejercen. El artículo 50 se refiere al término que ellos duran "en su representación".
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Otro concepto clave para delinear la condición formal de representante es el de "mandato". El artículo 68 se refiere en términos comprensivos, tanto de diputados como de senadores, al "mandato de legislador". Tienen mandato, por ende, los integrantes de las dos salas del Congreso. El artículo 56 añadió que los senadores duran seis años "en el ejercicio de su mandato".
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La reforma constitucional de 1994 reconoció la existencia de "mandato" para el presidente de la Nación. Determinó en el nuevo artículo 94 que el presidente sería elegido "directamente por el pueblo", al igual que el vicepresidente, y el mismo precepto menciona el "mandato del presidente en ejercicio". Las disposiciones transitorias novena y décima mencionan igualmente el "mandato" del presidente. Por otro, ratificó que los senadores (hoy elegidos asimismo directamente por el pueblo) también tienen "mandato" (disposición transitoria cuarta, verbigracia).
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Según el esquema de la presente Constitución formal, los diputados son entonces "representantes". Los senadores y el presidente, además de los primeros, tienen "mandato". Como la palabra "mandato" está íntimamente ligada, jurídica e ideológicamente, a la de "representación", puede concluirse que todos ellos son también representantes. Tener mandato y ser representante, pues, concluyen aquí como términos prácticamente equivalentes. El factor o elemento representativo es actualmente, en la Constitución formal, la elección: diputados, senadores y presidente son escogidos por el cuerpo electoral. Como corolario, los representantes son tales porque resultan elegidos popularmente, y así tienen "mandato".
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Por su parte, el presidente "completante" de un período presidencial, en los casos de acefalía, designado por el Congreso conforme al artículo 88 de la Constitución, se encuentra en una situación peculiar, que merece por cierto un análisis aparte.
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En la constitución real
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Llamamos "constitución real" a la efectivamente vigente en los hechos. Es un concepto próximo al de "constitución viviente" ( living constitution) en la terminología estadounidense, vale decir, a la constitución practicada por el gobierno y por el pueblo. En muchos de sus tramos, la Constitución formal coincide con la real. En otros no: cuando esto ocurre, generalmente la última complementa y hasta transforma a la primera mediante normas de derecho consuetudinario (costumbre) constitucional.
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Cabe repetir que en la Constitución formal el factor representativo es básicamente la elección. Según el texto constitucional, basta que alguien sea elegido diputado, senador o presidente de la Nación para ser jurídicamente reputado "representante". Además, la condición y el carácter de "representante", siempre para la Constitución formal, duran hasta que concluya el período constitucional del "mandato" en cuestión. No necesitan ser revalidados o confirmados durante todo ese tramo: gracias a los comicios, el representante cuenta con una suerte de "derecho adquirido" a ser reputado como tal. Tampoco puede ser popularmente revocado.
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En la constitución real, en cambio, el factor representativo (o sea, el elemento que hace que alguien sea representante de los representados) parte de una elección, y es muy bueno que así sea, pero el ingrediente representativo continuante es la concreta adhesión o apoyo que ese representante encuentre de hecho en el grupo representado. Dicho de otro modo: la elección (en términos de realidades) es un dato histórico muy legítimo de representatividad, básico por lo demás en una democracia, pero no bastante para garantizar que ese representante elegido en un determinado momento hoy mantenga y conserve plenamente su posición de tal. La elección opera aquí como una presunción de representatividad, pero no acredita concluyentemente diploma de actual, cierta y genuina representatividad.
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En resumen, debe subrayarse que la representación política, entendida como relación representativa en la esfera existencial del derecho constitucional, se fundamenta no sólo en los comicios en que fue ungido el representante, sino también en la voluntad continuada de los representados de reconocerlo como representante suyo. Cuando tal adhesión o reconocimiento disminuye sensiblemente o falta, el representante padece de anemia representativa y corre el riesgo de disminuir o perder fácticamente su rango.
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Si el representante formal desea conservar en los hechos íntegramente su estatus, tiene que trabajar para mantener y, de ser posible, acrecentar su capital representativo. Debe ganar, día tras día, su representatividad. Los laureles históricos de la elección no son, a ese efecto, y pese a sus méritos, suficientes ni perennes: pueden marchitarse pronto si nueva savia no los fortalece y mantiene vivos.
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Concluyendo: es aconsejable que en materia de representación política (un tema muy ligado a la idea de legitimidad del régimen) coincidan la Constitución formal y la real. Si ambas no confluyen, la brecha entre ellas genera a menudo una tensión crítica, que a su vez es apta para provocar episodios de disfuncionalidad sistémica y riesgos de gobernabilidad.
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Néstor Pedro Sagüés es profesor de derecho constitucional de las universidades de Buenos Aires y Católica Argentina.
.Uno de los temas más polémicos y frecuentes de la realidad política argentina es el déficit de representatividad que muchos atribuyen a diputados, senadores y al Poder Ejecutivo mismo, sea en el ámbito nacional como en el provincial. La crítica involucra igualmente a ediles municipales e intendentes, y concluye, para ciertos sectores, en la demanda política y jurídica de caducidad de quienes desempeñan los cargos electivos vigentes.
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Interesa detenerse en parte de esa problemática, que es muy compleja. En concreto, aquí se intentará exhibir el conflicto latente que hay entre el concepto de "representación" que anida en la Constitución formal, y la idea de "representación" que existe en la constitución real del país. Se procurará demostrar que esa confrontación, cuando existe, es muy significativa, y que conocerla y asumirla importa un paso necesario para intentar superar el asunto.
