SAN MARTÍN Y LA TRAICIÓN DE LOS CAUDILLOS DEL LITORAL
AUTOR: Carlos del Frade
Carlos del Frade (Santa Fe) De Urquiza a Yabrán y de López a Malvicino y Vignatti, la historia política de Entre Ríos y Santa Fe están atravesadas de negocios, sangre derramada y traiciones a los movimientos populares gestados a ambas márgenes del Paraná. En medio de las crisis hospitalaria, de seguridad, laboral y política que campean en las dos provincias, quizás resulte curioso saber desde cuándo se iniciaron las pesadillas entrerrianas y santafesinas. Quizás de la traición que los viejos caudillos de estas tierras le hicieran a Artigas y San Martín. Por eso ahora que la vida cotidiana de las mayorías santafesinas y entrerrianas está cosida de desocupación y falta de futuro; ahora cuando los sueños colectivos ya no se encuentran a la vuelta de la esquina; ahora, mientras los territorios de ambas provincias sufren las consecuencias del contrabando de cigarrillos, la prostitución infantil y las grandes extensiones de tierra se encuentran en propiedad de muy pocos; ahora es necesario pensar en aquellos días que Francisco Ramírez y Estanislao López daban todo por lograr la unidad entre San Martín y Artigas para impulsar un país autónomo y con igualdad. Cuando este sábado se cumplan 152 años de la muerte del llamado “santo” de la espada, resultará inquietante preguntarse por qué los denominados caudillos del Litoral prefirieron la traición al artiguismo y olvidarse del líder el primer ejército popular latinoamericano en operaciones, el de los Andes.
Un año clave
Entre Ríos y Santa Fe tuvieron el poder de la Nación en sus manos.
El primero de febrero de 1820, los montoneros de Estanislao López y Francisco “Pancho” Ramírez, luego de vencer en Cepeda al último gobierno de los “directores supremos”, entraron en Buenos Aires para definir el futuro de las Provincias Unidas de Sud América, tal como fue escrito en la proclama de la independencia del 9 de julio de 1816.
-Las escoltas de López y Ramírez, compuestas de indios sucios y mal traídos, en términos de dar asco, ataron sus caballos en los postes y cadenas de la Pirámide de Mayo, mientras sus jefes se solazaban en el salón del ayuntamiento -escribió un aterrado Vicente Fidel López.
Ambos, López y Ramírez, se reconocían artiguistas.
Y pudieron estar allí, en el corazón mismo del poder porque el entonces gobernador de Mendoza, José de San Martín eligió no pelear bajo las órdenes de Buenos Aires sino como expresión de los pueblos del interior y de Sudamérica.
Artigas celebró aquel día.
“Me dirijo a usted esperanzado en que sus votos serán siempre de acuerdo para a la América y al mundo entero un público testimonio de que los americanos son dignos de ser libres y que por ello han derramado su sangre y prodigado los últimos sacrificios”, le escribió el oriental a San Martín el 18 de febrero de aquel trascendental 1820.
Hasta que firmaron el Tratado del Pilar y no solamente se retiraron de la Plaza de la Victoria porteña, sino que traicionaron a Artigas y al propio San Martín.
En las actas secretas del tratado, López y Ramírez decidieron dejar hacer a los portugueses en la Banda Oriental.
El Supremo Entrerriano sabe que, desde aquel momento, deberá enfrentarse a Artigas.
La naciente oligarquía saladeril de Buenos Aires, representada en Juan Manuel de Rosas; la vieja burguesía, identificada por sus relaciones carnales con Gran Bretaña y los estancieros del Litoral, entonces, decidieron terminar con la revolución social y nacional que encarnaba el artiguismo.
La traición será doble.
Ya ni Artigas ni San Martín volverán a pisar estas tierras con un proyecto político.
Serán exiliados, despedidos del estado, jubilados sin sueldos y morirán, los dos, en 1850.
Luego el propio Ramírez será consumido por los intereses de bonaerenses y entrerrianos y su cabeza se convertirá en un misterio, un cuerpo desaparecido que ya no volverá a sus pagos.
“La desobediencia sanmartiniana abre así nuevos caminos a la revolución: por un lado, la prosecución de la campaña hispanoamericana dirigida ahora a la liberación del Perú; por otro, la transformación de varios jefes del Ejército del Norte, sublevado en Arequito, en caudillos populares de provincias y además, el predominio de las huestes artiguistas en el litoral por sobre los intereses de la burguesía comercial porteña. Sin embargo la derrota de Artigas en Tacuarembó a manos de los portugueses y la claudicación de sus lugartenientes López y Ramírez en el Tratado del Pilar frustran la posibilidad en el área del Río de la Plata”, escribió el historiador Norberto Galasso en “Seamos libres...”, su monumental e imprescindible biografía de San Martín.
