PREMEDITADAMENTE, EN PRIMERA PERSONA FECHA: 6/27/2002
AUTOR: JORGE CONTI
FUENTE: SIEMPRETARDE.COM
Era el año 1983 y el poder político que la dictadura militar había construido primero sobre el terror, después sobre un simulacro de legalidad y finalmente sobre una alucinada guerra, se caía a pedazos. El clima de elecciones se palpaba en el aire y el debate político estaba impregnado y a la vez contenido por un sentimiento común: nunca más. Por primera vez en casi un siglo parecían más importantes la libertad, la democracia y la tolerancia, que los viejos resentimientos partidarios y las discrepancias ideológicas.
Durante un rápido viaje de Viedma a Santa Fe para atender asuntos familiares, tuve un encuentro con un matrimonio amigo, al que me unían muchos años de actividades en el teatro.
Mientras compartíamos una cena y una botella de vino en un restaurante de Boulevard Gálvez, hablamos de política. Mis amigos estaban relativamente entusiasmados con las propuestas de Raúl Alfonsín. Por mi parte, tenía serias dudas sobre Luder y quienes lo acompañaban, pero tampoco me parecía que el radicalismo garantizara la transición frente a un poder militar que mantenía los cuadros de la dictadura todavía intactos. Apelé a un lugar común que solamente uso en conversaciones con amigos: “-No sé” –dije “no le veo uñas pa’ guitarrero”.
Martínez de Hoz había dejado el aparato productivo destruido, el comercio exterior vulnerable frente a los mercados internacionales, la deuda privada estatizada gracias a Cavallo en del Banco Central, el país aplastado bajo el peso de una deuda externa ilegítima e inútil y la sociedad lastimada por el miedo. La conciencia colectiva era una inmensa llaga que demandaba reparación, justicia e igualdad. ¿Podrían cualquiera de los dos partidos tradicionales –que reproducían en sus internas las oscuras pendencias entre conservadorismo y progresismo –abordar el desafío?. La noche se fue en disgresiones alrededor de esos temas, yo me despedí de mis amigos y al día siguiente regresé a Viedma.
Cuando Herminio Iglesias quemó el famoso cajoncito en el cierre de campaña del peronismo, compartí la misma repugnancia que despertó en toda la sociedad argentina, harta de violencia, muerte y matonismo.
El triunfo de Raúl Alfonsín asombró a muchos. El establishment –que, después lo comprobamos, ya tenía atado un acuerdo con Luder –fue tomado por sorpresa, igual que el poder financiero internacional que hasta ese momento había apoyado a la dictadura.
Vinieron las investigaciones de la CONADEP, el juicio a las Juntas, la publicación del “Nunca Más”, pero también el “felices Pascuas”, la “obediencia debida” y el “punto final”. Yo ya estaba de regreso en Santa Fe, trabajaba en la radio y podía sentir el desaliento social.
Asumí que las presiones debían ser intolerables y que muchas veces el poder debe dar un paso atrás aunque muchos no lo comprendan Asumí que por otra parte se estaba librando una batalla en el sector externo por imponer el tratamiento político de la deuda y la formación de un club de deudores a partir del grupo de Cartagena. Asumí que esos pasos despertaban la furia del sistema financiero trasnacional: habían preparado todo para que Luder nos sumara al consenso de Washington ¡y tuvo que ganar este boticario de pueblo que pretendía agrupar a los deudores para que negocien desde una posición de fuerza!.
Respeté profundamente a Raúl Alfonsín.
Chile había continuado con las políticas de Pinochet y a pesar de la pobreza creciente mostraba un producto bruto en ascenso, importaciones en alza y equilibrio fiscal. La dictadura brasileña, por lo menos más nacionalista que la nuestra, había dejado un inmenso aparto productivo y exportador que le hacía más manejable la deuda externa y los márgenes de negociación. La propuesta del club de deudores no funcionó porque la mayoría de los países latinoamericanos endeudados prefirieron los acuerdos bilaterales. El consenso de Cartagena languideció y se extinguió. Era el amanecer de la globalización, de la economía de mercado y de la hegemonía del “pensamiento único”.