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La Constitución formal
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La actual Constitución formal es fuertemente "representativista". Define en su artículo 1 a la Nación Argentina como adoptante de la "forma representativa" de gobierno. El artículo 22 fulmina posibilidades de democracia directa: "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución". No obstante, a partir de 1994 el nuevo texto permite al pueblo presentar proyectos de leyes, y aun la sanción popular de ellas (artículos 39 y 40).
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El texto constitucional llama "representantes" específicamente a los diputados. Lo hace en el artículo 45, donde dos veces les confiere carácter de "representantes" y una tercera habla de "la representación" que ejercen. El artículo 50 se refiere al término que ellos duran "en su representación".
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Otro concepto clave para delinear la condición formal de representante es el de "mandato". El artículo 68 se refiere en términos comprensivos, tanto de diputados como de senadores, al "mandato de legislador". Tienen mandato, por ende, los integrantes de las dos salas del Congreso. El artículo 56 añadió que los senadores duran seis años "en el ejercicio de su mandato".
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La reforma constitucional de 1994 reconoció la existencia de "mandato" para el presidente de la Nación. Determinó en el nuevo artículo 94 que el presidente sería elegido "directamente por el pueblo", al igual que el vicepresidente, y el mismo precepto menciona el "mandato del presidente en ejercicio". Las disposiciones transitorias novena y décima mencionan igualmente el "mandato" del presidente. Por otro, ratificó que los senadores (hoy elegidos asimismo directamente por el pueblo) también tienen "mandato" (disposición transitoria cuarta, verbigracia).
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Según el esquema de la presente Constitución formal, los diputados son entonces "representantes". Los senadores y el presidente, además de los primeros, tienen "mandato". Como la palabra "mandato" está íntimamente ligada, jurídica e ideológicamente, a la de "representación", puede concluirse que todos ellos son también representantes. Tener mandato y ser representante, pues, concluyen aquí como términos prácticamente equivalentes. El factor o elemento representativo es actualmente, en la Constitución formal, la elección: diputados, senadores y presidente son escogidos por el cuerpo electoral. Como corolario, los representantes son tales porque resultan elegidos popularmente, y así tienen "mandato".
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Por su parte, el presidente "completante" de un período presidencial, en los casos de acefalía, designado por el Congreso conforme al artículo 88 de la Constitución, se encuentra en una situación peculiar, que merece por cierto un análisis aparte.
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En la constitución real
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Llamamos "constitución real" a la efectivamente vigente en los hechos. Es un concepto próximo al de "constitución viviente" ( living constitution) en la terminología estadounidense, vale decir, a la constitución practicada por el gobierno y por el pueblo. En muchos de sus tramos, la Constitución formal coincide con la real. En otros no: cuando esto ocurre, generalmente la última complementa y hasta transforma a la primera mediante normas de derecho consuetudinario (costumbre) constitucional.
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Cabe repetir que en la Constitución formal el factor representativo es básicamente la elección. Según el texto constitucional, basta que alguien sea elegido diputado, senador o presidente de la Nación para ser jurídicamente reputado "representante". Además, la condición y el carácter de "representante", siempre para la Constitución formal, duran hasta que concluya el período constitucional del "mandato" en cuestión. No necesitan ser revalidados o confirmados durante todo ese tramo: gracias a los comicios, el representante cuenta con una suerte de "derecho adquirido" a ser reputado como tal. Tampoco puede ser popularmente revocado.
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En la constitución real, en cambio, el factor representativo (o sea, el elemento que hace que alguien sea representante de los representados) parte de una elección, y es muy bueno que así sea, pero el ingrediente representativo continuante es la concreta adhesión o apoyo que ese representante encuentre de hecho en el grupo representado. Dicho de otro modo: la elección (en términos de realidades) es un dato histórico muy legítimo de representatividad, básico por lo demás en una democracia, pero no bastante para garantizar que ese representante elegido en un determinado momento hoy mantenga y conserve plenamente su posición de tal. La elección opera aquí como una presunción de representatividad, pero no acredita concluyentemente diploma de actual, cierta y genuina representatividad.
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En resumen, debe subrayarse que la representación política, entendida como relación representativa en la esfera existencial del derecho constitucional, se fundamenta no sólo en los comicios en que fue ungido el representante, sino también en la voluntad continuada de los representados de reconocerlo como representante suyo. Cuando tal adhesión o reconocimiento disminuye sensiblemente o falta, el representante padece de anemia representativa y corre el riesgo de disminuir o perder fácticamente su rango.
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Si el representante formal desea conservar en los hechos íntegramente su estatus, tiene que trabajar para mantener y, de ser posible, acrecentar su capital representativo. Debe ganar, día tras día, su representatividad. Los laureles históricos de la elección no son, a ese efecto, y pese a sus méritos, suficientes ni perennes: pueden marchitarse pronto si nueva savia no los fortalece y mantiene vivos.
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Concluyendo: es aconsejable que en materia de representación política (un tema muy ligado a la idea de legitimidad del régimen) coincidan la Constitución formal y la real. Si ambas no confluyen, la brecha entre ellas genera a menudo una tensión crítica, que a su vez es apta para provocar episodios de disfuncionalidad sistémica y riesgos de gobernabilidad.
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Néstor Pedro Sagüés es profesor de derecho constitucional de las universidades de Buenos Aires y Católica Argentina.
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Se hizo trizas el sueño de los devaluadores