Los hechos sanmartinianos y artiguistas
“La mayoría de los próceres de 1810 eran hacendados, comerciantes o barranqueros asociados con alguna casa de comercio británica, “los intereses particulares” que Castlereagh quería formentar. A los tres días de instalada, la Primera Junta levantó la prohibición al comercio con extranjeros; a los quince días redujo los impuestos a la exportación de cueros y sebo, del 50 al 7,5 por ciento; a los 45 días autorizó la exportación de metálico; a los sesenta días suprimió el impuesto especial del 54 por ciento que gravaba a los artículos de algodón del comercio inglés”, indicaron los colaboradores de Rodolfo Walsh y el propio periodista desaparecido en un estudio sobre San Martín publicado por el Centro de Estudios Argentinos “Arturo Jauretche”, en febrero de 1978.
Alberdi escribió que para Buenos Aires, “mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias; la asunción por su cuenta del vasallaje que ejercía sobre el virreinato en nombre de España. Para las provincias, Mayo significa separación de España y sometimiento a Buenos Aires, reforma del coloniaje, no su abolición”.
En ese contexto tanto Artigas como San Martín, representantes de los pueblos del interior, comenzaron a producir hechos políticos, tomar decisiones económicas y establecer líneas diferentes a los intereses que se adueñaron del sueño de mayo.
La política de San Martín
El primer triunvirato, constituido por Juan José Paso, Manuel de Sarratea y Chiclana, resolvió crear un impuesto que gravaba con un 20 por ciento el consumo interno de carne. En forma paralela eliminó distintas tasas que regulaban la exportación.
Semejante decisión de política económica generó la primera aparición pública de San Martín y sus granaderos. Ocuparon la Plaza de la Victoria, la de Mayo, y recién se retiraron cuando fueron designadas nuevas autoridades políticas.
El 3 de abril de 1815 el ejército que el director Carlos Alvear había enviado para reprimir a los artiguistas se sublevó contra la autoridad porteña. En Mendoza, en tanto, San Martín reunió a una Junta Militar que llamó tirano a Alvear y un cabildo abierto declaró rotos los vínculos con Buenos Aires. San Martín dejó de ser comisionado de la ciudad puerto y fue designado gobernador “electo por el pueblo”.
Setiembre de 1816. A los pies de la cordillera de Los Andes, San Martín sabe que no encontrará aliados entre los porteños o los representantes de la burguesía, por ello encara la alianza con los indios del sur mendocino.
“Los he convocado para hacerles saber que los españoles van a pasar del Chile con su ejército para matar a todos los indios, y robarles sus mujeres e hijos. En vista de ello y como yo también soy indio voy a acabar con los godos que les han robado a ustedes las tierras de sus antepasados, y para ello pasaré Los Andes con mi ejército y con esos cañones...Debo pasar por Los Andes por el sud, pero necesito para ello licencia de ustedes que son los dueños del país”, les dijo San Martín.
El 27 de julio de 1819, San Martín afirmó: “...Andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada”.
El 27 de agosto de 1821, ya en el gobierno de Perú, decretaría la abolición del tributo por vasallaje que debían pagar los indios a los españoles, la eliminación de la mita, la encomienda y el yanaconazgo y los declararía “peruanos” para intentar zanjar las diferencias del propio lenguaje. De tal forma seguía los mandatos que en su momento, ante la Puerta del Sol en Tiahuanaco, dispuso Juan José Castelli al frente del Ejército Expedicionario del Alto Perú cuando declaró ciudadanos e iguales a todos los indios.
En 1819, San Martín volvió a desobedecer al gobierno de Buenos Aires, representante político de los comerciantes porteños aliados a Gran Bretaña y a los propietarios de saladeros del Litoral que le ordenaba marchar contra el interior rebelado. Buenos Aires quería que reprima a las montoneras de López, Ramírez y Bustos. San Martín repitió su negativa.
Ya en Chile, en 1820, San Martín comunicó la necesidad de elegir un nuevo jefe ya que el gobierno de Buenos Aires había cesado. Sin embargo, aquel 2 de abril, los soldados de aquel primer Ejército Popular Latinoamericano en Armas, el de Los Andes, suscribieron un acta en la ciudad de Rancagua. “Queda sentado como base y principio que la autoridad que recibió el General de Los Andes para hacer la guerra a los españoles y adelantar la felicidad del país, no ha caducado ni puede caducar, pues que su origen, que es la salud del pueblo, es inmudable”.
“Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional, pero para defender la libertad y sus derechos, se necesitan ciudadanos...a pesar de todas las combinaciones del despotismo, el evangelio de los derechos del hombre se propaga en medio de las contradicciones”, sostuvo San Martín en distintas ocasiones.
Era su plataforma política: liberación nacional y continental, derechos políticos que garanticen la dimensión de ciudadano y respeto por los derechos humanos.
“La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos”, reglamentó cada vez que se hizo cargo de gobiernos estatales, regionales o nacionales, en Cuyo y Perú respectivamente.
Para el equipo de investigación de Walsh, “revolucionario en 1812 y 1815 contra gobiernos impuestos por Buenos Aires contra la voluntad de los pueblos; gobernador elegido por el pueblo cuyano; general en jefe reconocido por sus oficiales por un mandato originado en la salud del pueblo, pero sumiso al legítimo Congreso peruano; nunca creyó que la obediencia militar fuera un valor más alto que la soberanía popular. Este es el verdadero San Martín que desde hace un siglo es ocultado al pueblo soberano y a los militares que deben servirlo”.
La política de Artigas
“Un puñado de patriotas orientales cansados ya de humillaciones habían decretado su libertad en la orilla de Mercedes”, sostuvo José Gervasio Artigas el 7 de diciembre de 1811. Se refería al llamado Grito de Asencio, producido entre los días 27 y 28 de febrero de aquel año. Surgía el ejército oriental: “fuertes hacendados, arrendatarios o meros poseedores de la tierra cuyos hombres movilizaban la vecindario; los paisanos peones de estancia, los hombres sueltos; los curas patriotas, portavoces del ideal revolucionario; los indios tapes de las tierras misioneras, los charrúas y lo minuanes; los negros esclavos fugados de sus amos que buscaban entre las columnas patriotas su liberación”, describieron los historiadores uruguayos Cristina Martínez y Carlos Alcoba.
Era un frente social policlasista, similar al constituido por San Martín desde Cuyo.
Pero el liderazgo político de Artigas se manifestaría con una fuerza elocuente en el denominado éxodo del pueblo oriental, en octubre de 1812.
Por diferencias políticas, sociales y económicas con Buenos Aires, Artigas decide dejar el sitio a Montevideo todavía ocupado por españoles.
Ocho mil familias siguieron al líder hasta la actual provincia de Salto en Uruguay.
Ocho mil familias que dejaron sus casas, sus ocupaciones, sus penurias, el lugar de su historia existencial para seguir el proyecto de un hombre que decía que “los más infelices serán los más agraciados”.
¿De dónde surgía semejante poder de convencimiento si no es porque Artigas y sus palabras no representaban las necesidades de las mayorías de la Banda Oriental?.
Más de veinte mil personas detrás de Artigas y su proyecto.
“Sólo a los pueblos será reservado sancionar la constitución general...Como todos los hombres nacen libres e iguales, y tienen ciertos derechos naturales, esenciales e inajenables, entre los cuales pueden contra el de gozar propiedad y, finalmente, el de buscar y obtener la seguridad y la felicidad, es un deber de la institución, continuación y administración del gobierno, asegurar estos derechos, proteger la existencia del cuerpo político y el que sus gobernados, gocen con tranquilidad las bendiciones de la vida, y siempre que no se logren estos grandes objetos, el pueblo tiene un derecho para alterar el gobierno y para tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”, indicó en su proyecto de Constitución para la Provincia Oriental en 1813.
El sujeto histórico en el ciclo artiguista es el pueblo movilizado y su legitimidad se expresaba a través de asambleas y la posibilidad de cambiar los gobiernos si no respondían a los principios enunciados y prometidos.
Artigas sabía que su enfrentamiento en la dinámica de la guerra por la liberación nacional contra los españoles primero y luego contra los portugueses, lo llevaría a ser perseguido por los intereses minoritarios que se habían expropiado de la revolución de mayo.
Porque su respeto a la soberanía popular implicaba una lucha por la igualdad que estaba en contra de los privilegios de las clases criollas dominantes.
Artigas terminó siendo la expresión de la guerra por la liberación nacional, por un lado, y la síntesis de la liberación social, por otro.
El oriental lo sintetizó muy bien: “tienen miedo que la cría se vuelva respondona”.
Es decir, la estatura y dimensión política de ciudadanos que el artiguismo dio a las masas del Litoral era intolerable para aquellos que querían mantenerlas bajo su explotación, política y social.