La Argentina quedó a merced de los mercados financieros: la despreciable actitud de Angeloz anunciando una inflación sin control, los anuncios de Cavallo diciendo en el extranjero que el dólar estaba “recontra alto” y los saqueos a los supermercados alentados por ciertos sectores del peronismo, hicieron el resto.
Así como un sector del radicalismo lo corrió “por izquierda” a causa del discurso de Parque Norte, en el que anunció una “economía de guerra” que al lado de lo que hizo Menem era apenas un paquete de coyuntura, así otro sector del radicalismo lo corría ahora “por derecha” acompañado por los representantes del modelo neoliberal.
Raúl Alfonsín dejó el poder antes de cumplir su mandato.
Carlos Menem re-anudó los viejos acuerdos y nos entregó atados de pies y manos a los intereses financieros. El proyecto iniciado por Martínez de Hoz quedaba asegurado.
Siempre me pregunté por qué motivo Raúl Alfonsín no guardó las armas. Hubiera podido ocupar el lugar de observación de los politólogos y hombres de pensamiento y, a la manera de Pitágoras, apelar a su inteligencia y a su experiencia para producir un “corpus“ crítico sobre la inserción del país en el esquema de poder mundial que él criticó siempre, aún en el texto de su renuncia a la banca de senador. Siempre fue un excelente ensayista y su estilo fuerte y lúcido hubiera servido mucho más que ese juego de puñaladas traperas y sucios negocios en los que se ha convertido nuestra política.
Entre su renuncia a la presidencia y su renuncia a la banca del senado, quedan trece años en los que su figura volvió a crecer a través de la férrea oposición a las políticas del menemismo y por sus consecuencias sobre el cuerpo social de la nación, pero luego fue inevitablemente limada al involucrarse en los entresijos de la decadencia de la política argentina.
Sería inoportuno y melodramático decir que Alfonsín me decepcionó. Pero hace mucho que ya no podía creerle.
Quizá esa inextinguible pasión por construir políticas en el escenario impiadoso de las internas y de las alianzas partidarias es lo que tiene en común con Carlos Menem y lo que terminó por impregnarlo de la misma equivocidad en la que el riojano se mueve como pez en el agua.
Donde Alfonsín es un intelectual de la política, Menem es un pragmático, donde Alfonsín busca el acuerdo, Menem busca la conveniencia, donde Alfonsín sostenía principios, Menem sostiene la inescrupulosidad. La ladera cuyo borde pisó con el pacto de Olivos no podía sino desbarrancarlo hacia el “pacto de Olivos 2”, la aprobación de la ley de subversión económica y la aprobación de la ley de quiebras. El papelito sorprendido en su mano recomendando el “cajoneo” de un juez no es más que la trampa final tendida por las escabrosas formas en las que él mismo se envolvió.
Aún aceptando las mejores intenciones, es imposible olvidar que quien pacta con el diablo queda aprisionado en sus redes.
Más que el enojo con su partido y el lanzamiento de la candidatura de Terragno, que él juzga una traición, ¿qué sensación causará en él haberlo apoyado a Duhalde casi hasta el suicidio político, para que finalmente todo termine en un encuentro de Duhalde y Menem sacándose una fotografía en Aimogasta?.
Una y otra parte y del radicalismo fueron siempre crueles con él, al punto de festejar sus caídas. Pero encontró la misma crueldad sin concesiones en quienes pretendió apoyar para, como dice en la carta de renuncia, “ construir consensos que facilitaran la acción de gobierno”. Se puede comprender –si no justificar –que un gobierno retroceda de concesión en concesión frente a los elegantes matones de las finanzas internacionales. Lo que no se puede comprender es que ese mismo gobierno fragüe un gesto “simbólico” con su enemigo ideológico.
Entre ambos, aislado de su partido y descolocado por una fotografía de conveniencia, Raúl Alfonsín escribe una carta en la que renuncia como senador de la nación. En ella descarga la vieja furia contra el neoliberalismo y promete bajar al terreno de la pelea partidaria.
Como si la historia de estas tristes comarcas hubiera querido cerrar el círculo con una metáfora, mientras vuelve a reinar la muerte en las calles las encuestas indican que la imagen de Carlos Menem está en ascenso. La historia, que –como diría el poeta Daniel Giribaldi –es nada más que “un regreso, entre dos voluntades que regresan”.
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