Por Roberto H. Cachanosky

El impresionante salto que pegó la tasa de desocupación al 21,5% (aunque estimaciones privadas la ubican en el orden del 24%) muestra lo errado de la tesis según la cual el cambio de precios relativos generado por la devaluación iba a producir un aumento de la competitividad que ayudaría a reactivar la economía y bajar el desempleo.
.
El razonamiento de los devaluadores era el siguiente. La devaluación hace caer el salario real haciendo más barata la contratación de mano de obra. Además, el aumento del tipo de cambio permitiría exportar más, lo cual produciría mayor demanda de trabajo. Y, en tercer lugar, al encarecer las importaciones la devaluación permite la sustitución de productos del exterior por productos hechos localmente, lo que también genera un incremento del trabajo.
.
¿Cuál fue la realidad? En primer lugar, la devaluación comprimió tanto el salario real que hizo desplomar el consumo interno. En este contexto de menor consumo, la sustitución de importaciones funciona pobremente porque la gente no tiene ingresos suficientes para consumir. El menor consumo obliga a las empresas a producir permanentes ajustes en los costos fijos para reducir la pérdida y buena parte de ese ajuste en los costos fijos viene por la cantidad de gente ocupada.
.
En segundo lugar, las exportaciones no reaccionaron como esperaban los devaluadores. La ausencia de crédito hacía inviable las exportaciones de muchas empresas porque no tienen capital de trabajo que les permita conquistar mercados en el exterior.
.
En tercer lugar, en este contexto de crisis económica y, particularmente, de incertidumbre hacia el futuro, la inversión se ha desplomado hasta niveles que no llegan a cubrir la amortización del stock de capital existente.
.
Como cuarto elemento cabe destacar que quienes tienen ahorro en dólares, debajo del colchón o en el exterior, podrían estar demandando bienes porque han bajado notablemente los precios de los activos medidos en esa moneda. Sin embargo, la incertidumbre cambiaria todavía vigente y el no saber cuál es el futuro de la Argentina hacen que nadie quiera desprenderse de los ahorros a pesar de la baja de los precios de esos activos.
.
Otro dato para tener en cuenta es que de los 3 puntos adicionales de desocupados que hoy tiene la Argentina, ninguno pertenece al sector público. Esta es una desocupación generada fundamentalmente por un sector privado agobiado por la carga tributaria, la incertidumbre económica y la destrucción de los derechos de propiedad.
.
El crecimiento de la desocupación muestra a un sector privado que se achica sistemáticamente y hace pensar en la inviabilidad del mismo Estado hacia el futuro. ¿Quién producirá en el sector privado para financiar al sector público?
.
Irresponsabilidad
.
Pero el dato de desocupación es más preocupante hacia el futuro, porque para que en algún momento podamos tener una baja en la tasa de desocupación los políticos tendrán que ofrecer certeza sobre las reglas de juego para que la empresas se decidan a invertir y demanden mano de obra. Lo que preocupa, entonces, es que frente a semejante crisis social producida por la desocupación, la dirigencia política es incapaz de acordar un mínimo de políticas económicas racionales que permitan abrir la esperanza de que, en algún momento, esta hiperdesocupación comenzará a bajar. Hoy, más que nunca, el aumento de la desocupación es producto del incremento de la irresponsabilidad de los políticos.
.<< Comienzo de la notaEl impresionante salto que pegó la tasa de desocupación al 21,5% (aunque estimaciones privadas la ubican en el orden del 24%) muestra lo errado de la tesis según la cual el cambio de precios relativos generado por la devaluación iba a producir un aumento de la competitividad que ayudaría a reactivar la economía y bajar el desempleo.
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El razonamiento de los devaluadores era el siguiente. La devaluación hace caer el salario real haciendo más barata la contratación de mano de obra. Además, el aumento del tipo de cambio permitiría exportar más, lo cual produciría mayor demanda de trabajo. Y, en tercer lugar, al encarecer las importaciones la devaluación permite la sustitución de productos del exterior por productos hechos localmente, lo que también genera un incremento del trabajo.
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¿Cuál fue la realidad? En primer lugar, la devaluación comprimió tanto el salario real que hizo desplomar el consumo interno. En este contexto de menor consumo, la sustitución de importaciones funciona pobremente porque la gente no tiene ingresos suficientes para consumir. El menor consumo obliga a las empresas a producir permanentes ajustes en los costos fijos para reducir la pérdida y buena parte de ese ajuste en los costos fijos viene por la cantidad de gente ocupada.
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En segundo lugar, las exportaciones no reaccionaron como esperaban los devaluadores. La ausencia de crédito hacía inviable las exportaciones de muchas empresas porque no tienen capital de trabajo que les permita conquistar mercados en el exterior.
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En tercer lugar, en este contexto de crisis económica y, particularmente, de incertidumbre hacia el futuro, la inversión se ha desplomado hasta niveles que no llegan a cubrir la amortización del stock de capital existente.
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Como cuarto elemento cabe destacar que quienes tienen ahorro en dólares, debajo del colchón o en el exterior, podrían estar demandando bienes porque han bajado notablemente los precios de los activos medidos en esa moneda. Sin embargo, la incertidumbre cambiaria todavía vigente y el no saber cuál es el futuro de la Argentina hacen que nadie quiera desprenderse de los ahorros a pesar de la baja de los precios de esos activos.
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Otro dato para tener en cuenta es que de los 3 puntos adicionales de desocupados que hoy tiene la Argentina, ninguno pertenece al sector público. Esta es una desocupación generada fundamentalmente por un sector privado agobiado por la carga tributaria, la incertidumbre económica y la destrucción de los derechos de propiedad.
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El crecimiento de la desocupación muestra a un sector privado que se achica sistemáticamente y hace pensar en la inviabilidad del mismo Estado hacia el futuro. ¿Quién producirá en el sector privado para financiar al sector público?
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Irresponsabilidad
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Pero el dato de desocupación es más preocupante hacia el futuro, porque para que en algún momento podamos tener una baja en la tasa de desocupación los políticos tendrán que ofrecer certeza sobre las reglas de juego para que la empresas se decidan a invertir y demanden mano de obra. Lo que preocupa, entonces, es que frente a semejante crisis social producida por la desocupación, la dirigencia política es incapaz de acordar un mínimo de políticas económicas racionales que permitan abrir la esperanza de que, en algún momento, esta hiperdesocupación comenzará a bajar. Hoy, más que nunca, el aumento de la desocupación es producto del incremento de la irresponsabilidad de los políticos.
.El impresionante salto que pegó la tasa de desocupación al 21,5% (aunque estimaciones privadas la ubican en el orden del 24%) muestra lo errado de la tesis según la cual el cambio de precios relativos generado por la devaluación iba a producir un aumento de la competitividad que ayudaría a reactivar la economía y bajar el desempleo.