En este contexto se explica la carta que escribió el director supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, Gervasio Posadas, cuando se preguntaba: “¿Qué me importa que el que nos haya de mandar se llame rey, emperador, mesa, banco o taburete?...los orientales deben ser tratados como asesinos o incendiarios...sin olvidar que la destrucción de los caudillos Artigas y Otorgués es el único medio de terminar con la guerra civil en esta provincia y la de Entre Ríos”.
Y en las actas secretas del Congreso de Tucumán, en 1816, se estableció que Buenos Aires dejaría invadir a los portugueses el territorio de la Banda Oriental a cambio de desterrar para siempre a Artigas y su pueblo insurgente.
La lógica de semejante traición se explica por la profundización de las medidas políticas, económicas y sociales que había dispuesto y llevado a la práctica el Protector de los Pueblos Libres, Don José Artigas.
Esas disposiciones atentaban contra los propietarios, los privilegiados del Litoral y de Buenos Aires.
Era inadmisible que se repitiera la experiencia concreta del gobierno revolucionario artiguista entre setiembre de 1815 y mayo de 1816.
Sin embargo, aquellas medidas de política económica y social, continuadoras de las expresadas por Mariano Moreno en el Plan de Operaciones, serían establecidas por San Martín en Cuyo, primero y en Perú después.
Los años setenta y los derechos humanos
La película “Estado de sitio” del realizador griego Costa Gavras fue elocuente del resultado de la falsificación histórica y sus efectos en la lectura política del proceso social uruguayo de los años setenta del siglo XX.
La imagen de José Gervasio Artigas estaba presente en los cuarteles policiales y militares que ordenaban la tortura y la vejación como metodología represiva contra los insurgentes políticos en los tiempos de la dictadura de José María Bordaberry.
Y también el retrato artiguista y su bandera azul y blanca cruzada por un banda roja presidía las reuniones de Tupamaros.
El terrorismo de estado se aprovechó del Artigas de bronce, del “padre de la patria”, como militar abnegado y desprendido y símbolo de la identidad de la nación ante los enemigos internos que propugnaba la doctrina de seguridad nacional impulsada por los Estados Unidos para los ejércitos de Sudamérica en la teoría de la Tercera Guerra Mundial.
“Ese” Artigas estaba vaciado de sus hechos económicos, políticos y sociales a favor de las mayorías.
En tanto, las organizaciones políticas reclamaban la democratización del “otro” Artigas, el referente de las luchas colectivas del pueblo uruguayo.
Pero el Artigas concreto, de carne y hueso, el histórico había sido muy claro en relación al respeto por la soberanía popular: “el despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos”.
En forma paralela, el terrorismo de estado en la Argentina también idolatró al San Martín estratega militar, supuesto defensor del orden de los privilegios y enemigo de lo político.
De acuerdo a los distintos testimonios de los sobrevivientes de los 340 centros clandestinos de detención que funcionaron en el país durante la dictadura inaugurada el 24 de marzo de 1976, la imagen de San Martín también estaba en algunas de estas mazmorras en las que se violentaba a mujeres embarazadas y se mutilaba gente joven y anciana.
San Martín, al igual que Artigas, había sido demasiado preciso en torno a las armas del ejército. “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene”, sostuvo el general de Los Andes.
Y agregó en Perú que “la presencia de un militar afortunado es temible a los estados que de nuevo se constituyen...el general San Martín jamás desenvainará la espada contra sus hermanos, sino contra los enemigos de la independencia de la América del Sur”.
Ni San Martín ni Artigas avalaban la prepotencia militar ni mucho menos el desprecio de la voluntad popular.
Sus imágenes presentes en las salas de torturas son el resultado de presentar y difundir durante décadas una historia en la que deliberadamente se despojaron los proyectos políticos, económicos y sociales que encarnaron.
Y, al mismo tiempo, haberlos presentado como los grandes vencedores del siglo XIX, cuando, en realidad, fueron los grandes derrotados, junto al sujeto histórico que expresaron: las mayorías populares.
Artigas y San Martín comenzaron sus exilios en el exacto momento en que López y Ramírez decidieron anudar relaciones e intereses con el puerto de Buenos Aires.
Desde entonces hubo demasiado bronce para los cuatro, poca verdad y mucha miseria para los que son más en estas tierras.
A 152 años de la muerte de San Martín, en estos tiempos crepusculares de Reutemann y Montiel, es preciso saber qué tipo de destino eligieron los supuestos prohombres santafesino y entrerriano en aquellos días en los que estuvieron a punto de quedarse con todo el poder.