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El razonamiento de los devaluadores era el siguiente. La devaluación hace caer el salario real haciendo más barata la contratación de mano de obra. Además, el aumento del tipo de cambio permitiría exportar más, lo cual produciría mayor demanda de trabajo. Y, en tercer lugar, al encarecer las importaciones la devaluación permite la sustitución de productos del exterior por productos hechos localmente, lo que también genera un incremento del trabajo.
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¿Cuál fue la realidad? En primer lugar, la devaluación comprimió tanto el salario real que hizo desplomar el consumo interno. En este contexto de menor consumo, la sustitución de importaciones funciona pobremente porque la gente no tiene ingresos suficientes para consumir. El menor consumo obliga a las empresas a producir permanentes ajustes en los costos fijos para reducir la pérdida y buena parte de ese ajuste en los costos fijos viene por la cantidad de gente ocupada.
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En segundo lugar, las exportaciones no reaccionaron como esperaban los devaluadores. La ausencia de crédito hacía inviable las exportaciones de muchas empresas porque no tienen capital de trabajo que les permita conquistar mercados en el exterior.
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En tercer lugar, en este contexto de crisis económica y, particularmente, de incertidumbre hacia el futuro, la inversión se ha desplomado hasta niveles que no llegan a cubrir la amortización del stock de capital existente.
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Como cuarto elemento cabe destacar que quienes tienen ahorro en dólares, debajo del colchón o en el exterior, podrían estar demandando bienes porque han bajado notablemente los precios de los activos medidos en esa moneda. Sin embargo, la incertidumbre cambiaria todavía vigente y el no saber cuál es el futuro de la Argentina hacen que nadie quiera desprenderse de los ahorros a pesar de la baja de los precios de esos activos.
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Otro dato para tener en cuenta es que de los 3 puntos adicionales de desocupados que hoy tiene la Argentina, ninguno pertenece al sector público. Esta es una desocupación generada fundamentalmente por un sector privado agobiado por la carga tributaria, la incertidumbre económica y la destrucción de los derechos de propiedad.
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El crecimiento de la desocupación muestra a un sector privado que se achica sistemáticamente y hace pensar en la inviabilidad del mismo Estado hacia el futuro. ¿Quién producirá en el sector privado para financiar al sector público?
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Irresponsabilidad
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Pero el dato de desocupación es más preocupante hacia el futuro, porque para que en algún momento podamos tener una baja en la tasa de desocupación los políticos tendrán que ofrecer certeza sobre las reglas de juego para que la empresas se decidan a invertir y demanden mano de obra. Lo que preocupa, entonces, es que frente a semejante crisis social producida por la desocupación, la dirigencia política es incapaz de acordar un mínimo de políticas económicas racionales que permitan abrir la esperanza de que, en algún momento, esta hiperdesocupación comenzará a bajar. Hoy, más que nunca, el aumento de la desocupación es producto del incremento de la irresponsabilidad de los políticos.
.El impresionante salto que pegó la tasa de desocupación al 21,5% (aunque estimaciones privadas la ubican en el orden del 24%) muestra lo errado de la tesis según la cual el cambio de precios relativos generado por la devaluación iba a producir un aumento de la competitividad que ayudaría a reactivar la economía y bajar el desempleo.
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El razonamiento de los devaluadores era el siguiente. La devaluación hace caer el salario real haciendo más barata la contratación de mano de obra. Además, el aumento del tipo de cambio permitiría exportar más, lo cual produciría mayor demanda de trabajo. Y, en tercer lugar, al encarecer las importaciones la devaluación permite la sustitución de productos del exterior por productos hechos localmente, lo que también genera un incremento del trabajo.
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¿Cuál fue la realidad? En primer lugar, la devaluación comprimió tanto el salario real que hizo desplomar el consumo interno. En este contexto de menor consumo, la sustitución de importaciones funciona pobremente porque la gente no tiene ingresos suficientes para consumir. El menor consumo obliga a las empresas a producir permanentes ajustes en los costos fijos para reducir la pérdida y buena parte de ese ajuste en los costos fijos viene por la cantidad de gente ocupada.
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En segundo lugar, las exportaciones no reaccionaron como esperaban los devaluadores. La ausencia de crédito hacía inviable las exportaciones de muchas empresas porque no tienen capital de trabajo que les permita conquistar mercados en el exterior.
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En tercer lugar, en este contexto de crisis económica y, particularmente, de incertidumbre hacia el futuro, la inversión se ha desplomado hasta niveles que no llegan a cubrir la amortización del stock de capital existente.
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Como cuarto elemento cabe destacar que quienes tienen ahorro en dólares, debajo del colchón o en el exterior, podrían estar demandando bienes porque han bajado notablemente los precios de los activos medidos en esa moneda. Sin embargo, la incertidumbre cambiaria todavía vigente y el no saber cuál es el futuro de la Argentina hacen que nadie quiera desprenderse de los ahorros a pesar de la baja de los precios de esos activos.
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Otro dato para tener en cuenta es que de los 3 puntos adicionales de desocupados que hoy tiene la Argentina, ninguno pertenece al sector público. Esta es una desocupación generada fundamentalmente por un sector privado agobiado por la carga tributaria, la incertidumbre económica y la destrucción de los derechos de propiedad.
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El crecimiento de la desocupación muestra a un sector privado que se achica sistemáticamente y hace pensar en la inviabilidad del mismo Estado hacia el futuro. ¿Quién producirá en el sector privado para financiar al sector público?
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Irresponsabilidad
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Pero el dato de desocupación es más preocupante hacia el futuro, porque para que en algún momento podamos tener una baja en la tasa de desocupación los políticos tendrán que ofrecer certeza sobre las reglas de juego para que la empresas se decidan a invertir y demanden mano de obra. Lo que preocupa, entonces, es que frente a semejante crisis social producida por la desocupación, la dirigencia política es incapaz de acordar un mínimo de políticas económicas racionales que permitan abrir la esperanza de que, en algún momento, esta hiperdesocupación comenzará a bajar. Hoy, más que nunca, el aumento de la desocupación es producto del incremento de la irresponsabilidad de los políticos.
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Thursday, July 25, 2002


INVESTIGACION, TECNOLOGIA, SOCIEDAD Y REFORMA MORAL EN MEDICINA: "DEL MODELO BIOMEDICO A UN PARADIGMA MAS GLOBALIZADOR"
Dr. Patricio Manzone - Comité Editorial de DocMedical



Desprendiéndose de todo análisis político coyuntural, la situación actual de la asistencia y la investigación médica requiere de una profunda revisión basada en el aspecto social. Todo nuestro Sistema Médico Occidental funciona con la idea orientadora del "cuerpo-máquina", generado en los postulados cartesianos que permitieron el avance sorprendente de la biología, y con ella de la Medicina, en los últimos siglos. En efecto, tomando las palabras de Fritjof Capra(1): "pareciera existir un sistema ideológico común que sirve de base a la educación médica, la investigación médica y la asistencia sanitaria institucional: el modelo biomédico". Este modelo biomédico está firmemente arraigado en el pensamiento cartesiano: Descartes enunció la estricta separación entre mente y cuerpo e introdujo la idea que el cuerpo humano es una máquina concebible con arreglo a la colocación y funcionamiento de sus partes (sic).

Por otro lado, la asistencia médica occidental se enraíza en una desigual distribución comunitaria, pues al decir de Laín Entralgo(2) nuestra cultura repite hasta el cansancio "la ternaria - e injusta - ordenación social de la atención del enfermo" de la antigua Grecia, con sus tres niveles técnicos y sociales asistenciales: "el de los esclavos, cuyas enfermedades muchas veces se hallaban a cargo de los servidores de los médicos; el de los ciudadanos libres y pobres, para los cuales un tratamiento médico resolutivo y enérgico parecía ser el más adecuado, y el de los ciudadanos libres y ricos, sensibles a las más ligeras dolencias y cuyo ideal era tener un buen médico a su constante servicio" (sic).

Si reflexionamos sobre estos dos conceptos: modelo biomédico hegemónico y atención social injusta, podemos comprender en parte la profunda Crisis que vive la Medicina actualmente, crisis que infiltra todos los aspectos y que básicamente responde a una "convulsión" de los valores morales. Pero la crisis ética que vive la Medicina actualmente en el mundo entero - y particularmente en nuestro país - no es ajena a la desvalorización moral en general de la comunidad. La "Desmoralización de la Medicina" es un hecho en todas las esferas de nuestra sociedad; por ejemplo, a nivel oficial: los gobiernos -independientemente de su signo político - mienten abiertamente respecto a los planes de salud en curso y en proyecto, y administran muy mal los recursos destinados a la salud en general. Los hechos que comprobamos aquellos que realizamos medicina asistencial en Hospitales Públicos demuestran a diario la falta de realidad de los dichos en campañas publicitarias orquestadas para defender al que detenta el poder de turno, pero que de hecho quitan fondos para la provisión de recursos de salud para los más necesitados. Accesibilidad, equidad y calidad en los servicios, hace rato dejo de ser una prioridad en la salud...

Los Modelos Económicos imperantes basados estrictamente en la oferta y la demanda, juegan un rol nefasto. No es preciso hablar de su incidencia en la provisión en calidad y cantidad de "salud" en la comunidad y la acentuación de la distribución ternaria helénica antes citada. No se habla ya de "pacientes" en muchos ámbitos médicos, sino de clientes, coincidente con la visión economicista de la "atención gerenciada" que se impone. Muchas decisiones (ejemplo: indicaciones quirúrgicas) se encuentran influidas por el miedo ("mala praxis") o por el beneficio ("qué se gana o deja de ganar"). Pero además, concretamente la "intermediación" de las nuevas gestiones económicas en salud disminuyen el margen de beneficios de los pacientes y decrementan los honorarios de los profesionales. Según reza un artículo de Francisco Maglio (4): "en un discurso ante la Asociación Americana de Medicina, el ex presidente norteamericano Bill Clinton manifestó: ‘algo anda mal cuando los médicos pasan más tiempo con el contador que con sus pacientes’".

En el modelo biomédico cartesiano en auge hace varios siglos, los adelantos en el campo de la biología se acompañaron del desarrollo de la tecnología médica; y al mismo tiempo que se fue dando esta tecnologización, nuestra atención médica se fue desplazando del paciente a la enfermedad, renunciando al clásico aforismo de Sir WILLIAM OSLER "no existen enfermedades sino enfermos". "La excesiva importancia de la tecnología médica se debe a la visión mecanicista del organismo humano y al enfoque mecánico de la salud que deriva de ella"(1). Actualmente, la Tecnologización intenta imponerse a toda costa como variante del "mercado de la salud". Su propaganda es tan abrumadora entre los médicos y la misma comunidad, que tanto en un consultorio particular como hospitalario los pacientes concurren solicitando tal o cual tipo de medicación, tratamiento, o equipamiento "porque es el mejor"; en caso de negativa solicitan derivaciones hacia los lugares o personas que teóricamente se lo pueden ofrecer. Las consecuencias directas de esta impronta son:

1) La "deshumanización completa" del acto médico; la relación médico-paciente ha sido cambiada por la relación "proveedor-cliente".
2) La "economización" mayor del acto médico: la tecnología en efecto se presenta además como factor poderoso de presión económica: a mayor tecnología, mayor es el valor de las prácticas médicas o mayor el costo de los centros de atención que la poseen.

Así, "la tecnologización, la judicialización (la demanda por la mala práctica) y la economización (la atención "gerenciada") de la medicina son fuerzas de cambio, entre otras, que desafían los valores fundamentales de la profesión... Nuestros maestros se preguntaban si la medicina es mas o menos ciencia, arte o religión; nosotros nos preguntamos si la medicina es más o menos industria, comercio y política" (sic)(5). Curiosamente, el factor principal que determina globalmente la salud de los seres humanos no es la intervención médica, ni la tecnología médica, sino el comportamiento mismo de los hombres (género), su alimentación y la naturaleza de su entorno (1). Esto epidemiológicamente se puede denominar "estilo de vida", y representa aproximadamente el 80 al 90% de influencia en la salud; solo queda para el acto médico el resto...

Pero ese 10 al 20% restante que corresponde al accionar de la Asistencia y la Investigación Médicas tiene un impacto comunitario trascendente... Y la Investigación Médica lamentablemente no ha escapado al "imperativo tecnológico" y a los "imperativos económicos". Sin embargo, quizás la vía más directa de transformación de esta última es la revalorización y renovación de la "Investigación Clínica". La Investigación Clínica esté indisolublemente unida a la práctica de la Medicina Asistencial: "IC es aquélla que está clínicamente orientada, es decir, que tiene siempre al paciente como trasfondo del trabajo". En efecto desde sus orígenes la práctica de la Medicina se basó en la OBSERVACION, punto de partida asimismo de la Investigación. Por tanto, "el objetivo de la IC es generar conocimientos útiles y transmitirlos con el propósito de elevar el nivel de la Medicina que redundará en beneficio del paciente. La IC no es un objetivo en sí mismo, sino que es una herramienta de trabajo"... Esta indisolubilidad entre Investigación Clínica y Asistencia nos marca la necesidad imperiosa que cada médico asistencialista tenga prendida la llama de la investigación en su fuero interior. De ahí, que nada sea más cierto que la acotación de los expertos de la OMS... "la investigación no es un rito esotérico practicado por personas elegidas, e inaccesible al resto de la humanidad"... (sic), y por el contrario deba estar presente en TODO MEDICO, de una u otra forma...

El enfoque biomédico puede ser extremadamente útil si se reconocen sus limitaciones. Los investigadores médicos (léase los médicos) tenemos que comprender que un análisis reduccionista de la "máquina del cuerpo" no puede proporcionarnos un entendimiento completo del problema humano. La Investigación Clínica, basada en la OBSERVACION asociada a una RELACION EMPATICA y profundamente HUMANA Médico-Paciente, con una visión globalizadora de cada enfermo aunque sin prescindir del enfoque biomédico puede lograr un impacto individual y comunitario enorme, promotor de cambio permanente en la salud de la población. La investigación clínica, desprendida de la tecnologización y fuertemente asociada a un sentido social y solidario, "debe integrarse en un sistema de asistencia sanitaria mucho más extenso que considere... la interacción entre mente, cuerpo y entorno"(1).

Resultan necesarios para desarrollar la Investigación Clínica y transformar éticamente la Asistencia Médica a nivel individual y comunitario: 1) fuertes principios bioéticos que dirijan el curso y el destino de ambas (Investigación y Asistencia) indisolublemente unidas; 2) creatividad y vigor que impulsen el desarrollo de la misma; 3) preparación metodológica adecuada y contenidos básicos que den valor científico formal a la misma; 4) guía adecuada por especialistas de experiencia; 5) fondos que permitan materialmente su realización; 6) todo fuertemente enraizado en la situación social y sanitaria de la población que constituye el universo de nuestros desvelos.

Sin embargo, algunos de estos ítems no son completamente imprescindibles: por ejemplo si bien los medios económicos (subvenciones, fondos, etc.) mejoran y aseguran las posibilidades de realizar experiencias de investigación, a lo largo de la Historia de la Medicina existen numerosas muestras de grandes logros y descubrimientos importantes con medios exiguos, las que apoyan el viejo aforismo que reza "Se puede luchar contra la falta de medios, pero es muy difícil hacerlo contra la falta de voluntades".

No existen fórmulas mágicas; el camino más seguro a largo plazo para el paciente, el médico y la sociedad se basa en principios y hechos en los que todas las Escuelas de Grado y Post-Grado y todos los involucrados con la formación de recurso humano en Medicina deberíamos hacer hincapié y fomentar incansablemente:

1) La Toma de Conciencia de la Crisis Moral.
2) La "Vuelta a las Fuentes" = "la Relación Profundamente Empática del Acto Médico", de una "manera individual" de cada uno de los profesionales de la salud, pero "solidaria y contagiosa". Al decir de Francisco Maglio (4): "desde Hipócrates hemos estado ‘al lado’ del enfermo, creo que llegó la hora de ponernos ‘del lado’ del enfermo" (sic). Y al decir de Lain Entralgo: "en el comportamiento social, pasar de una moral basada en la competición a una moral fundada sobre la cooperación" (3).
3) La transmisión en todos los ambientes de formación médica de la "VOLUNTAD Y DESEO" de Investigación Clínica (ese "fuego interior" necesario e imprescindible que movilice al médico individual y comunitariamente a la investigación en un sentido global).
4) La enseñanza de sólidos PRINCIPIOS BIOETICOS. Además, la presencia de fuertes contenidos bioéticos en cada "investigador" (médico) hará ineludible el enraizamiento de su labor en el trípode de la Realidad de la Salud, la Realidad del País y los Contenidos Básicos.
5) El fomento de la adecuada PREPARACION METODOLOGICA y en el RIGOR CIENTIFICO. Solo así seremos dignos y promotores de un cambio duradero que honre nuestra misión...



DISCURSOS Y REALIDAD

Por Eduardo Dalmasso
Apartir del destructivo proceso militar de 1976 y el fracaso político del peronismo de los años ‘70, en la Argentina comienza a predominar una idea que transforma al mercado en algo absoluto. El discurso disidente de Raúl Alfonsín no resulta en la práctica coherente con las fuerzas económicas ni con la relación de fuerzas políticas y es negado por el estancamiento y por los mecanismos de negociación que predominaron en las cámaras legislativas. La hiperinflación selló su destino. La deuda externa, como es conocido, le resultó inmanejable.

Posteriormente, Carlos Menem abandona su neoperonismo y asume un discurso neoliberal ortodoxo. El Estado como herramienta política pierde todo poder administrativo y enfrenta la crisis desde la perspectiva de un acuerdo implícito de los distintos sectores a partir de la ley de convertibilidad, la cesión de las empresas públicas, un incremento de la demanda sostenida por importantes inversiones extranjeras y un creciente endeudamiento externo. Dentro de este nuevo esquema, la estructura industrial y de ocupación sobrevivientes a las híper, caen paulatinamente. El efecto “tequila” y el cambio de política de Brasil no son valorados en su justa dimensión y los precios relativos acentúan las distorsiones de una economía que, en su conjunto y salvo en la pampa húmeda, se vuelve no competitiva.

La Alianza no tuvo fuerza ni convicción para cuestionar el modelo y su bandera de la anticorrupción fue arriada en función de una práctica política acostumbrada a jugar con el poder por el poder mismo. Luego, lo que todos vivimos: estalla el programa de convertibilidad.

Debatir sobre la realidad

En 2002, igual que en 1983 y 1989-90, los partidos políticos mayoritarios enfrentan desafíos de proporciones crecientes. Nuestras crisis son reiteradas y profundas y debemos reflexionar sobre el significado de los quiebres de nuestros pactos constitucionales. Primero, el liberal en 1930; luego el de 1943, que abre paso al movimiento justicialista; más tarde, en 1955, 1962, 1966 y 1976, todos con la fuerza militar. Después, en 1989 y 1990, por la hiperinflación, y hoy por causa de una quiebra financiera sin precedentes.

Es obvio que nuestras dificultades no se reflejan bien en una mera discusión de política económica. Observemos que el proceso de sustitución de importaciones fuertemente debilitado durante el proceso militar y por la falta de crecimiento de la economía en la década de 1980, es subvertido por una apertura total en menos de dos años, y un cambio aún más profundo en la distribución del ingreso. Las reformas neoliberales no modifican la falta de financiamiento genuino del aparato estatal ni detienen las fugas de capital generadas por agudas percepciones de cada crisis a sobrevenir. Para peor, todos estos problemas carecen del debate adecuado en los ámbitos apropiados.

En el claustro universitario, pocas veces se tratan estos temas con rigor y continuidad y sin sectarismo. En general, los investigadores que se preocupan de esta problemática no tienen capacidad de diálogo con los diferentes sectores productivos y/o políticos.

Los partidos mayoritarios, fundamentalmente el peronismo, a partir de sus fracasos y la brutal represión intelectual, son ganados por el discurso y la penetración de cuadros neoliberales. Las ideas divergentes y cualquier principio político son considerados tabúes. Esto produce que solamente el pragmatismo sea valorado como signo de inteligencia. Entonces, un caudillismo con diferentes matices predomina sobre cualquier proyecto. Lo que sostenemos, corre paralelo a la penetración ideológica neoliberal en todo el arco empresarial.

Se da así la paradoja de que empresarios que necesitan al mercado interno incluso para facilitar su penetración externa o por su propia inserción social, apoyen a políticos carentes de proyectos y políticas públicas en su mayoría sustentadas en instituciones de estudios con una visión monetarista poco apropiada para nuestra realidad. En ese juego, pocas empresas pueden intervenir como banca.

La hegemonía del discurso único, ha significado pues, de hecho, la claudicación de la dirigencia política y un mayor debilitamiento de los sectores productivos.

Discurso único y pragmatismo
Podemos acordar que nuestros partidos con real gravitación política justificaron su existencia a partir de concebir la realidad y accionar para modificarla, en función de una ideología abarcativa y superadora del marco histórico precedente. Lo ideológico jugó un papel concreto en sus respectivas formaciones. Representaban a segmentos importantes de la población gracias a un discurso y a un liderazgo genuino. Esto fue lo que posibilitó su capacidad de movilización. Pero sus diferentes visiones y prácticas de confrontación no contribuyeron para superar las contradicciones sociales y económicas. Fueron en general absolutamente contrapuestas hasta el estallido de fines de la década de 1980 y principios de 1990. Estas rígidas diferencias históricas explican, en parte, nuestros sucesivos fracasos.

Hoy, la situación de profunda crisis, encuentra a los partidos políticos desguarnecidos y sin representación genuina. La causa es haberse desentendido de una concepción clara del papel del Estado en relación a temas tales como su financiamiento, organización, características del desarrollo económico, realidad política y cultural de las diferentes regiones, así como a su vinculación con el resto del mundo.

En los últimos años, el discurso único negaba toda posibilidad de disentir.¿Para qué debatir, si la convertibilidad y el mercado darían solución a todos los problemas? Cualquier dificultad se le atribuía y atribuye a la carencia de una buena administración fiscal. Por supuesto que la administración y cultura fiscal es un importante problema, pero ¿se trata sólo de mala administración o es algo mucho más profundo?

Los políticos que sostuvieron un discurso disidente aparecen ante el resto de la sociedad como incapaces de generar una correcta evaluación de la complejidad y del significado y dificultades de cualquier curso de acción posible y viable. No puede ser de otra manera. Los únicos equipos pensantes con gravitación en la vida política argentina de los últimos 25 años fueron los sostenedores de las fórmulas neoliberales. Es claro que cuando lo ideológico se transforma en un mero recetario de proposiciones, o cuando la existencia de fuerzas y procesos económicos y políticos –internos o externos a nuestro país, pero siempre poderosos– son ignorados en su dinámica o simplificados por un pensamiento esquemático, lo ideológico se constituye en un cepo donde mueren la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación creadora. Comienzan a considerarse ciertas soluciones económicas como inevitables. Se analiza y actúa en función del aquí y ahora. Se pierde la voluntad de darle una dirección a procesos e intereses diversos que nos producen estallidos disolventes, cada vez más suicidas. Entonces, el pragmatismo, por esas carencias, inevitablemente actúa como puerta de entrada de la corrupción. Todo vale. No hay principios ni proyectos.

Otra vez nos tenemos que replantear nuestra realidad en lo político, cultural y económico. Nuestra sociedad tendrá que generar nuevos tipos de liderazgos y recuperar valores y principios éticos si pretende regenerar y revitalizar su cuerpo social. Al respecto, nadie debería hacerse el distraído. Pero esto no alcanzará si no tomamos conciencia de que nuestra existencia como Nación está jaqueada por intereses sumamente contradictorios. Incluso que nuestra propia concepción de organización geopolítica parece no sostenerse a la luz de nuestra experiencia histórica.

Parece estar claro que la generación del ‘80 formuló un modelo que a partir de la crisis de 1930 se volvió absolutamente inestable. ¿Qué hacer? La respuesta la deberán proponer líderes a emerger con la plena participación de la sociedad en su conjunto. La tarea es de una magnitud impensable hace apenas 40 años atrás.